¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

lunes, 31 de octubre de 2016

"Heráclito" por Jorge Luis Borges.


...somos (para volver a mi cita predilecta) el río de Heráclito, quien
dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que
cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito.




El segundo crepúsculo.
La noche que se ahonda en el sueño.
La purificación y el olvido.
El primer crepúsculo.
La mañana que ha sido el alba.
El día que fue la mañana.
El día numeroso que será la tarde gastada.
El segundo crepúsculo.
Ese otro hábito del tiempo, la noche.
La purificación y el olvido.
El primer crepúsculo...
El alba sigilosa y en el alba
la zozobra del griego.
¿Qué trama es ésta
del será, del es y del fue?
¿Qué río es éste
por el cual corre el Ganges?
¿Qué río es éste cuya fuente es inconcebible?
¿Qué río es éste
que arrastra mitologías y espadas?
Es inútil que duerma.
Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano.
El río me arrebata y soy ese río.
De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo.
Acaso el manantial está en mí.
Acaso de mi sombra
surgen, fatales e ilusorios, los días.

En Elogio de la sombra, de Jorge Luis Borges.

Los medios del buen encauzamiento.

Walhausen, en los albores del siglo XVII, hablaba de la "recta disciplina" como de un arte del "buen encauzamiento de la conducta". El poder disciplinario, en efecto, es un poder que, en lugar de sacar y de retirar, tiene como función principal la de "enderezar conductas"; o sin duda, de hacer esto para retirar mejor y sacar más. No encadena las fuerzas para reducirlas; lo hace de manera que a la vez pueda multiplicarlas y usarlas. En lugar de plegar uniformemente y en masa todo lo que le está sometido, separa, analiza, diferencia, lleva sus procedimientos de descomposición hasta las singularidades necesarias y suficientes.


"Encauza" las multitudes móviles, confusas, inútiles de cuerpos y de fuerzas en una multiplicidad de elementos individuales —pequeñas células separadas, autonomías orgánicas, identidades y continuidades genéticas, segmentos combinatorios. La disciplina "fabrica" individuos; es la técnica específica de un poder que se da los individuos a la vez como objetos y como instrumentos de su ejercicio. No es un poder triunfante que a partir de su propio exceso pueda fiarse en su superpotencia; es un poder modesto, suspicaz, que funciona según el modelo de una economía calculada pero permanente. Humildes modalidades, procedimientos menores, si se comparan con los rituales majestuosos de la soberanía o con los grandes aparatos del Estado. Y son ellos precisamente los que van a invadir poco a poco esas formas mayores, a modificar sus mecanismos y a imponer sus procedimientos. El aparato judicial no escapará de esta invasión apenas secreta. El éxito del poder disciplinario se debe sin duda al uso de instrumentos simples: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento que le es específico: el examen.

En Vigilar y castigar, de Michel Foucault.

viernes, 28 de octubre de 2016

Reparación a los sofistas.

Bajo el régimen de escritura platónica de la historia de la filosofía, los sofistas pagan desde hace más de veinticinco siglos el considerable tributo de una mala reputación y de una definición equivocada. El propio término sofista es objeto de una polisemia contradictoria, lo mismo que muchos otros que provienen de la disciplina: ser filósofo, y además serlo como idealista o como materialista, cuando no se trata de dirigirse al Liceo o al Jardín, vivir como epicúreo, declararse hedonista, soportar de manera estoica, reaccionar con escepticismo, comportarse de manera cínica, incluso sensualista, pragmática o utilitarista, por no hablar de ir y venir de modo peripatético o hacerse socratizar, lo que con toda exactitud es lo contrario de una historia de amor platónico, he aquí otras tantas ocasiones de extraer falsos sentidos, incurrir en contradicción y en interpretaciones erróneas. 

 
Para la gran mayoría –en virtud, por otra parte, de una de las acepciones del diccionario-, el término sofista designa al amante de argumentos capciosos; sofisticación se refiere a una operación que tiende a engañar con apariencias a fin de disimular la verdad, y, por último, sofistiquería alude a la sutileza excesiva y errónea. En todos los casos, es menester explorar la definición para encontrar su acepción primera y la referencia a los filósofos de la antigüedad griega. Por lo demás, la mayoría de las veces se duda en reconocer a los sofistas la calidad de filósofos y se habla de pensadores o de oradores, que son otras tantas maneras de avalar la nota redactada bajo la mirada de Platón, quien los trata con la misma amabilidad que a los atomistas de Abdera, es decir, como enemigos y nada más que enemigos. Ni siquiera adversarios a respetar y criticar sin deformar sus tesis. No: enemigos, y la verdad es que el término resulta adecuado…

Sin embargo, el conjunto de los diálogos de Platón se coloca bajo el signo de este pensamiento, sin el cual no habría sido lo que fue. En efecto, y al menos en la medida en que podemos juzgar, los sofistas inventan y formulan de una manera precisa las tesis esenciales contra las que se libra la lucha reactiva del autor del Fedón: el relativismo, el individualismo, el perspectivismo, el hombre como medida de todas las cosas, el realismo empírico, el materialismo fenomenista, la inmanencia monista, la economía de un más allá, el uso agónico de la retórica, el escepticismo político, el rechazo del culto de la ley, la democratización de la cultura, el descenso del filósofo a la arena pública. ¿Y no serían filósofos?

