Los
logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía,
se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura
requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda.
Esta es reemplazada progresivamente por una forma de atención por
completo distinta, la hiperatención. Esta atención dispersa se
caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas,
fuentes de información y procesos. Dada, además, su escasa
tolerancia al hastío, tampoco admite aquel aburrimiento profundo que
sería de cierta importancia para un proceso creativo.
Walter
Benjamin llama al aburrimiento profundo «el
pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia».
(17)
Según él, si el sueño constituye el punto
máximo de la relajación corporal, el aburrimiento profundo
corresponde al punto álgido de la relajación espiritual. La
pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya
existente. Benjamin lamenta que estos nidos
del tiempo y el sosiego del pájaro de sueño desaparezcan
progresivamente. Ya no se «teje ni se hila».
Expone que el aburrimiento es «un paño
cálido y gris formado por dentro con la seda más ardiente y
coloreada», en el que «nos
envolvemos al soñar». En «los
arabescos de su forro nos encontramos entonces en casa».
(18) A
su parecer, sin relajación se pierde el «don
de la escucha» y la «comunidad
que escucha» desaparece. A esta se le opone
diametralmente nuestra comunidad activa. «El
don de la escucha» se basa justo en la
capacidad de una profunda y contemplativa atención, a la cual el ego
hiperactivo ya no tiene acceso.
Quien
se aburra al caminar y no tolere el hastío deambulará inquieto y
agitado, o andará detrás de una u otra actividad. Pero, en cambio,
quien posea una mayor tolerancia para el aburrimiento reconocerá,
después de un rato, que quizás andar, como tal, lo aburre. De este
modo, se animará a inventar un movimiento completamente nuevo.
Correr no constituye ningún modo nuevo de andar, sino un caminar de
manera acelerada. La danza o el andar como si se estuviera flotando,
en cambio, consisten en un movimiento del todo diferente.
Únicamente
el ser humano es capaz de bailar. A lo mejor, puede que al andar lo
invada un profundo aburrimiento, de modo que, a través de este
ataque de hastío, haya pasado del paso acelerado al paso de baile.
En comparación con el andar lineal y rectilíneo, la danza, con sus
movimientos llenos de arabescos, es un lujo que se sustrae totalmente
del principio de rendimiento.
17.
W. Benjamin, «El narrador», en Iluminaciones
IV. Para una crítica de la violencia y otros ensayos,
Madrid, Taurus, 1991, p. 118.
18.
Íd., Libro
de los pasajes, Madrid, Akal, 2005, p. 131.
En
La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han.
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