De
todo lo que es efímero (y nada hay que no lo sea), cosecha
sensaciones, esencias e intensidades. ¿Dónde buscar lo real? En
ninguna parte fuera de la gama de las emociones. Lo que no sube hasta
ellas es como si no exisitiera. Un universo neutro es algo más
ausente que uno ficticio. Solamente el artista hace al mundo presente
y solamente la expresión salva las cosas de su irrealidad fatal.
¿Qué
te queda de todo cuanto has vivido? Las alegrías y los sufrimientos
anónimos pero a los que les has encontrado un nombre. La vida dura
lo mismo que nuestros estremecimientos. Sin ellos, es polvo vital.
Elevemos
lo que se ve al rango de alucinación; lo que se oye, al nivel de la
música, y es que en sí mismo, nada es. Nuestras vibraciones
constituyen el mundo; la relajación de los sentidos, sus pausas. Tal
y como la Nada se vuelve Dios mediante la oración, de igual forma la
apariencia se torna naturaleza gracias a la expresión. La palabra
roba las prerrogativas a la nada inmediata en la que vivimos, le
quita la fluidez y la inconstancia. ¿Cómo nos las arreglaríamos en
la espesura de las sensaciones sin fijarlas en formas, en lo que no
es? Así les atribuimos ser. La realidad es apariencia solidificada.
La
angustia negativa de la carne, las protestas bíblicas de la sangre,
la imagen de la muerte inmediata y la magia desastrosa de la
enfermedad, palidecen ante la desesperanza que emana de los
esplendores del mundo. Y el recuerdo del dolor más preciso y más
lacerante, del enloquecimiento más seguro de la materia sometida al
yo, se me borraría ante el tormento extático de los ornamentos
terrestres. Cuando estando solo en montañas o en mares, en medio de
silencios apacibles o sonoros, bajo abetos nostálgicos o palmeras
inmanentes, los sentidos se levantan con el mundo por encima del
tiempo, la felicidad de estar rodeado de belleza y la seguridad de
perderla en el tiempo me desgarraban tan cruelmente, que el paisaje
se disolvía en la sustancia equívoca y solemne de una desconsolada
admiración. Sólo la fealdad es indolora. Pero el encanto de las
apariencias que comprometen a las alturas es más estremecedor que
todos los infiernos inventados por la delicadeza del hombre. No son
sus padecimientos los que me han expulsado del mundo, sino que, por
haber visto demasiado a menudo el paraíso sobre la tierra, mis
sentidos se han fundido con la desgracia. ¿Por qué en la perfección
del instante absoluto un murmullo de temporalidad me hacía volver a
las atrocidades del tiempo?
Si
alguna vez viste caer mansamente las flores de un almendro bajo las
caricias de la brisa y al cielo mediterráneo descender entre sus
ramas, para que el ojo no se pueda imaginar ninguna otra cosa por
encima de ese esplendor floral, entonces tú te habrás desprendido
también de los instantes para caer más terriblemente en los
desiertos del tiempo. El miedo al fin de los estremecimientos ha
envenenado el paraíso de mis sentidos, porque nada tendría que
terminar en los sentidos enraizados en la naturaleza. Los esplendores
del mundo me han apuñalado más cruelmente que los arrebatos de la
carne y he sangrado más en la felicidad que en la desesperación.
El
enrarecimiento místico del tiempo en la nada absoluta de la
belleza... Nutrir con él las esperanzas de mi sangre, con las
ondulaciones y reflejos armoniosos de la eterna inutilidad. Las
razones de ser existen solamente en las apariencias por las que uno
quisiera morir... ¿Ocuparán los pétalos el lugar de las ideas?
El
tiempo demanda otra savia, las venas otro murmullo, la carne otras
falacias... Un mundo directo y absolutamente inútil; rosas al
alcance de todos, y que las ninfas de la razón no osarían coger...
¿Por
qué habremos buscado redenciones en otros mundos si las ondulaciones
de éste pueden volvernos eternos con más dulces aniquilaciones?
Arrancaré una nada embriagadora de todas las floraciones y me haré
de las corolas y de los campos un lecho donde dormir. Y ya no huiré
a las estrellas ni me refugiaré en lejanías lunares.
El
nirvana estético del mundo: alcanzar lo supremo en medio de supremas
apariencias. Ser nada y todo en la espuma de lo inmediato. Y elevarse
a los límites del yo, en lo inmediato y en lo pasajero.
En
Breviario de los vencidos,
de Emil M. Cioran.
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