No hay que olvidar la extracción aristocrática de Platón, pues ella explica muchas cosas, sobre todo su desprecio de los sofistas, que cobran por sus lecciones. En efecto, casi todos provienen de la clase media y ninguno dispone, como Platón, de ingresos familiares que le permitan vivir sin trabajar ni obtener dinero de sus talentos y saberes. Platón detesta la mediación del salario, como todos los individuos con tanta riqueza como para darse el lujo de despreciar la trivialidad del dinero. Itinerantes, originarios de medios modestos, los sofistas disponen de ese único recurso para asegurarse la subsistencia.


A Platón le disgustan los pobres que se ven obligados a trabajar; tampoco aprecia a los filósofos que aceptan ponerse en contacto con el público a fin de proporcionarle los medios para formarse desde el punto de vista verbal e intelectual, tanto en la forma como en el fondo, y estar así en condiciones de ocupar eficazmente los cargos de la democracia griega. Lo que Platón detesta por igual en los sofistas es que democraticen la cultura y el saber, intervengan en lugares públicos, no escojan su auditorio, no lo confinen en un recinto separado del mundo –la Academia, por ejemplo-, y acepten una interacción con él según el principio de preguntas y respuestas; que se mezclen con la plebe, con quienquiera que se acerque, con gente común, con extraños a la nobleza, y que trabajen a cielo abierto, pecados todos ellos mortales para el filósofo de sangre azul.

La versión que ha triunfado acerca de los sofistas es la platónica, razón por la cual se ha negado durante tanto tiempo a éstos el derecho a la condición de filósofos, tal como ocurrió con Demócrito. La clasificación convencional los transforma en presocráticos, esto es, en pensadores que, todavía incompletos, sin acabar, sólo anuncian, sólo preparan algo, como si fueran una especie de aperitivo filosófico. En realidad, como muestran las cronologías, todos los sofistas piensan y actúan contemporáneamente a Sócrates: algunos, como Protágoras de Abdera (492-422 a.C.), Gorgias de Leontino (485-380 a.C.) y Pródico de Ceos (470 a.C.-?), nacieron antes que Sócrates (469-399 a.C.), otros después, como Hipias de Elis (443-343 a.C.), Critias de Atenas (455-403 a.C.), o Trasímaco de Calcedonia (459 a.C.-¿), pero todos profesaron exactamente al mismo tiempo que el filósofo de la cicuta.

En Las sabidurías de la antigüedad. Contrahistoria de la filosofía I, de Michel Onfray.

jueves, 27 de octubre de 2016

Pink Floyd. Take it back.


Pink Floyd - Take It Back.
Her love rains down on me as easy as the breeze
I listen to her breathing it sounds like the waves on the sea
I was thinking all about her, burning with rage and desire
We were spinning into darkness the earth was on fire

She could take it back, she might take it back some day

So I spy on her, I lie to her, I make promises I cannot keep
Then I hear her laughter rising, rising from the deep
And I make her prove her love for me, I take all that I can take
And I push her to the limit to see if she will break

She might take it back, she could take it back some day

Now I have seen the warnings, screaming from all sides
It's easy to ignore them and God knows I've tried
All of this temptation, it turned my faith to lies
Until I couldn't see the danger or hear the rising tide

She can take it back, she will take it back some day
She can take it back, she will take it back some day
She can take it back, she will take it back some day 


 

 

Pink Floyd – Retractarse.

 

Su amor llueve sobre mi tan fácilmente como la brisa
Escucho su respiración, suena igual a las olas en el mar
Yo estaba pensandoló todo sobre ella, ardiendo con rabia y deseo
Estabamos girando en la oscuridad y la tierra estaba en llamas

Ella puede retractarse, ella podría retractarse algún día

Entonces la espío, le miento, le hago promesas que no puedo cumplir
Luego escucho su risa creciendo, creciendo desde lo profundo
Y hago que ella demuestre su amor por mi, tomo todo lo que puedo tomar
y la empujo al límite para ver si se quiebra

Ella pudo retractarse, ella podría retractarse algún día

Ahora que ya he visto las advertencias, gritos desde todas partes,
es fácil ignorarlas, Dios sabe que lo he intentado
Toda esta tentación, tu sabes que cambio mi fe por mentiras
Hasta que no pude ver el peligro o escuchar la creciente marea

Ella puede retractarse, ella se retractará algun día
Ella puede retractarse, ella se retractará algun día
Ella puede retractarse, ella se retractará algun día

Take it back, The Division Bell, Pink Floyd.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Pensar al hombre en una época posthumanista: algunas anotaciones sobre la noción sloterdijkeana de “hombre operable”.

Con anterioridad se mencionó que el gran mérito de Heidegger fue plantear de nuevo la pregunta crucial de nuestro tiempo, a saber, ¿qué amansará al hombre luego del fracaso del humanismo? Pues bien, Sloterdijk no expone un nuevo proyecto de amansamiento o domesticación, pero sí sugiere que el desarrollo de la biotecnología (el antiquísimo sueño eugenésico) es un tema que es necesario afrontar directamente cuando afrontemos los escenarios posibles de futuro para nuestra especie.

