¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Onfray: La pequeña política.

Que la política haya dejado de ser un sacerdocio, una funcion espiritual ancestralmente asociada al sacerdote y al militar y luego que, en lugar de hombres para servirla, solo encontremos homúnculos que se sirven de ella, no presenta ninguna duda.

La gran política a cuya vocación apelaba Nietzsche se atrofia en una pequeña política que se reduce a quienes abrazan la carrera para administrar el capitalismo y sus crisis, acompañarlo en todos sus momentos, compartir sus causas, sus retrocesos, sus rechazos, sus insolencias, sus violencias, cuando no disfrutar directamente de este acompañamiento. En la pequeña política, la carrera no reconoce otra cosa que gestores reducidos a la inacción, pues en el régimen capitalista, el verdadero poder político se concentra en los capitanes de industria y sus asociados, que aumentan su poder con su riqueza, y a la inversa. Los propietarios y los políticos, que se niegan a reconocer el vacío de su poder político, se refugian en el poder simbólico de la representación, el verbo, la palabra.


Envueltos en el debilitamiento de su verdadero poder, cuando aceptan las reglas de juego liberales se ven reducidos al Teatro, la declamación, la declaración de principios, el psitacismo televisivo, la arrogancia de las manifestaciones de poder de esas cáscaras vacías que son los desplazamientos oficiales, militarizados, con exhibición de los signos externos del poder: motoristas, banderas, banderines, policías y gendarmes, compañías republicanas de seguridad y servicios especiales, poderosos coches de ventanillas con cristales tintados y para los que no hay límite de velocidad ni código de circulación que valga, vehículos abarrotados de médicos y cirujanos especializados en intervenciones difíciles 0 cortesanos infatuados, pretenciosos y pagados de sí mismos.

Pero el convoy está vacío: el verdadero poder zumba en la cibernética, cómplice de quienes organizan los flujos de dinero y controlan según sus medios las mitosis y las meiosis detectables en el material celular de los capitales flotantes, cuerpos virtuales en los que el verdadero poder agota su esencia y la contempla.

De donde esta extraña sensación de asistir, con ocasión de las manifestaciones teatrales de estos hombres de la pequeña política, en las antípodas de lo grande y de lo sublime, a la eterna ceremonia de la búsqueda del poder, incluso y sobre todo cuando ocupan los cargos mas altos. La prueba de su verdadera impotencia es que, investidos de los atributos del poder real, con el cetro en la mano, hablan como si todavía, y siempre, estuvieran en la oposición. lncapaces de actuar y sin ningun deseo de poner en evidencia su magnífica impotencia, sólo enuncian los contornos de su acción -para mañana- mientras convierten el presente en la escena perpetua de futuras fiestas que nunca llegan.

El sistema parlamentario propone un vivero para estas comedias. Se juntan allí los que no aspiran tanto a la sublimidad en materia política como a la de su mezquina carrera personal. El hemiciclo hace las veces de cámara de descompresión de las legítimas reivindicaciones. Metamorfoseadas, diluidas en la escolastica moderna del formalismo jurídico, irreconocibles merced al juego de las enmiendas, terminan por ser tan inútiles como si jamás hubieran visto la luz. Derecha e izquierda se pelean por detalles. Cuando se trata de afrontar discusiones en las que la derecha endurece su posición acerca de la posibilidad de expulsar a los inmigrantes, la izquierda, dado que ya es tarde, se va a dormir, con lo que evita a sus heraldos el empantanamiento profesional que sin duda derivaría en las proximas elecciones del voto hostil del buen pueblo, siempre al borde del racismo y la xenofobia.


Efectivamente, ahí es donde actua el veneno, en la subordinación de la acción a los ridículos y minúsculos fines de la permanencia en la función. No molestar al elector, no contrariarlo, jurarle la excelencia en lo insípido o en discursos artificiosamente encubridores de la realidad y, sobre todo, reiterar la profesión de fe al modo mágico y religioso de los derviches giradores. El parlamentario se agita bajo sus oropeles de figurante en el escenario en el que trata de preservar y enmascarar lo que, entre bastidores, traman los actores realmente decisivos. Si lo supiera lo negaría, pues su excesiva vanidad no le permite aceptar la pobreza de su papel. Lejos de producir las leyes, de contribuir a la noble tarea de legislar para la nación, obedece a las consignas de su partido, que, a su vez, tiende a la propulsion de su lider a los mandos del cargo de máximo nivel, el trono, este sustituto republicano de la función monarquica.

Un parlamentario sin partido no tiene mas existencia que un candidato a presidente sin partido. La pequeña política sirve a los intereses particulares de algunos, una oligarquía sostenida unicamente por la distribución de prebendas y favores ilícitos que competen a la inmunidad y otras ventajas asociadas a la función que legitíma la existencia de una casta no sometida a los mismos derechos o deberes que el ciudadano común. Paradojicamente, la excelencia del principio de igualdad absoluta ante la ley emanada de la Revolución Francesa ha dejado de existir en los lugares de representación popular en los que se apela al pueblo para permitir el funcionamiento de una aristocracia, no ya del mérito ni del dinero, sino de la servidumbre. Nunca las virtudes servíles han sido tan enaltecidas, celebradas y mantenidas. ¿Hay práctica mas vil, desde la corte real de los Luises, que este nuevo sistema parlamentario de adulación cortesana, figuración y engaño?

En Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión, de Michel Onfray.

 


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