Una
sentencia de Heráclito, que sólo tiene tres palabras, dice algo tan
simple que en ella se revela inmediatamente la esencia del ethos.
Dicha
sentencia de Heráclito reza así (frag. 119):
éthos anthropos daimon.
Se suele traducir de esta manera: «Su
carácter es para el hombre su demonio».
Esta traducción piensa en términos modernos, pero no griegos. El
término éthos
significa estancia, lugar donde se mora. La palabra nombra el ámbito
abierto donde mora el hombre. Lo abierto de su estancia deja aparecer
lo que le viene reservado a la esencia del hombre y en su venida se
detiene en su proximidad. La estancia del hombre contiene y preserva
el advenimiento de aquello que le toca al hombre en su esencia.
Eso
es, según la frase de Heráclito el daimon, el dios. Así pues, la
sentencia dice: el hombre, en la medida en que es hombre, mora en la
proximidad de dios.
Existe
un relato contado por Aristóteles (de part. anim. A 5, 645a 17) que
guarda relación con la sentencia de Heráclito. Dice así: Se
cuenta un dicho que supuestamente le dijo Heráclito a unos
forasteros que querían ir a verlo. Cuando ya estaban llegando a su
casa, lo vieron calentándose junto a un horno. Se detuvieron
sorprendidos, sobre todo porque él, al verles dudar, les animó a
entrar invitándoles con las siguientes palabras: «También aquí
están presentes los dioses».
El
relato es suficientemente elocuente, pero quiero destacar algunos
aspectos. El grupo de los visitantes forasteros se encuentra en un
primer momento decepcionado y desconcertado cuando en su intromisión
llena de curiosidad por el pensador reciben la primera impresión de
su morada. Creen que deberían encontrar al pensador en una situación
que, frente al modo habitual de vida del resto de la gente, tuviera
la marca de lo extraordinario y lo raro y, por ende, emocionante. Con
su visita al pensador esperan encontrar cosas que, al menos por un
cierto tiempo, les proporcione materia para entretenidas charlas.
Los
forasteros que van a visitar al pensador tal vez esperan sorprenderlo
precisamente en el instante en que, sumido en profundas reflexiones,
piensa. Los visitantes quieren tener esa «vivencia», no
precisamente para ser tocados por el pensar, sino únicamente para
poder decir que han visto y oído a uno del que, a su vez, se dice
que es un pensador. En lugar de todo esto, los curiosos se encuentran
a Heráclito junto a un horno de panadero. Se trata de un lugar de lo
más cotidiano e insignificante. Es verdad que ahí se cuece el pan.
Pero Heráclito ni siquiera está ocupado en esa tarea. Sólo está
allí para calentarse. De modo que delata en ese lugar, ya de suyo
cotidiano, lo elemental que es su vida.
La
contemplación de un pensador friolero presenta poco interés. Y por
eso, ante ese espectáculo decepcionante, los curiosos también
pierden enseguida las ganas de llegarse más cerca. ¿Qué pintan
ahí? Una situación tan cotidiana y sin atractivo como que alguien
tenga frío y se acerque a un horno es algo que ya pueden encontrar
todos en sus casas. Así que, ¿para qué molestarse en ir en busca
de un pensador? Los visitantes se disponen a volver a marchar.
Heráclito lee pintada en sus rostros su curiosidad defraudada. Se da
cuenta de que en ese grupo basta la ausencia de la sensación
esperada para que, recién llegados, ya se sientan empujados a dar
media vuelta. Por eso les anima y les invita de manera expresa a que
entren a pesar de todo, con las palabras: einai
gar kaí entautha theous,
«también
aquí están presentes los dioses».
Esta
frase sitúa la estancia del pensador y su quehacer bajo una luz
diferente. El relato no dice si los visitantes entienden enseguida
esas palabras, o si tan siquiera las entienden, y entonces ven todo
bajo esa otra luz. Pero el hecho de que esa historia se haya contado
y nos haya sido transmitida hasta hoy se explica porque lo que cuenta
procede de la atmósfera de este pensador y la caracteriza. kaí
entautha, «también aquí», al lado del horno, en ese lugar tan
corriente, donde cada cosa y cada circunstancia, cada quehacer y
pensar resultan familiares y habituales, es decir, son normales y
ordinarios, «también aquí», en el círculo de lo
ordinario, eänai theous, ocurre que «los dioses están
presentes».
En
Carta sobre el humanismo, de Martin Heidegger.
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