Si el humanismo ha fracasado en su empresa; si lo que tenemos frente a nosotros cuando mentamos la palabra hombre es un proceso anónimo biocultural que se expone biológica e históricamente, entonces no hay algo que debamos abandonar con mayor premura que la idea de una esencia humana que se repite en todos y cada uno de los representantes de la especie. El concepto que Sloterdijk esgrime para plantear su oposición a la noción clásica de hombre se encierra en el concepto de hombre operable.


Fundamentalmente, la noción hombre operable alude a una cierta condición antropobiológica. Esta condición está determinada por los siguientes mecanismos:

El mecanismo de instalación

El mecanismo de instalación o aclimatación consiste en el hecho de que “grupos (de seres vivos en general) que viven juntos producen por su campo de proximidad e interacción un clima interior que funciona para sus habitantes como un nicho” (Sloterdijk, 199, p. 179). Apelando al biólogo y zoólogo Hugh Miller, Sloterdijk muestra la situación de ciertos ejemplares dentro de una horda que producen en las periferias del grupo el efecto de “une paroi vivante sur la face interne de laquelle apparait un avantage climatique pour les individus de groupe qui séjournent habituellement au centre”15 (Sloterdijk, 1999, p. 46). En este sentido, el mecanismo de instalación indica aquella situación en virtud de la cual ciertas especies animales (si no todas) tienen la capacidad de aclimatar el espacio que habitan con miras a salir airosos en la lucha por la existencia. Indudablemente hay aquí una fuerza plástica (creadora) que es el resultado a su vez de interacciones entre especies o ejemplares al interior de un grupo.

El mecanismo de supresión de los cuerpos

El mecanismo de supresión de los cuerpos tiene que ver, básicamente, con el impacto que debió tener sobre el animal pre Homo sapiens el uso de herramientas (he aquí el inicio de la carrera tecnológica). Desde una perspectiva ontológica, el uso de herramientas tecnológicas como las piedras permitió ampliar las distancias y por tanto distensionar la relación del animal pre Homo sapiens con el entorno. La supresión de los cuerpos implica “la sortie de la prison formée par la relation biologiquement déterminée avec l´environnement”16. (Sloterdijk, 1999, p. 46). En este sentido, el uso de herramientas tecnológicas permite a los animales pre Homo sapiens separarse del determinsimo de la relación con el entorno y, en cierta medida, introducir una serie de acciones nuevas en el entorno que serán como el primer despuntar del mundo humano.

El mecanismo de la neotenia

Del mecanismo de la neotenia –que significa, en términos muy generales, el hecho de que en el hombre se conservan ciertos rasgos fetales que determinan precisamente su inadaptación al entorno (falta de vello corporal, ortognatismo, foramen magnum en posición central)– dependen dos situaciones de suma importancia: en primer lugar, como ya se anotó anteriormente, su inadaptación biológica; y en segundo lugar, el particular desarrollo de la masa cerebral debido precisamente a la amplitud de la cavidad craneana. En virtud de su inadaptación y labilidad biológicas (ser abierto) y con base en su capacidad cerebral y su inteligencia particulares, el Homo sapiens se instala en el mundo y climatiza su entorno a través de la cultura. Gracias a ella puede cargar a lo largo de su existencia la huella indeleble de su inadaptación (cultura es el nombre que se le da a la manera como el mecanismo de instalación, el uso de la tecnología y el mecanismo de transposición –basados todos en la condición neoténica del hombre– interactúan en la configuración de lo que se denomina mundo).

El mecanismo de transposición

Este mecanismo es de suma importancia y significa que en vista de las capacidades del Homo sapiens (fundamentalmente de su capacidad cerebral) este ha adquirido la potencia de interiorizar lo externo, lo extraño y al mismo tiempo de exteriorizar estados internos. De acuerdo con Sloterdijk, el lenguaje es el órgano universal de la transposición, pues a través de él no solo nos apropiamos el mundo cercano cuando lo nombramos, sino también nos permite aproximar a nuestros espacios habitables aquello que resulta inquietante y extraño. Es esta, entonces, una capacidad de simbolización de lo real (de lo que se experimenta en torno) profundamente vinculada con la capacidad de aprendizaje del Homo sapiens.

En este orden de ideas, la noción de hombre operable se refiere a aquella condición según la cual:

[…] pensar al homo humanus significa dar cuenta del nivel en que rige la ecuación de ser humano y claro. Tal como sabemos ahora, el claro, empero, no puede pensarse pasando por alto su origen tecnogénico. El hombre no se encuentra en el claro con sus manos vacías, ni como un pastor alerta, inerme junto al rebaño, como sugieren las metáforas pastorales de Heidegger (Sloterdijk, 2001, p. 08).


Con esta afirmación Sloterdijk va más allá de Heidegger. Si se parte de tales supuestos es inconcebible habitar hoy un mundo por fuera de las coordenadas digitales y virtuales que son las de nuestro mundo. Si el personaje heideggeriano por antonomasia construye su hogar en el corazón de una montaña frondosa y se dispone en silencio para escuchar los mensajes emitidos por el ser, el personaje sloterdijkeano transita las grandes avenidas virtuales de la información, dispuesto siempre a experimentar en sí mismo todo el potencial de autotransformación que la tecnología trae consigo.

