De
todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su
sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre
es espíritu. No es cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo
odio a los ociosos que leen. Quien conoce al lector no hace ya nada
por el lector. Un siglo de lectores todavía – y hasta el espíritu
olerá mal. El que a todo el mundo le sea lícito aprender a leer
corrompe a la larga no sólo el escribir, sino también el pensar. En
otro tiempo el espíritu era Dios, luego se convirtió en hombre, y
ahora se convierte incluso en plebe. Quien escribe con sangre y en
forma de sentencias, ése no quiere ser leído, sino aprendido de
memoria.
En
las montañas el camino más corto es el que va de cumbre a cumbre:
mas para ello tienes que tener piernas largas. Cumbres deben ser las
sentencias: y aquellos a quienes se habla, hombres altos y robustos.
El aire ligero y puro, el peligro cercano y el espíritu lleno de una
alegre maldad: estas cosas se avienen bien. Quiero tener duendes a mi
alrededor, pues soy valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas se
crea sus propios duendes,- el valor quiere reír.
Yo
ya no tengo sentimientos en común con vosotros: esa nube que veo por
debajo de mí, esa negrura y pesadez de que me río, – cabalmente
ésa es vuestra nube tempestuosa. Vosotros miráis hacia arriba
cuando deseáis elevación. Y yo miro hacia abajo, porque estoy
elevado. ¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado?
Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las
tragedias, de las del teatro y de las de la vida. Valerosos,
despreocupados, irónicos, violentos – así nos quiere la
sabiduría: es una mujer y ama siempre únicamente a un guerrero.
Vosotros
me decís: «la vida es difícil de llevar». Mas ¿para qué
tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra resignación
por las tardes? La vida es difícil de llevar: ¡no me os pongáis
tan delicados! Todos nosotros somos guapos, borricos y pollinas de
carga. ¿Qué tenemos nosotros en común con el capullo de la rosa,
que tiembla porque tiene encima de su cuerpo una gota de rocío? Es
verdad: nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir,
sino porque estamos habituados a amar. Siempre hay algo de demencia
en el amor. Pero siempre hay también algo de razón en la demencia.
Y también a mí, que soy bueno con la vida, paréceme que quienes
más saben de felicidad son las mariposas y las burbujas de jabón, y
todo lo que entre los hombres es de su misma especie. Ver revolotear
esas almitas ligeras, locas, encantadoras, volubles – eso hace
llorar y cantar a Zaratustra.
Yo
no creería más que en un dios que supiese bailar. Y cuando vi a mi
demonio lo encontré serio, grave, profundo, solemne: era el espíritu
de la pesadez – él hace caer a todas las cosas. No con la cólera,
sino con la risa se mata. ¡Adelante, matemos el espíritu de la
pesadez!
He
aprendido a andar: desde entonces me dedico a correr. He aprendido a
volar: desde entonces no quiero ser empujado para moverme de un
sitio. Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo a mí mismo por
debajo de mí, ahora un dios baila por medio de mí. Así habló
Zaratustra.
En
Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche.
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