La
primera confesión concedida tiene que ver con el título propuesto:
«Historia de la mentira» Si lo desplazamos ligeramente,
haciendo deslizar una palabra bajo la otra, parece imitar el célebre
título de un texto que antes me interesó mucho. En El ocaso de
los ídolos, Nietzsche llama «Historia de un error»
(Geschichte eines Irrtums) a una especie de relato en seis episodios
que, en una sola página, narra en suma, nada menos que el mundo
verdadero (die wahre Welt), la historia del «mundo verdadero». El
titulo de este relato ficticio anuncia la narración de una
afabulación: «Cómo ‘el mundo verdadero’ terminó por
convertirse en una fábula (Wie die ‘wahre Welt’ endlich zur
Fabel wurde)».
Por consiguente, no se nos contará una fábula sino,
en cierto modo, cómo llegó a tramarse una fábula. Tal como si
fuera posible un relato verdadero acerca de la historia de esa
afabulación y de una afabulación que, precisamente, no produce otra
cosa que la idea de un mundo verdadero, lo que amenaza arrastrar
hasta la pretendida verdad del relato: «Cómo ‘el mundo verdadero’
terminó por convertirse en una fábula (Wie die ‘wahre Welt’
endílch zur Fabel wurde)». «Historia de un error» no es más que
un subtitulo. Esta narración fabulosa sobre una fabulación, sobre
la verdad como afabulación, es un truco teatral. Pone en escena
personajes que, para nosotros estarán
más o menos presentes como espectros, entre bastidores: en primer
lugar Platón, quien, según Nietzsche, dice: «Yo, Platón, soy la
verdad», después la promesa cristiana con los rasgos de una mujer,
luego el imperativo kantiano, la «pálida idea koenigsberguiana»,
después aún el canto del gallo positivista y por fin el mediodía
zaratustriano. Volveremos a nombrar a todos esos espectros, pero
también apelaremos a otro, que Nietzsche no nombra: San Agustín. Es
verdad que este último, en sus grandes tratados sobre la mentira (De
mendacio o Contra mendacium), siempre está en diálogo con San
Pablo, quien, por su parte, fue un íntimo de Nietzsche, el
adversario privilegiado de un ensañado Nietzsche.
Pero
si el recuerdo de este texto fabuloso no debe abandonarnos, la
historia de la mentira no podría ser la historia de un error, aunque
fuera la de un error en la constitución de lo verdadero, en la
historia misma de la verdad como tal. En este texto polémico e
irónico de Nietzsche, en la vena de esta fábula sobre una
afabulación, la verdad, la idea del «mundo verdadero» seria un
«error».
Pero
en principio y en su determinación clásica, la mentira no es el
error. Se puede estar en el error, engañarse sin tratar de engañar,
y por consiguiente, sin mentir. Es verdad que mentir, engañar y
engañarse se inscriben en la categoría de lo pseudológico.
Pseudos, en griego, puede significar la mentira tanto corno la
falsedad, la astucia o el error, el engaño, el fraude, tanto como la
invención poética, lo que multiplica los malentendidos sobre lo que
puede querer decir un malentendido y esto no simplifica la
interpretación de un diálogo «refutativo» tan denso y agudo como
el Hipias menor (è peri tou pseudous, anatreptinkos). Es verdad
también que Nietzsche parece sospechar que el platonismo o el
cristianismo, el kantismo y el positivismo mintieron cuando
intentaron hacernos creer en un «mundo verdadero». Mentir no es
engañarse ni cometer un error. Uno no miente diciendo simplemente lo
falso, al menos si creemos de buena fe en la verdad de lo que
pensamos u opinamos. San Agustín lo recuerda en la introducción de
su De mendacio donde por lo demás, propone una distinción entre
la creencia y la opinión, distinción que podría ser para nosotros,
todavía hoy, y hoy de manera novedosa, de gran alcance. Mentir es
querer engañar al otro, y a veces aún diciendo la verdad. Se puede
decir lo falso sin mentir, pero también se puede decir la verdad con
la intención de engañar, es decir mintiendo. Pero no se miente si
se cree en lo que se dice, aún cuando sea falso. Al declarar que
cualquiera que enuncie un hecho que le parezca digno de ser creído o
que en su opinión sea verdadero, no miente, aunque el hecho sea
falso, San Agustín parece excluir la mentira a uno mismo y ésta es
una cuestión en la que insistiremos: ¿es posible mentir a sí mismo
y todo autoengaño, toda astucia para consigo mismo, merece el nombre
de mentira?
Cuesta
creer que la mentira tenga una historia. ¿Quién se atrevería a
contar la historia de la mentira? ¿Y quién la propondría como una
historia verdadera? Pues suponiendo, concesso non dato, que la
mentira tenga una historia, aún se debería poder contarla sin
mentir. Y sin ceder demasiado fácilmente a un esquema convencional y
dialéctico que hiciera participar a la historia del error, como
historia y trabajo de lo negativo, en el proceso de la verdad, en la
verificación de la verdad referida al saber absoluto. Si hay una
historia de la mentira, es decir del falso testimonio, y si apunta a
alguna radicalidad del mal que llamamos mentira o perjurio, ella no
sería reapropiable por una historia del error o de la verdad. Por
otro parte, si según parece, la mentira supone la invención
deliberada de una ficción, no por eso toda ficción o toda fábula
viene a ser una mentira; y tampoco la literatura. Ya se pueden
imaginar mil historias ficticias de la mentira, mil discursos
inventivos destinados al simulacro, a la fábula y a la producción
de formas nuevas sobre la mentira, y que no por eso sean historias
mentirosas, es decir, si nos guiamos por el concepto clásico y
dominante de mentira, historias que no sean perjurios o falsos
testimonios.
Fragmento
de Historia de la mentira:
Prolegómenos, de
Jacques Derrida. (Conferencia
dictada en Buenos Aires en 1995. Organizada por la Facultad de
Filosofía y Letras y por la Universidad de Buenos Aires)
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