No obstante, Sloterdijk no celebra irreflexivamente el potencial desatado por los poderes de la ciencia y de la técnica en el mundo contemporáneo. En efecto, el filósofo alemán matiza su concepción del hecho tecnológico a la luz de una doble clasificación que define dos maneras diferentes de concebir y llevar a la práctica la tecnogénesis, a saber, las nociones de alotecnología y homeotecnología.

La alotecnología está profundamente vinculada con la metafísica clásica, la cual está basada a su vez en una ontología monovalente (aquella concepción según la cual el ser es y el no ser no es) y una lógica bivalente (lo que es verdadero no es falso; lo que es falso no es verdadero). Según Sloterdijk este tipo de metafísica ha configurado una noción errada, violenta y desproporcionada del acontecimiento tecnológico y de su significación para el ser humano.

En efecto, diferenciaciones dualistas tales como cuerpo-alma, sujeto-objeto, materia-espíritu y libertad-mecanismo, entre otras, han llevado a los filósofos clásicos a abordar la realidad de una manera inadecuada y a producir falsas descripciones de la misma: “Dividen a los entes en subjetivos y objetivos y colocan el alma, el yo y lo humano en un lado, y la cosa, el mecanismo y lo inhumano en el otro. La aplicación práctica de esta distinción se llama dominación”17 (Sloterdijk, 2001, p. 05).

Si desde una perspectiva teórica la alotecnología se deriva de la metafísica clásica, desde una perspectiva práctica se explicita en la relación sujeto-amo frente a objeto-esclavo; es decir, parte del supuesto según el cual el sujeto-pensante dueño de la ciencia y los dispositivos técnicos ejerce un poder absoluto sobre una materia basta y servil:

De esto surge una imagen de la técnica que sigue el modelo de las herramientas simples y las máquinas clásicas: todas ellas son medios esencialmente alotecnológicos en la medida en que ejecutan reestructuraciones violentas y contranaturales de todo lo que encuentran, y en tanto que usan materia para fines que son indiferentes o ajenos a la materia misma (Sloterdijk, 2001, p. 9).


En conclusión, el concepto de alotecnología se condensa en una descripción reduccionista clásica de los entes, y en un ejercicio práctico de dominación cabal de la materia por parte de un sujeto que ha logrado apropiarse lo real a través de una supuesta apropiación de la verdad.

Lo que Sloterdijk entiende por homeotecnología supone, en cambio, un desplazamiento sustancial en relación con la tradición del pensamiento clásico sobre la técnica. El filósofo alemán procura definir su concepción de la homeotecnología a través del postulado hay información, y de sus consecuencias ontológicas y prácticas. Si la visión alotecnológica consiste en una falsa descripción dualista de los entes (entes humanos-entes no humanos, sujeto-objeto, alma-mecanismo) y en una práctica de dominación de la materia, la visión homeotecnológica implica una clara disolución de los límites dualistas de la ontología clásica y una práctica caracterizada más bien por la cooperación.

Del autómata impulsado por resortes, de la sustancia meramente extensa, puesta allí delante de un sujeto que la percibe, la conoce y la usa, se pasa a organismos vivos autopoiéticos 18 capaces de organizarse y regular sus relaciones con el entorno. Es el paso de la heteronomía de la materia a la autonomía de los sistemas informados e inteligentes en la naturaleza. Y, por tanto, es al mismo tiempo la crisis del dualismo sujeto-objeto y de los fundamentos mismos de la pretensión de dominación de nuestra especie sobre la realidad. Que sea el mismo Sloterdijk quien lo formule:

La homeotecnología, al tener que vérselas con información realmente existente, no hace más que avanzar en el camino de la no-violación de los entes; gana en inteligencia inteligentemente, creando así nuevos estados de inteligencia. Toma en cuenta las cualidades de los cuerpos. Debe apoyarse en estrategias cointeligentes, coinformativas, incluso allí donde se aplica egoísta y regionalmente como ocurre en las tecnologías convencionales (Sloterdijk, 2001, p. 10).

Esta definición general de la práctica homeotecnológica (que es, de hecho, un modo auténtico de relación con la tecnología como medio de transformación de sí) echa por tierra las acusaciones de los detractores de Sloterdijk -entre los que se hallan filósofos como Habermas y Tugenhadt 19. El mismo Sloterdijk no deja de burlarse de aquellos embotados malos lectores de Nietzsche (los nazis), quienes vieron en la idea del superhombre una invitación directa a experimentar la desinhibición y un retorno a lo animal. Además, es claro para aquel que se acerca concienzudamente a Normas para el parque humano que el autor es consciente del despropósito político del pensamiento de Heidegger.

En efecto, las promesas de la biotecnología en el mundo contemporáneo deben apuntar a un horizonte ético-político basado en el principio de cooperación (el ser humano está inscrito en una red de organismos y sistemas de vida inteligentes y autoproductivos con los cuales debe interactuar de manera inteligente), y no ya en el principio de dominación que ha sido el resultado de la metafísica clásica y del humanismo. En La Domestication del´Etre, Sloterdijk no despeja a cabalidad este nuevo horizonte ético-político ni elucida el principio de cooperación que habrá de guiar una práctica homeotecnológica. Habría que esperar a las tesis contenidas en su trilogía Esferas para ver quizá desarrolladas tales tesis. No obstante, el objetivo de este ensayo era reconstruir la crítica de Sloterdijk al humanismo para proyectar al mismo tiempo nuevas perspectivas para el pensamiento filosófico a la luz de lo que el filósofo alemán denomina el acontecimiento del posthumanismo.
 
