¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 22 de noviembre de 2016

La sociedad íntima.

El mundo del siglo XVIII es un teatro del mundo. El espacio público se parece a un escenario teatral. La distancia escénica impide el contacto inmediato entre cuerpos y almas. Lo teatral se opone a lo táctil. La comunicación pasa a través de formas rituales y signos, y esto alivia el alma.

En la modernidad se renuncia cada vez más a la distancia teatral a favor de la intimidad. Richard Sennett ve ahí una funesta evolución, que quita a los hombres la posibilidad «de jugar con las propias imágenes externas y adornarlas con sentimiento».1


La formalización, el convencionalismo y el ritualismo no excluyen la expresividad. El teatro es un lugar para las expresiones. Pero estas son sentimientos objetivos y no una manifestación de interioridad psíquica. Por eso son representadas y no expuestas. El mundo no es hoy ningún teatro en el que se representen y lean acciones y sentimientos, sino un mercado en el que se exponen, venden y consumen intimidades. El teatro es un lugar de representación, mientras que el mercado es un lugar de exposición.

Hoy, la representación teatral cede el puesto a la exposición pornográfica. Sennett sostiene «que la teatralidad se halla en una relación específica, concretamente en una relación enemiga con la intimidad, así como en una relación no menos específica, aunque amistosa, con una vida pública desarrollada».2

La cultura de la intimidad va unida a la caída de aquel mundo objetivo, público, que no es ningún objeto de sensaciones y vivencias íntimas. Según la ideología de la intimidad, las relaciones sociales son tanto más reales, cabales, creíbles y auténticas cuanto más se acercan a las necesidades internas de los individuos. La intimidad es la fórmula psicológica de la transparencia. Se cree conseguir la transparencia del alma por el hecho de revelar los sentimientos y emociones íntimos, desnudando así el alma.

1. R. Sennett, Verfall und Ende des öffentlichen Lebens. Die Tyrannei der Intimität, Berlín, 2008 (trad. cast. El declive del hombre público, Barcelona, Anagrama, 2011), p. 81.

2. Ibíd.
En La sociedad de la transparencia, de Byung-Chul Han.

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