¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 18 de agosto de 2016

¿Que es un pueblo? La pregunta por su ontología.

Nada es más incierto ni menos necesario que el pueblo para los Estados y gobiernos que lo toman como objeto de sus funciones y base de su legitimación. La pregunta por su ontología, “¿qué es un pueblo?”, señala la tensión con la que el discurso político tiene que luchar para superar un vacío de significación. De esta manera, aceptando la artificialidad, su existencia discursiva, se proponen nuevas definiciones que expanden el problema conceptual hacia otros territorios buscando sus atributos –los pueblos autóctonos, los pueblos originarios, los pueblos americanos–, una cualidad que los devuelve al origen también ficticio de las identidades colectivas, o a su aspecto geográfico –el pueblo catalán, el pueblo español, el pueblo argentino– enfatizando el conflicto económico-social de las independencias. 

 
Estas desviaciones esconden, en realidad, la fuerza individual del pueblo, la que tiene por sí mismo, la que le permite ubicarse como sujeto político y como productor de su propio espacio discursivo. La tensión entre el carácter individual (la agencia del pueblo en tanto promotor de la acción) y la sujeción que el pueblo padece frente al poder hegemónico del Estado. En esta disyuntiva, la dimensión social (la potencia que recibe del estar en común, del reconocimiento de una identificación que lo vuelve colectivo, múltiple) propone un pueblo capaz de oponerse a la uniformidad que la ley le impone y de construirse como sujeto político fuera de la Nación. Mientras que los estados modernos continúan acosando al pueblo, decidiendo por sus límites, la politización de ese pueblo excluido, que se independiza de la forma otorgada por la ley, responde con la lucha permanente, en el terreno de la significación política y en el de la liberación nacional. 
 

Desde la semántica, Alan Badiou puntualiza el contenido revolucionario del adjetivo popular que siempre politiza al sustantivo regresando al origen de la opresión. De este modo, el pueblo recupera su carga política oponiéndose a la masa pasiva que el Estado configura, haciendo de esta exclusión subyacente una virtud que lo exime de la inercia constitucional del Estado. Este pueblo, el verdadero, únicamente tiene sentido en el contexto de la liberación nacional, ya sea en la coyuntura histórica que lo llevó a enfrentarse con el colonialismo y que, aún hoy, resiste las formas más variadas del imperialismo global, o en la oposición interna que le devuelve al Estado su propia negación. En esta acción que recupera para el pueblo la virtud revolucionaria se juega la recuperación del adjetivo nacional que el imperio solo admitía para el pueblo conquistador. “La época de las guerras de liberación nacional canonizó la palabra ‘pueblo + adjetivo nacional’ debido a la imposición de la palabra ‘pueblo’, que a menudo exigió la lucha armada, por parte de aquellos a quienes los colonizadores, considerando ser los únicos ‘verdaderos’ pueblos, le negaban su uso”.

 
Jacques Rancière se refiere a la adulteración que el populismo parece imponerle al pueblo verdadero de la democracia y de la soberanía popular. En la época de los gobiernos neo-socialistas, el filósofo francés nos advierte acerca de la falsa ideología que la amalgama de fuerzas políticas contrarias convergentes en el populismo sostiene como parte de una legitimidad absurda. No existe el pueblo sino a través de las figuras diversas que privilegian ciertos rasgos distintivos, ciertas formas de reunión o ciertas capacidades o incapacidades. Esta ambigüedad esencial contribuye a que el populismo trabaje sobre la construcción del pueblo liberal, aquel que se convierte en el interlocutor del Estado, sobre la caracterización de una elite que gobierna en beneficio de sus propios intereses y sobre la justificación de la explotación bajo la premisa de la inseguridad. “La noción de populismo construye efectivamente un pueblo caracterizado por la temible aleación de una capacidad –la potencia bruta del gran número– y una incapacidad, la ignorancia que se le atribuye a ese mismo gran número”. De esta manera, el populismo justifica la corrupción de las elites gobernantes, su arbitrariedad, el racismo y las distintas formas de discriminación laboral. 