15. “Una pared viva sobre la cara interna de la cual aparece una ventaja climática para los individuos del grupo que habitualmente permanecen en el centro”. (La traducción es mía).

16. “La salida de la prisión formada por la relación, biológicamente determinada, con el entorno”.

17. En el panorama de la filosofía moderna, René Descartes es uno de los pensadores que expresa de manera concisa esta visión alotecnológica basada en una ontología monovalente y en una lógica bivalente. En efecto, Descartes define el mundo material (la naturaleza) por un atributo fundamental: la extensión. En este sentido, el universo es una enorme maquinaria compuesta por
cuerpos extensos que interactúan de manera causal y cuantificable. La acción de medir y establecer tales proporciones y acciones y reacciones entre los cuerpos que pueblan la realidad material es uno de los principales objetivos de la ciencia (la física). Estos cuerpos (cuyos atributos centrales son la magnitud, el movimiento y la forma entre otros), su situación espacio-temporal y las relaciones de causalidad entre los mismos configuran los engranajes de la gran máquina de la naturaleza. Por otro lado, si se añade a esta definición de la naturaleza la idea cartesiana del método como aquel camino que la mente recorre y que consiste básicamente en reducir gradualmente las proposiciones complicadas a otras más simples, para procurar luego ir de lo más simple a lo más complejo recomponiendo el orden, entonces queda claro por qué Sloterdijk sostiene que una concepción alotecnológica de la técnica y de la ciencia se expresa cabalmente en una cierta forma de dominación. Reducir el universo a formas extensas y construir un método que permita a la mente descomponer esa realidad en sus partes elementales y traducirlas a proposiciones fundamentales, implica de suyo la apropiación de la realidad por parte del sujeto que conoce en la figura de la verdad científica. Esta apropiación es la forma de dominación de la ciencia y la tecnología clásicas. Ver: DESCARTES, R. (1995). Los principios de la filosofía. Madrid, Alianza Universidad. DESCARTES, R. (1996). Reglas para la dirección del espíritu. Madrid, Alianza editorial.

18 El concepto de autopoieisis se adjudica a los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela. Este concepto puede definirse como la capacidad que tiene un sistema (un ser vivo) para mantener un cierto equilibrio en su relación con el entorno y consigo mismo. Nótese simplemente la diferencia abismal entre esta concepción de la naturaleza y la concepción física de Descartes. Cuando Sloterdijk afirma que es menester pasar del esquema ontológico dualista a la perspectiva de la información se refiere, en cierto sentido, a este tipo de concepciones. Es muy diferente interpretar los entes partiendo del supuesto de que en su funcionamiento y modo de aparecer en el mundo hay una cierta organización y una cierta inteligencia (independientemente
de que tengan consciencia o cerebro), a interpretarlos afirmando que los entes que aparecen en el mundo son solo cosas extensas sin ningún tipo de inteligencia ni finalidad en sí misma. La posición de Maturana y Varela es, desde una perspectiva ontológica, solidaria del postulado “hay información” que plantea Sloterdijk como orientador de la homeotecnología. Para profundizar en las posiciones teóricas de Maturan y Varela, ver: Maturana, Humberto R. (1997). De máquinas y seres vivos, autopoiesis de la organización de lo vivo. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.

19. Para profundizar en el conocidísimo affaire Sloterdijk se puede consultar la siguiente página en Internet: http://multitudes.samizdat.net/-L-affaire-Sloterdijk-.


MÉNDEZ SANDOVAL, C. A. (2013). Peter Sloterdijk: pensar al hombre en una época posthumanista. En: Revista Guillermo de Ockham 11(2). pp. 173-185.

martes, 25 de octubre de 2016

El león mata mirando.

El Viejo Antonio cazó un león de montaña (que viene siendo muy parecido al puma americano) con su vieja chimba (escopeta de chispa.) Yo me había burlado de su arma días antes: "De esas armas usaban cuando Hernán Cortes conquista México", le dije. El se defendió: "Si, pero mira ahora en manos de quien esta". Ahora estaba sacando los últimos tirones de carne de la piel para curtirla. Me muestra orgulloso la piel. No tiene ningún agujero. "En el mero ojo", me presume. "Es la única forma de que la piel no tenga ninguna forma de maltrato", agrega. "¿Y que va a hacer con la piel?", pregunto. El Viejo Antonio no me contesta, sigue limpiando la piel del león con su machete, en silencio. Me siento a su lado y, después de llenar la pipa, trato de prepararle un cigarrillo con "doblador". Se lo tiendo sin palabras, él lo examina y lo deshace. "Te falta", me dice mientras lo vuelve a forjar. Nos sentamos a participar juntos de esa ceremonia de fumar. Entre chupada y chupada, el Viejo Antonio va hilando la historia:


"El león es fuerte porque los otros animales son débiles. El león come la carne de otros porque los otros se dejan comer. El león no mata con las garras ni con los colmillos. El león mata mirando. Primero se acerca despacio, en silencio porque tiene nubes en las patas y le matan el ruido. Después salta y le da un revolcón a su víctima, un manotazo que tira más que por la fuerza, por la sorpresa.

