¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Carrera de palabras.

Basta para convencerse de que la historia de las ideas no es más que un desfile de vocablos convertidos en otros tantos absolutos destacar los acontecimientos filosóficos más señalados del último siglo.

Conocido es el triunfo de la «ciencia» en la época del positivismo. Quien se reclamaba de ella podía desvariar tranquilo: todo le estaba permitido desde el momento que invocaba el «rigor» o la «experiencia». La Materia y la Energía hicieron poco después su aparición: el prestigio de sus mayúsculas no duró mucho tiempo. La indiscreta, la insinuante Evolución ganaba terreno a sus expensas. Sinónimo científico del «progreso», contrapartida optimista dcl destino, pretendía eliminar todo misterio y regir las inteligencias: se le tributó un culto comparable al que se le rendía al «pueblo». Aunque tuvo la suerte de sobrevivir a su boga, ya no despierta empero ningún acento lírico: quien la exalta se compromete o está anticuado.


Hacia el comienzo de siglo se tambaleó la confianza en los conceptos. La Intuición, con su cortejo: durée, élan, vie, debía aprovecharse y reinar durante cierto tiempo. Después hizo falta algo nuevo: llegó la vez de la Existencia. Palabra mágica que excitó a especialistas y «dilettantes». Por fin se había encontrado la clave. Y ya no era uno un individuo, se era un Existente.

¿Quién hará un diccionario de los vocablos por épocas, una recensión de las modas filosóficas? La empresa nos diría que un sistema se pasa de moda por su terminología, se desgasta siempre por la forma. A tal pensador, que quizá nos interesase aún, rehusamos leerlo porque nos es imposible soportar el aparato verbal que revisten sus ideas. Los préstamos de la filosofía son nefastos para la literatura. (Pensemos en ciertos fragmentos de Novalis echados a perder por el lenguaje fichteano). Las doctrinas mueren por lo que había asegurado su éxito: por su estilo. Para que revivan, nos es preciso repensarlas en nuestra jerga actual o imaginarlas antes de su elaboración, en su realidad original e informe.

Entre los vocablos importantes, hay uno cuya carrera, particularmente larga, suscita reflexiones melancólicas. He nombrado al Alma. Cuando considera uno su lamentable fin, su estado actual, se queda uno atónito. Había empero comenzado bien. Recuérdese el lugar que el neoplatonismo le concedía: principio cósmico, derivado del mundo inteligible. Todas las doctrinas antiguas marcadas por el misticismo se apoyaban en ella. Menos preocupado de definir su naturaleza que de determinar su uso por el creyente, el cristianismo la redujo a dimensiones humanas. ¡Cuánto debió echar de menos ella la época en que abarcaba la naturaleza y gozaba del privilegio de ser a la vez inmensa realidad y principio explicativo! En el mundo moderno, consiguió volver a ganar poco a poco terreno y consolidar sus posiciones. Creyentes e incrédulos debían tomarla en cuenta, cuidarla y enorgullecerse de ella; aunque no fuera más que para combatirla, se la citaba incluso en lo más recio del materialismo; y los filósofos, tan reticentes respecto a ella, le reservaban, sin embargo, un rinconcito en sus sistemas.

¿Quién se preocupa de ella hoy? Sólo se la menciona por inadvertencia; su puesto está en las canciones: sólo la melodía logra hacerla soportable, lograr que se olvide su vetustez. El discurso ya no la tolera: habiendo revestido demasiados significados y servido para demasiados usos, está deslucida, deteriorada, envilecida. Su patrón, el psicólogo, a fuerza de darle vueltas y más vueltas, tenía que acabar con ella. De este modo, ya no despierta en nuestras conciencias más que esa nostalgia asociada a los logros hermosos pasados para siempre. ¡Y pensar que antaño los sabios la veneraban, la ponían por encima de los dioses y la ofrecían el universo para que dispusiese a su gusto!

En La tentación de existir, de Emil M. Cioran.


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