¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 8 de noviembre de 2016

Burroughs: Borren la palabra para siempre.

Burroughs compartió con sus compatriotas - compañeros de ruta de los 50 y 60 el ideal a veces algo vago, por demasiado vasto, de la liberación, entendido no como liberación nacional (ellos eran el imperio, al fin y al cabo), sino personal, o a veces grupal (mujeres, negros, homosexuales): la lucha era contra el «sistema» (denominación omniabarcadora, pero no por ello menos real, que incluye al Estado, al aparato educativo, a los medios masivos y al mercado). 

 
Novelas como El almuerzo desnudo y Nova Express proponen la metáfora de la adicción como figura de toda forma de control: en ellas entendemos que vivimos en un mundo de adictos, donde los poderes del Estado y el mercado nos dominan mediante la adicción a las drogas, al dinero, al poder, al consumo, al sexo, y a la palabra.

Pero si lo que queremos es liberarnos, ¿cómo liberarnos de ésta última —la palabra— que, según parece y nos vienen diciendo desde hace milenios, es lo que constituye al ser humano en cuanto tal, lo que nos diferencia, pongamos el caso, de los animales? La primera parte de este libro, «Retroalimentación de Watergate al jardín del Edén», nos ofrece una primera respuesta: no es la palabra en sí, sino la escritura, lo que nos separa de ellos. Porque como Burroughs explica en La revolución electrónica y también en otros textos, «el lenguaje es un virus» que en tanto tal no ha sido creado por el hombre, sino que lo ha invadido y vive en él como un parásito; y es un virus —y no una bacteria u otro organismo— porque es algo no viviente que al introducirse en un ser vivo usurpa las características de la vida; puede reproducir sus cadenas informativas dentro del organismo y luego infectar a otros (mediante un proceso que los lingüistas llaman «adquisición del lenguaje») y puede, incluso, matar.

Pero para darle a este descubrimiento todo su valor político hay que destacar que no se trata de una metáfora ni mucho menos de una comparación: es una verdad literal. Burroughs no dice que el lenguaje es como un virus sino que el lenguaje es un virus altamente especializado, porque no sólo no es humano, ni siquiera es terrestre: «El lenguaje es un virus del espacio exterior». En el momento de su formulación, la teoría de Burroughs pudo parecer delirante, fruto de una mente quemada por veinte años de adicción, o —lo que constituye una forma más insidiosa de descrédito— deliciosamente imaginativa, «poética».


Pocos años más tarde, la aparición de los virus de las computadoras —que son sin ninguna duda virus de lenguaje— probaría empíricamente la exactitud de sus predicciones. El descubrimiento de Burroughs permite también resolver la aparente contradicción de un escritor que dice estar contra la palabra: «Borren la palabra para siempre». ¿Se puede combatir a la palabra con palabras? No hay otra manera, nos explicará: la tarea del escritor es trabajar el lenguaje como inoculación, como vacuna; la palabra literaria fortifica el organismo contra las formas más insidiosas del mal; las palabras de los políticos, de los militares, de los comunicadores sociales, de los médicos, los psiquiatras… 

Al igual que en el yoga, en el Zen y en la obra de algunos autores como Beckett, la búsqueda de Burroughs es la búsqueda del silencio, es decir, de manera muy simple, los estados no verbales de la mente, la ausencia de palabras en la conciencia: el estado de silencio equivale a la cura del virus del lenguaje que, a la manera de la cura de los virus no verbales, no se alcanza expulsándolo del organismo sino volviéndolo inocuo; quien la alcanza puede luego coexistir con el invasor sin ser dominado, manejado, dicho por él. Sólo quien ha alcanzado el estado de silencio puede ser dueño de su lenguaje.

En La revolución electrónica, de William S. Burroughs.


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