Después la queda viendo. La mira a su presa. Así... (el Viejo Antonio arruga el entrecejo y me clava los ojos negros). El pobre animalito que va a morir si se queda viendo nomás. Mira al león que lo mira. El animalito ya no se ve él mismo, mira lo que el león mira, mira la imagen del animalito en la mirada del león, mira que, en su mirarlo del león, es pequeño y débil. El animalito ni se pensaba si es pequeño y débil, era pues un animalito, ni grande ni pequeño, ni fuerte ni débil pero ahora mira en el mirarlo del león, mira el miedo. Y, mirando que lo miran, el animalito se convence, él sólo, de que es pequeño y débil. Y, en el miedo que mira que lo mira el león, tiene miedo. Y entonces el animalito ya no mira nada, se le entumecen los huesos así como cuando nos agarra el agua en la montaña, en la noche, en el frío. Y entonces el animalito se rinde así nomás, se deja, y el león se lo zampa sin pena. Así mata el león. Mata mirando.

Pero hay un animalito que no hace así, que cuando lo topa el león no le hace caso y se sigue como si nada. Y si el león lo manotea, él contesta con un zarpazo de sus manitas, que son chiquitas pero duele la sangre que sacan. Y este animalito no se deja del león porque no mira que lo miran... es ciego. Topos, les dicen a esos animalitos".

Parece que el Viejo Antonio acabó de hablar. Yo aventuro un "sí, pero...". El Viejo Antonio no me deja continuar, sigue contando la historia mientras se forja otro cigarrillo. Lo hace lentamente, volteando a verme cada tanto para ver si estoy poniendo atención.

"El topo se quedó ciego porque, en lugar de ver hacia fuera, se puso a mirarse el corazón, se trincó en mirar para adentro. Y nadie sabe porque llegó en su cabeza de topo eso de mirarse para adentro. Y ahí esta de necio el topo en mirarse el corazón y entonces no se preocupa de fuertes o débiles, de grandes o pequeños, porque el corazón es el corazón y no se mide como se miden las cosas y los animales. Y eso de mirarse para adentro sólo lo podían hacer los dioses y entonces los dioses castigaron al topo y ya no lo dejaron mirar pa’ fuera y además lo condenaron a vivir y caminar bajo la tierra.

Y por eso el topo vive debajo de la tierra porque lo castigaron los dioses. Y el topo ni pena tuvo porque siguió mirándose para adentro. Y por eso el topo no le tiene miedo al león. Y tampoco le tiene miedo al león el hombre que sabe mirarse el corazón. Porque el hombre que sabe mirarse el corazón no ve la fuerza del león, ve la fuerza de su corazón y entonces lo mira al león y el león lo mira que lo mira el hombre y el león mira, en el mirarlo del hombre, que es sólo un león y el león se mira que lo miran y tiene miedo y se corre"

¿Y usted se miró el corazón para matar a este león?. Interrumpo. Él contesta, ¿Yo? No hombre, yo mire la puntería de la chimba y el ojo del león... y ahí nomás dispare... del corazón ni me acorde... "Yo me rasco la cabeza como según aprendí, hacen aquí cada que no entienden algo”.

El Viejo Antonio se incorpora lentamente, toma la piel y la examina con detenimiento. Después la enrolla y me la entrega "Toma, me dice, te la regalo para que nunca te olvides que al león y al miedo se les mata sabiendo a dónde mirar..." El viejo Antonio da la media vuelta y se mete a su champa. En el lenguaje del viejo Antonio eso quiere decir: "Ya acabe, Adiós". Yo metí en una bolsa de nylon la piel del león y me fui.


lunes, 24 de octubre de 2016

Resolví seguir jugando en secreto.

En un momento de su carrera James M. Barrie escribió una biografía de su madre que tituló “Margaret Ogilvy”. Este libro contiene la frase reveladora de toda su literatura. Dice así: “…el horror de mi infancia fue que yo sabía que se acercaba el tiempo en que debería renunciar a mis juegos, y eso me parecía intolerable. Resolví seguir jugando en secreto…”

Hace algunos años, alguien con el propósito de insultarme me dijo que yo parecía Peter Pan. Y entonces garabateé esto en algunos papeles que hoy he encontrado:

El mundo que hoy nos toca vivir nos tienta con el progreso personal, con el ingreso a los circuitos de consumo y con la plena posesión de los derechos de la adultez. Por cierto se fomenta la admiración por la precocidad. Nos encanta que los niños vivan situaciones adultas.

Ahora bien, ¿qué es una situación adulta? Según parece, tener deseos sexuales y ansias de posesión. O quizás adquirir cierto aplomo mundano que permite usar palabras tales como: “igualmente”, “saludos por su casa” o “muy amable de su parte”. Bueno, a todo esto contesto que para ser un imbécil no hay apuro. La precocidad de un niño pianista es admirable. La precocidad de un miserable que aprendió demasiado pronto los riesgos de prestar libros es basura.

Como quiera que sea, el mundo exige abandonar los juegos y “progresar”. Y los que se quedan jugando reciben desprecio y burla. Por eso hay quienes como Sir James Barrie, el autor de Peter Pan, que han resuelto seguir jugando en secreto.

