¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Si muriera esta noche: un acercamiento a Idea Vilariño.

¿Quién era usted?
De quien dicen que plantaba jardines y los hacía florecer allí donde viviera. De quien dicen que era dura, implacable y hermosa, hermosa, hermosa. ¿Quién era usted, huérfana de madre, huérfana de padre, huérfana de hermano. Violinista. ¿Quién? Asmática, enferma de la piel, enferma de los huesos, enferma de los ojos. Profesora. Quién era usted, usted que hablaba poco y que habló tanto –tanto– de un solo amor de todos los que tuvo: de uno solo. Quién era usted. Usted, el haz de espadas. Usted, que dejó trescientas páginas de poemas, nada más, y sin embargo. Usted, que se murió en abril y en 2009 y que a su entierro fueron doce. Usted, que dejó una nota: “Nada de cruces. No morí en la paz de ningún señor. Cremar”. Usted: ¿quién era?


 
Le encantaban las plantas y las fotos –dice Ana Inés Larre Borges, editora del libro Idea Vilariño, la vida escrita (2008)–. Fotos de ella misma tenía muchísimas, las atesoraba. Creo que tuvo siempre una gran conciencia de sí. Como que cada gesto, cada decisión en su vida, era de quien se siente un personaje, una artista.
Podía ser muy payasito –dice Numen Vilariño, su hermano menor, ahora de 80 años–, pero también truculenta. Siempre con una gran fineza, pero era brava, inflexible. Llegaba hasta la crueldad con ella misma. En sus cosas, sus amores, era exigente hasta el odio. Nunca vi a nadie cambiar tanto de apego, desde sus compañeros de trabajo hasta sus amores. Eran siempre como apariciones fugaces de las que después no se sabía nada.
Yo creo que ya muy joven tenía claro cuál era su proyecto –dice la periodista Rosario Peyrou, que la conoció bien y la entrevistó, con Pablo Rocca, para el documental Idea, dirigido por Mario Jacob en 1997–. La autenticidad. Una autenticidad que no quiere decir inocencia.

 
¿Cuál es el estado presente de tu espíritu?
Hace un tiempo que siento como si ya me hubiera muerto.
¿Como te gustaría morir?
Ya.
¿Cuál es tu lema?
Ninguno. Pero podría ser ‘¿Para qué?’ ”.



Nació el 18 de agosto de 1920 en Montevideo, Uruguay, cuando habían nacido ya dos de sus hermanos –el varón, Azul, la mujer, Alma–, pero no los menores: otra mujer, Poema, y el último varón, Numen. Todos ellos, su padre –Leandro Vilariño, poeta, anarquista– y su madre –Josefina Romani, enferma crónica, lectora– vivían en una casa de la calle Inca, con patio, plantas, animales. Después, por problemas económicos, debieron mudarse a Justicia 2275, a una vivienda chica que se alzaba junto a la Calera Oriente –“Cal en piedra, en polvo y en pasta, mezclas, arenas, pedregullos, portland, ladrillos, tejuelas, servicio esmerado para la ciudad y la campaña”– que manejaba su padre.
La casa de la calle Inca tenía un patio con jardín –dice Numen Vilariño–. Un fondo mágico con patitos en un estanque, higuera. Todos hacíamos música. Idea tocaba el violín, yo el piano, mi padre era poeta y nos recitaba poemas después de cenar. De Darío, de Almafuerte. Y pasamos de la calle Inca, con música y plantas y animales, a la calle Justicia, apretados, con el polvo de la cal que nos enfermó a todos.
Idea recordaría con felicidad la música, los versos, pero no la infancia. Aunque extrañaría las rosas fragantes y el árbol de magnolias en el que se escondía para leer (Tolstoi, Dostoievski, Gorki, la poesía), aquellos años resultaron tristes, con su madre enferma, con la blancura fantasma de la cal, con Alma postrada por una luxación en la cadera. “Cuando yo nací, mi hermana ya estaba enyesada”, les decía a Rosario Peyrou y Pablo Rocca. “Era una pequeña sufriente [...]. Ella era la princesita y nosotros, en fin, los otros hijos”.
Escribía desde siempre –decía que desde antes de saber escribir– poemas armados con palabras que muchas veces no entendía pero cuyo sonido le resultaba fascinante.

En Si muriera esta noche: un acercamiento a Idea Vilariño, por Leila Guerriero.

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