 
De este elemento discursivo, Pierre Bourdieu retoma la cuestión práctica del lenguaje para profundizar en las condiciones sociales de producción. El lenguaje popular es aquel que está excluido de una lengua legítima pero, al mismo tiempo, es un territorio en el que la lengua trabaja desde el propio delito para consolidar una identidad contestataria. Las divisiones aristócratas entre la lengua culta y la popular, entre lo alto y lo bajo, se tensionan para poner en evidencia la lucha ideológica de los estilos, la búsqueda de lo diferente, ya sea para distinguirse de lo común o para reivindicar el estigma como principio de identidad y de transgresión. “La transgresión entre las formas oficiales, lingüísticas u otras, está dirigida al menos tanto contra los dominados ‘ordinarios’, que se someten a ellas, como contra los dominantes o, a fortiori, contra la dominación en cuanto tal”. 

 
La impronta lingüística también prevalece en la aproximación que Judith Butler propone al enigma del pueblo. Un pueblo que construye el “nosotros” desde lo corporal, cuando sale a la calle y cuando se reúne en asamblea para realizar y “actuar” su estar en común. Esta cualidad física, que se une al acto de habla performativo, excede el poder instituido por los discursos y resalta cierta energía anarquista o principio de revolución latente que “depende de un conjunto de cuerpos aglutinados y aglutinantes cuyas acciones los constituyen afectivamente como pueblo”. De esta manera, el pueblo no ocurre únicamente en el lenguaje sino en un antes orgánico que incluye la performance de los cuerpos, la convergencia de acciones en común y una forma de sociabilidad política que no puede ser reducida a la conformidad. 

 
Georges Didi-Huberman se detiene en las representaciones del pueblo para analizar las imágenes a través de las cuales se sintetiza la multiplicidad. Es necesario volver a pensar las relaciones entre estética y política, esta vez desde la partición de lo sensible para reencontrarse con su sentido dialéctico. En términos de una nueva filosofía estética, hacer sensible no es solo volver inteligible, sino impulsar una dialéctica de las imágenes forjada en la dinámica de las apariencias y de las apariciones que tienen los acontecimientos. Esto significa que lo sensible no solo afecta al mundo fenomenológico sino también al sujeto que se deja afectar por él. Aquello que revela una fractura en el sentido y vuelve accesible incluso lo que parece no tenerlo regresa conmoviendo al individuo que ahora quiere saber, que se involucra y siente que algo de ese sentido le concierne. “Nuestros sentidos pero también nuestras producciones significantes sobre el mundo histórico se emocionan por obra de ese volver sensible: emocionar en el doble sentido de la emoción y de la moción o puesta en marcha del pensamiento”. Desde esta perspectiva es posible hallar en lo sensible el síntoma que lo afecta, hacerlo visible para encontrar la imagen de los pueblos destruidos por el trauma, atravesados por la memoria y reconstruidos a través de sus fallas y deseos. 

 
El ensayo de Sadri Khiari se ubica claramente en los relatos de fundación al plantearse la pregunta: ¿contra quién se construye un pueblo? La identidad creada a partir de la Nación no se consolida mediante rasgos internos sino que está siempre anclada en una amenaza externa. El poder siempre se conquista frente a un enemigo y la historia de los pueblos se mide siempre mediante una relación de fuerzas. En esta misma contienda identitaria se hallan mezclados los conceptos de Nación, ciudadanía y soberanía, a través de los cuales se explican y justifican los discursos hegemónicos. Así, se denuncia el pacto republicano que funda la democracia y legitima el colonialismo, la discriminación racial que esconde la perpetuidad de un sistema de privilegios falsamente legitimados y la hipocresía de un enfoque asimilacionista que propone la inclusión a partir de la estigmatización de la religión en función de un pretendido humanismo laico. Los problemas de las clases subalternas en los países imperiales siguen enfrentando la cuestión racial, en el seno de una sociedad capitalista que las oprime.

Hasta aquí, el conjunto de trabajos que reflexionan sobre las distintas dimensiones del problema político encarnado en la definición de “pueblo” (la construcción de identidades colectivas, la discusión sobre la pertenencia y los territorios culturales, la lucha ideológica por delimitar el adentro y el afuera del Estado-Nación). La complejidad del pueblo como concepto político-cultural resalta la necesidad de abordarlo desde múltiples disciplinas y a través de diferentes voces críticas.

Breve reseña de ¿Qué es un pueblo?, Ensayos de Alain Badiou, Pierre Bourdieu, Judith Butler, Georges Didi-Huberman, Sadri Khiari y Jacques Rancière; por Carina González.

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