Hay personas que sin que nadie lo sepa recorren las calles y juegan. No pisan las baldosas azules para no matar ángeles, y si las rojas para matar demonios. O juegan a que morirán si se cruzan con una rubia en la siguiente cuadra. O gritan en los zaguanes, o pisan las hojas secas para deleitarse con el crujido. Pero no nos engañemos. Estamos hablando de otra cosa, no de mera afición lúdica.

Se trata de seguir en secreto profesando una moral heroica. De seguir creyendo. De creer no con la estupidez de los mamertos, sino con la locura de los que jamás podrán aprender a acomodarse en un universo burgués de mezquindad, de seguros contra robos y de electrodomésticos como parámetros de dicha.

James Barrie no quería crecer. Peter Pan no quería crecer. No quería crecer en el peor de los sentidos. No quería esa mediocre resignación que algunos llaman “madurez”.

Nosotros en este programa hemos resuelto seguir jugando en secreto. Jugamos a que un buen verso salva una vida. Jugamos a que el amor es más importante que la prosperidad. Jugamos a pensar, a enloquecernos con un acorde. Jugamos a creer que lo mejor de la vida todavía no sucedió. Claro que allí están las personas razonables que nos desprecian y nos dicen Peter Pan. Y se ríen de nuestros juegos y de nuestros sueños. Para ellos es todo el mundo. El mundo de los adultos y de los burgueses. El mundo de la televisión. El mundo de los concursos o el del rating tampoco es el mundo de los juegos. Porque los juegos, el sueño secreto de la juventud, es cosa de gente seria.

Alejandro Dolina.


viernes, 21 de octubre de 2016

Juego y competición, función creadora de cultura.

Con la expresión «elemento lúdico de la cultura» no queremos decir que, entre las diferentes ocupaciones de la vida cultural, se haya reservado al juego un lugar importante, ni tampoco que la cultura haya surgido del juego por un proceso evolutivo, de modo que algo que originariamente fue juego se convierta más tarde en otra cosa que ya no es juego y que suele designarse «cultura». En lo que sigue trataremos, más bien, de mostrar que la cultura surge en forma de juego, que la cultura, al principio, se juega. 


También las ocupaciones orientadas directamente a la satisfacción de las necesidades de la vida como, por ejemplo, la caza, adoptan fácilmente, en la sociedad arcaica, la forma lúdica. La vida de comunidad recibe su dotación de formas suprabiológicas, que le dan un valor superior, bajo el aspecto de juego. En este juego la comunidad expresa su interpretación de la vida y del mundo. No hay que entender esto en el sentido de que el juego se cambie en cultura o se transmute en ella, sino, más bien, que la cultura, en sus fases primarias, tiene algo de lúdica, es decir, que se desarrolla en las formas y con el ánimo de un juego. En la unidad doble de cultura y juego éste es el hecho primario, objetivamente perceptible, concretamente determinado, mientras que la cultura no es más que la designación que nuestro juicio histórico adjunta al caso en cuestión. Esta idea está muy cerca de la de Frobenius, que en su Kulturgeschichte Afrikas habla del devenir de la cultura como de un «juego surgido del ser natural». De todos modos me parece que Frobenius ha concebido esta relación de cultura y juego demasiado místicamente y que los ha descrito con un poco de confusión, sin que haya llegado a destacar limpiamente lo lúdico de la cultura.

A medida que una cultura se desarrolla, esta relación entre «juego» y «no juego», que suponemos primordial, no permanece invariable. De una manera general el elemento lúdico va deslizándose poco a poco hacia el fondo. La mayoría de las veces pasa, en una gran parte, a la esfera de lo sagrado. Se ha cristalizado en el saber y en la poesía, en la vida jurídica y en las formas de la vida estatal. Generalmente, lo lúdico queda en el trasfondo de los fenómenos culturales. Pero, en todas las épocas, el ímpetu lúdico puede hacerse valer de nuevo en las formas de una cultura muy desarrollada y arrebatar consigo al individuo y a las masas en la embriaguez de un juego gigantesco.


Parece obvio que la conexión entre cultura y juego habrá de buscarse en las formas superiores del juego social, en las que se nos presenta como actuación ordenada de un grupo o de una comunidad o de dos grupos que se enfrentan. El juego que el individuo juega para sí solo, en muy limitada medida es fecundo para la cultura. Ya indicamos, anteriormente, que los rasgos fundamentales del juego, el jugar juntos, el luchar, el presentar y exhibir, el retar, el fanfarronear, el hacer «como si» y las reglas limitadoras, se dan ya en la vida animal. Pero todavía es más sorprendente que las aves, que, poligenéticamente, se hallan tan lejos del hombre, tengan tanto de común con él: los faisanes silvestres tienen sus danzas, los grajos organizan concursos de vuelo, ciertos pájaros de Nueva Guinea y otras especies adornan sus nidos, y los pájaros cantores explayan sus melodías. La competición y la exhibición no surgen, pues, de la cultura como sus diversiones, sino que, más bien, la preceden.

