¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

El nirvana estético del mundo.

De todo lo que es efímero (y nada hay que no lo sea), cosecha sensaciones, esencias e intensidades. ¿Dónde buscar lo real? En ninguna parte fuera de la gama de las emociones. Lo que no sube hasta ellas es como si no exisitiera. Un universo neutro es algo más ausente que uno ficticio. Solamente el artista hace al mundo presente y solamente la expresión salva las cosas de su irrealidad fatal.

¿Qué te queda de todo cuanto has vivido? Las alegrías y los sufrimientos anónimos pero a los que les has encontrado un nombre. La vida dura lo mismo que nuestros estremecimientos. Sin ellos, es polvo vital.


Elevemos lo que se ve al rango de alucinación; lo que se oye, al nivel de la música, y es que en sí mismo, nada es. Nuestras vibraciones constituyen el mundo; la relajación de los sentidos, sus pausas. Tal y como la Nada se vuelve Dios mediante la oración, de igual forma la apariencia se torna naturaleza gracias a la expresión. La palabra roba las prerrogativas a la nada inmediata en la que vivimos, le quita la fluidez y la inconstancia. ¿Cómo nos las arreglaríamos en la espesura de las sensaciones sin fijarlas en formas, en lo que no es? Así les atribuimos ser. La realidad es apariencia solidificada.

La angustia negativa de la carne, las protestas bíblicas de la sangre, la imagen de la muerte inmediata y la magia desastrosa de la enfermedad, palidecen ante la desesperanza que emana de los esplendores del mundo. Y el recuerdo del dolor más preciso y más lacerante, del enloquecimiento más seguro de la materia sometida al yo, se me borraría ante el tormento extático de los ornamentos terrestres. Cuando estando solo en montañas o en mares, en medio de silencios apacibles o sonoros, bajo abetos nostálgicos o palmeras inmanentes, los sentidos se levantan con el mundo por encima del tiempo, la felicidad de estar rodeado de belleza y la seguridad de perderla en el tiempo me desgarraban tan cruelmente, que el paisaje se disolvía en la sustancia equívoca y solemne de una desconsolada admiración. Sólo la fealdad es indolora. Pero el encanto de las apariencias que comprometen a las alturas es más estremecedor que todos los infiernos inventados por la delicadeza del hombre. No son sus padecimientos los que me han expulsado del mundo, sino que, por haber visto demasiado a menudo el paraíso sobre la tierra, mis sentidos se han fundido con la desgracia. ¿Por qué en la perfección del instante absoluto un murmullo de temporalidad me hacía volver a las atrocidades del tiempo?

Si alguna vez viste caer mansamente las flores de un almendro bajo las caricias de la brisa y al cielo mediterráneo descender entre sus ramas, para que el ojo no se pueda imaginar ninguna otra cosa por encima de ese esplendor floral, entonces tú te habrás desprendido también de los instantes para caer más terriblemente en los desiertos del tiempo. El miedo al fin de los estremecimientos ha envenenado el paraíso de mis sentidos, porque nada tendría que terminar en los sentidos enraizados en la naturaleza. Los esplendores del mundo me han apuñalado más cruelmente que los arrebatos de la carne y he sangrado más en la felicidad que en la desesperación.

El enrarecimiento místico del tiempo en la nada absoluta de la belleza... Nutrir con él las esperanzas de mi sangre, con las ondulaciones y reflejos armoniosos de la eterna inutilidad. Las razones de ser existen solamente en las apariencias por las que uno quisiera morir... ¿Ocuparán los pétalos el lugar de las ideas?

El tiempo demanda otra savia, las venas otro murmullo, la carne otras falacias... Un mundo directo y absolutamente inútil; rosas al alcance de todos, y que las ninfas de la razón no osarían coger...

¿Por qué habremos buscado redenciones en otros mundos si las ondulaciones de éste pueden volvernos eternos con más dulces aniquilaciones? Arrancaré una nada embriagadora de todas las floraciones y me haré de las corolas y de los campos un lecho donde dormir. Y ya no huiré a las estrellas ni me refugiaré en lejanías lunares.

El nirvana estético del mundo: alcanzar lo supremo en medio de supremas apariencias. Ser nada y todo en la espuma de lo inmediato. Y elevarse a los límites del yo, en lo inmediato y en lo pasajero.

En Breviario de los vencidos, de Emil M. Cioran.


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