(...)
Así saco de lo absurdo tres consecuencias, que son mi rebelión, mi
libertad y mi pasión. Con el solo juego de la conciencia transformo
en regla de vida lo que era invitación a la muerte, y rechazo el
suicidio. Conozco, sin duda, la sorda resonancia que corre a lo largo
de estas jornadas. Pero sólo tengo que decir que es necesaria.
Cuando
Nietzsche escribe: "Parece claramente que lo principal en el
cielo y en la tierra es obedecer largo tiempo y en una misma
dirección: a la larga resulta de ello algo por lo que vale la pena
vivir en esta tierra, como por ejemplo la virtud, el arte, la música,
la danza, la razón, el espíritu, algo que transfigura, algo
refinado, loco o divino", ilustra la regla de una moral de
gran porte. Pero muestra también el camino del hombre absurdo.
Obedecer a la llama es a la vez lo más fácil y más difícil. Es
bueno, sin embargo, que el hombre, al medirse con la dificultad, se
juzgue de vez en cuando. Es el único que puede hacerlo.
"La
plegaria —dice Alain— se hace cuando la noche desciende
sobre el pensamiento". "Pero es necesario que el espíritu
se encuentre con la noche", contestan los místicos y los
existencialistas. Ciertamente, pero no esa noche que nace bajo los
ojos cerrados y por la sola voluntad del hombre, noche sombría y
cerrada que el espíritu suscita para perderse en ella. Si debe
encontrarse con una noche, ésta debe ser más bien la de la
desesperación, que sigue siendo lúcida, noche polar, vigilia del
espíritu, de la que surgirá, quizás, esa claridad blanca e intacta
que dibuja cada objeto en la luz de la inteligencia. A esta altura,
la equivalencia coincide con la comprensión apasionada.
Entonces
ni siquiera se trata de juzgar el salto existencial. Vuelve a ocupar
su fila en medio del fresco secular de las actitudes humanas. Para el
espectador, si es consciente, ese salto sigue siendo absurdo. En la
medida en que cree resolver la paradoja, la restituye por completo. A
este título, es conmovedor. A este título, todo vuelve a ocupar su
lugar y el mundo absurdo renace con su esplendor y su diversidad.
Pero
es malo detenerse, difícil contentarse con una sola manera de ver,
privarse de la contradicción, la más sutil, quizá, de todas las
formas espirituales. Lo que precede define solamente una manera de
pensar. Ahora se trata de vivir.
En
El mito de Sísifo, de Albert Camus.
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