El
hombre que era, sin saberlo, el diablo.
Un
caballero de la calle Caracas resolvió negociar su alma.
Siguiendo los ritos alcanzó a convocar a Astaroth,
miembro de la nobleza infernal.
-
Deseo vender mi alma al diablo -declaró.
-
No será posible- contestó Astaroth.
-
¿Por qué?
-
Porque usted es el diablo.
El
hombre que pedía demasiado.
Satanás:
¿Que pides a cambio de tu alma?
Hombre:
Exijo riquezas, posesiones, honores y distinciones.... Y también
juventud, poder, fuerza y salud... Exijo sabiduría, genio,
prudencia... Y también renombre, fama, gloria y buena suerte... Y
amores, placeres, sensaciones... ¿Me darás todo eso?
Satanás:
No te daré nada.
Hombre:
Entonces no tendrás mi alma.
Satanás:
Tu alma ya es mía. (Desaparece)
Algunos
relatos del barrio señalan la evidencia de posesiones diabólicas.
Siempre se sospecho de los cantores de jazz, porque tenían la
posibilidad de hablar un idioma que desconocían. Jorge
Allen se jactaba de tener un alma inhóspita y juraba
que varios demonios habían tratado de usurparla sin aguantar más de
media hora. También se hablaba de incubos y sucubos que mantenían
amores con personas desprevenidas.
Papini
sostenía la imposibilidad de los contratos infernales. El diablo
-decía- no necesita complicadas cláusulas para capturar almas. Y
cabe suponer que un hombre tan estúpido como para renunciar al cielo
a cambio de unos años de fortuna ya esta perdido antes de firmar
nada.
A
mi me parece adivinar que estamos ante una alegoría. Tal vez no
existan las cruentas rúbricas ni los rituales. Pero es posible que
algunas de nuestras conductas sean -secretamente- la suscripción de
un acuerdo. Quizás muchos de nosotros hemos vendido nuestra alma al
diablo, al precio miserable de sentirnos satisfechos de nuestra
integridad.
Creo
que hoy -como entonces- los demonios andan cerca. Ya no tienen para
nuestra desgracia, el horrible aspecto que antaño daba una cierta
lealtad a su malevolencia. Ahora se nos aparecen amables y
sonrientes, cuando no angelicales. Es difícil, muy difícil,
reconocer al diablo, adivinar de que modo hemos firmado e imaginar
que clase de infierno nos espera.
Me
gustaria pensar que las almas puras alcanzan a percibir unas pálidas
señales. Y así como muchos pactan sin saberlo, otros, sin saberlo,
no pactan. El cielo nos proteja de los demonios, de sus empleados, de
sus víctimas y de los malvados que viven convencidos de su bondad.
En
Crónicas del ángel gris, de Alejandro Dolina.
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