El
contenido temporal del «ha sido así» es para Barthes la
esencia de la fotografía. La foto da testimonio de lo que ha sido.
Por eso, la tristeza es su temple fundamental. Según Barthes,
la fecha es parte de la foto porque «obliga a sopesar la vida, la
muerte, la inexorable extinción de las generaciones».20 La fecha
imprime en ella la mortalidad, la caducidad. Sobre una foto de André
Kertész observa Barthes: «Es posible que Ernest, el pequeño
colegial fotografiado en 1931 por Kertész, viva todavia en la
actualidad (pero ¿dónde?, ¿cómo? ¡Qué novela!)».21
La
fotografía de hoy, completamente llena por el valor de exposición,
muestra otra temporalidad. Está determinada por el presente carente
de negación, sin destino, que no admite ninguna tensión narrativa,
ningún dramatismo como el que aparece en una «novela». Su
expresión no es romántica.
En
la sociedad expuesta, cada sujeto es su propio objeto de publicidad.
Todo se mide en su valor de exposición. La sociedad expuesta es una
sociedad pornográfica. Todo está vuelto hacia fuera, descubierto,
despojado, desvestido y expuesto. El exceso de exposición hace de
todo una mercancía, que «está entregado, desnudo, sin secreto, a
la devoración inmediata».22 La economía capitalista lo somete todo
a la coacción de la exposición.
Solo
la escenificación expositiva engendra el valor; se renuncia a toda
peculiaridad de las cosas. Estas no desaparecen en la
oscuridad, sino en el exceso de iluminación: «Más en general, las
cosas visibles no concluyen en la oscuridad y el silencio: se
desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad».23
El
porno no solo aniquila el eros, sino también el sexo. La exposición
pornográfica produce una alienación del placer sexual. Hace
imposible experimentar el placer. La sexualidad se
disuelve en la ejecución femenina del placer y en la ostentación de
la capacidad masculina. El placer expuesto, puesto ante la mirada, no
es ningún placer. La coacción de la exposición conduce a la
alienación del cuerpo mismo. Este se cosifica como un objeto de
exposición al que hay que optimizar. No es posible habitar en
él. Hay que exponerlo, y con ello explotarlo.
Exposición es explotación. El imperativo de la exposición aniquila
el habitar mismo.
Si
el mundo se convierte en un espacio de exposición, el habitar no es
posible. El habitar cede el paso a la propaganda, que sirve para
elevar el capital de la atención. Habitar significaba
originariamente «estar satisfecho (en paz); llevado a la paz,
permanecer en ella».24 La permanente coacción de la exposición y
el rendimiento amenaza esta paz.
Es
obscena la hipervisibilidad, a la que falta toda negatividad de lo
oculto, lo inaccesible y lo misterioso. También son obscenos los
torrentes lisos de la hipercomunicación, que está libre de toda
negatividad de la alteridad. Es obscena la coacción de
entregar todo a la comunicación y a la visibilidad. Es obsceno el
pornográfico poner el cuerpo y el alma ante la mirada.
El
valor de exposición depende sobre todo del aspecto bello. Así, la
coacción de la exposición engendra una necesidad imperiosa de
belleza y un buen estado físico.
La
operación belleza persigue el fin de maximizar el valor de
exposición. Los modelos actuales no transmiten ningún valor
interior, sino tan solo medidas exteriores, a las que se intenta
corresponder incluso con el uso de medios violentos.
El
imperativo de exposición conduce a una absolutización de lo visible
y exterior. Lo invisible no existe, porque no engendra ningún valor
de exposición, ninguna atención. La coacción de la exposición
explota lo visible.
20.
R. Barthes, La cámara lúcida, Barcelona, Paidós, 2010, p.
143ss.
21.
Ibíd., p. 130ss.
22.
J. Baudrillard, Las estrategias fatales, op. cit., p.
58.
23.
Ibíd., p. 130ss.
24.
M. Heidegger, Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal,
1994, p. 130.
En
La sociedad de la transparencia, de Byung-Chul Han.
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