¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Mientras yo sea cobarde todo existe.

La verdad no sueña nunca, dijo un filósofo oriental. Por eso no nos importa. ¿Qué íbamos a hacer con su fútil realidad? Ella únicamente existe en mentes de sabios, en prejuicios escolásticos, en la mediocridad de todas las enseñanzas.

Pero el espíritu, al que lo infinito dotó de alas, el sueño es más real que todas las verdades. El mundo no es; se crea cada vez que el estremecimiento de un principio atiza las ascuas de nuestra alma. El yo es un promontorio en la nada que sueña con un espectáculo de realidad.

El valor te coloca entre un ser y un no ser, vuelas entre mundos que son y que no son. Mientras yo sea cobarde todo existe, pero, revestido con la armadura de caballero del espíritu, aplasto los surcos de la naturaleza y pisoteo las semillas de la ilusión. De buen grado hemos insuflado vida a las cosas que se ven. ¿Acaso la existencia no resulta cómoda para la respiración?

Como ser parece ser preferible a su contrario, nos hemos acostumbrado a él y nos sentimos mejor. ¿Para qué nos valdría saber que sólo lo imaginamos, que lo experimentamos cuando prolongamos nuestro duermevela? ¿De dónde se difunde la luz del espacio que parece una aniquilación encantadora? ¿Del sol? No. Del reflejo de los ardores de la sangre sobre un fondo azul. De los mismos que siembran la noche de centellas petrificadas. El universo es un pretexto dinámico del pulso, una autosugestión del corazón.

En Breviario de los vencidos, de Emil M. Ciorán.


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