¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 11 de agosto de 2016

Entrevista a Castoriadis. (Fragmento)

R.G.— ¿El hombre moderno vive hoy una alienación diferente de la que imaginó Marx?

C.C.— Marx veía la alienación sobre todo como forma de explotación económica y en muchas sociedades modernas no está enteramente allí el problema. Aun cuando uno no se vaya a lamentar por su suerte, nadie puede decir que los que mandan en la sociedad estén menos alienados que los que no mandan. Esto quiere decir que la victoria de las clases dominantes es relativa. Temerosamente replegada en la esfera privada, toda la población participa de esta alienación y se contenta con pan y espectáculo. El espectáculo está asegurado por la televisión y los deportes, y en los países desarrollados, de un modo u otro, la mayor parte de la población tiene acceso a un confort mínimo del que se excluye a una minoría. Parece que se hubiera logrado el modo de comprimir la miseria que engendra la sociedad en un 15 o 20 por ciento de población "inferior" (los negros e hispánicos en Estados Unidos, los inmigrantes en Europa). La mayor parte de la población parece estar conforme con este ocio, este onanismo televisivo, este confort mínimo y sólo se verifican algunas reacciones puntuales o corporativistas que no tienen mayores consecuencias para el sistema. Parece que no hubiera ningún proyecto, ningún deseo colectivo que no sea la salvaguarda del statu quo. Las sociedades modernas se construyeron en base a dos proyectos antinómicos: uno es el de la dominación capitalista; el otro, anterior, es el de las autonomías individual y colectiva. Que nació en Grecia, desapareció con el Imperio Romano, que volvió con las primeras burguesías de Europa Occidental, que motorizó el Renacimiento y el Siglo de las Luces y que fue retomado por el movimiento obrero, que antes de ser controlado por el marxismo era un movimiento emancipador. Más acá encontramos este espíritu en el movimiento feminista, en los movimientos juveniles. Pero lo que se constata hoy es que todo sucede como si este proyecto hubiera sufrido un eclipse. Desde 1950 y a pesar de manifestaciones como las de los años 60, vemos a la población sumergirse en la apatía y la privatización. De modo tal que sólo queda en pie el proyecto capitalista.

R.G.— Y puede verse a la gente aceptar cosas increíbles hace apenas 15 años.

C.C.— Hemos visto cómo los obreros aceptaron bajo Reagan —y aún hoy en Europa— reducciones de salario. Hoy se acepta una tasa de desocupación de alrededor del 12 por ciento. Yo mismo escribí hace 30 años que si la desocupación seguía aumentando el edificio social explotaría. Y fue falso.

R.G.— ¿Y cómo explica usted esta apatía en la gente?

C.C.— La respuesta correcta es que no hay explicación. Del mismo modo que no se pueden explicar las fases de creación en la historia, no se pueden "explicar", en el sentido absoluto de la palabra, las fases de descomposición, de decadencia, etc. No digo que estemos definitivamente en una etapa de descomposición. Digo que por el momento esto es lo que pasa, aunque cambie mañana. La aparición de nuevas formas sociales e históricas no es predecible porque no se las puede deducir enteramente de lo que precede. Un sociólogo marciano que hubiera aterrizado en Grecia hacia el 850 a. C. no hubiera podido vaticinar la democracia ateniense. Ni, en 1730, la Revolución Francesa. Creo que hay explicaciones más profundas. La sociedad moderna es la primera sociedad no religiosa en la historia del hombre. Hasta ahora la religión había tenido un papel muy importante que no sólo consistía en justificar el orden social existente diciéndole a la gente que no importa si uno es infeliz aquí en la Tierra ya que la vida y la muerte de cada uno tienen un sentido, una significación.

R.G.— El problema de las sociedades laicas es entonces qué sentido darle a la vida...

C.C.— Tener un proyecto de autonomía individual quiere decir no esperar que el sentido de su vida y el de su muerte —si hay uno— le sea provisto por otra persona o institución. Esto puede lograrse.

R.G.— ¿Puede lograrse?

C.C.— Puede lograrse. Pero no se ha hecho (risas). El resultado de la descristianización de las sociedades desarrolladas es una fuga, un olvido del dato fundamental de la vida, que es la muerte. El hombre contemporáneo, como un niño un poco tonto, que se siente infeliz pero que desea compensar esa infelicidad con un juego, un videogame o las Tortugas Ninja. El consumo, el ocio, son dispersión, búsqueda de olvido, como decía Pascal. La gente mira televisión hasta quedarse dormida y mañana será otro día. Es este olvido el que está en la apatía, el embrutecimiento que se vive hoy. Nadie quiere saber que es mortal, que se va a morir, que no existe el más allá y que no hay ninguna retribución ni recompensa por lo que nos pasa en esta vida. Uno se olvida de todo esto mirando televisión pero esto no significa solamente una sociedad del espectáculo sino una sociedad del olvido, del olvido de la muerte, de la constatación de que la vida no tiene más sentido que aquel que uno fue capaz de darle. No tenemos, parece, ni el coraje ni la capacidad de admitir que el sentido de nuestra vida individual y colectiva ya no nos será dado por una religión o por una ideología, que somos nosotros quienes debemos crearlo.


R.G.— EI triunfo del imaginario capitalista y la consagración de esta sociedad de olvido, como usted la llama, no solo está dado por la derrota de otras utopías, sino también por la ausencia de modelos alternativos de gestión que no sean el tecnocrático-empresarial que, por cierto, nada tiene que ver con la democracia y la autonomía individual.

C.C.— El capitalismo contemporáneo no es un capitalismo de mercado, como dicen sus ideólogos. Es un capitalismo burocrático con empresas a veces más poderosas que los propios Estados. Yo creo sin embargo que hay otros modos de gestión de la sociedad, que el autogobierno es posible. Pero una cosa son las ideas escritas en un papel, que son importantes, claro está, pero otra cosa, imprescindible, es una actitud totalmente diferente de una parte de la gente hacia la política.

R.G¿No alcanza con el voto?

C.C.— Efectivamente, no alcanza con el voto. Hay que entender que los asuntos públicos también son asuntos personales; que la política también es mi problema. Uno puede formular un programa político pero ese programa no vale nada si la inmensa mayoría de la población no está lista, no solo a votar por él, sino a participar activamente en su realización, su desarrollo y, si fracasa, en su reforma. Un proyecto de autogobierno no tiene ningún sentido si la gente no tiene ni el deseo ni la voluntad de autogobernarse. De más está decir que no es esto lo que constatamos hoy. Ahora bien, ¿quiere decir que hay que olvidarlo como proyecto? No creo. Nunca hay predicciones serias en política ni en historia. Es verdad que la gente no cree hoy en la posibilidad de una sociedad autogobernada y eso hace que tal sociedad resulte imposible. La gente no cree porque no quiere creer y no quiere creer porque no cree. Pero si algún día quieren, creerán y podrán.

Rolando Graña entrevista a Cornelius Castoriadis (Fragmento)

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