El juego en común tiene entre sus rasgos más esenciales el de ofrecer un carácter antitético. La mayoría de ellos se juega entre dos bandos. Pero esto no es forzoso. Una danza, un desfile, una exhibición, pueden tener lugar sin este carácter antitético. Antitético no quiere decir todavía competidor o agonal. Un canto alternado, las dos voces de un coro, un minueto, las diversas partes de un conjunto musical, son ejemplos del juego antitético que no ha de tener, necesariamente, carácter agonal, aunque el elemento de porfía actúa muy a menudo. No raras veces una actividad que ya en sí constituye un juego cerrado, por ejemplo, la representación de una pieza teatral o la ejecución de una pieza de música puede dar ocasión a un concurso, pues se verifican delante de un tribunal que otorga un premio, como ocurría en el drama griego.

Entre las características generales del juego designamos nosotros la tensión y la incertidumbre. Constantemente se plantea la pregunta ¿saldrá o no saldrá? Ya cuando una persona se entretiene con solitarios, rompecabezas, palabras cruzadas, o cuando juega al diábolo, se realiza esta condición. Pero en el juego antitético de tipo agonal este elemento de tensión, de incertidumbre por el resultado, alcanza su grado máximo. Nos apasiona tanto el salir gananciosos que ello amenaza con disipar la ligereza del juego. Y aquí se presenta una diferencia todavía más importante. En los puros juegos de azar, la tensión sólo en pequeña medida se comunica al espectador. Los juegos de dados son, en sí mismos, sorprendentes objetos culturales, pero hay que considerarlos, sin embargo, como estériles para la cultura. Ninguna riqueza aportan ni al espíritu ni a la vida. Otra cosa ocurre cuando la porfía exige destreza, habilidad, conocimientos, valor y fuerza. Cuanto más dificultoso es el juego, mayor es la tensión de los espectadores. Ya el juego de ajedrez arrebata a los circunstantes, a pesar de que también es totalmente estéril para la cultura y no lleva consigo ninguna excitación exterior. Cuando el juego es un bello espectáculo, se da, inmediatamente, su valor para la cultura, pero semejante valor estético no es imprescindible para que el juego adquiera carácter cultural. Valores físicos, intelectuales, morales o espirituales pueden elevar del mismo modo el juego al plano de la cultura.

Cuanto más adecuado sea para intensificar la vida del individuo o del grupo, tanto más se elevará a ese plano. El espectáculo sagrado y la fiesta agonal son las dos formas universales en las que la cultura surge dentro del juego y como juego.

En Homo ludens, de Johan Huizinga.


miércoles, 19 de octubre de 2016

La Tabaré. Jardín de infantes.

No me gustan las instituciones
por eso deseo
en cada recreo
matar, matar.

Cuando la mentira organizada
es pensada a favor
de algún negociante
lo importante es matar.
 

A veces me siento en esa escuela
de otro lugar.

Soy la niña burra la infractora
del reglamento que forma
la burocracia que adorna
a la futura Señora Doctora.

No quisiera ser abanderada
es decir educada
para trabajar
es preciso matar.
 

A veces me siento en esta escuela
una anormal. 














(Cachorrito de bronca mugriento de pena por las cloacas
rotas de la libertad, jugando a la ronda miserable a
cuestas, entre la limosna y la nada. 


No habrá vacaciones ni esas Noches Buenas de lumpen cultura de barro barrial,
no hubo mamaderas, ni chiches, ni mimos, ni serás ejemplo
ni esperanza. 


Cachorrito lindo que ya son montones,
corriendo en jauría en la ley de escapar, que tenemos
miedo, que los niños roban, que los niños pegan, que los
niños crezcan y vengan de venganza).


No me gusta lo de hacer deberes
así que no esperes
que juegue a tu juego
el del ego de inflar.

Soy la de la túnica manchada
jugando a la mancha
marginalizada
¡te quiero!...matar...
 

A veces me siento en esta escuela
tan criminal. 


La Tabaré milongón Banda 7, Sopita de gansos. 

 

martes, 18 de octubre de 2016

Una mirada sobre la mujer, en Nietzsche.

Es quizá aún demasiado frecuente extraer una frase de su lugar natural, del libro o escrito correspondiente -una frase de carácter normalmente provocativo, de tono fuerte y, a veces, violento-; anunciarla de modo igualmente exagerado y al hilo de una inmediata e interesada lectura concluir la misoginia patente del autor, y, por consiguiente, el rechazo de su pensamiento desde posturas feministas. Esto sucede, sigue sucediendo, con los textos de Nietzsche. (...)

El problema puede ser enfocado desde ángulos muy distintos. Según una línea de análisis, en extremo simplista, sólo hay una interpretación, unívoca y negativa, de las afirmaciones de Nietzsche sobre las mujeres. (...)

Otras vertientes del análisis, por el contrario, son mucho más penetrantes; más productivas para nuestros tiempos. Derrida, aun manteniendo la idea de cierta ceguera y confusión rítmica en el texto de Nietzsche, aun cuestionándose la posibilidad de asimilar sus aforismos sobre la mujer con el conjunto de su obra, nos ofrece una mirada que abrió otros caminos. Su lectura ya no es unívoca, de una sola dirección, porque reconoció que la de Nietzsche tampoco lo era. Él interpretó el pensamiento de Nietzsche, en coherencia, como un pensar la diferencia que inició el camino seguido por otros discursos de la diferencia como el suyo propio. El de Nietzsche es un pensar opuesto a toda suerte de «monótono teísmo» y, también, a toda clase de dualismo estrecho, porque la suya es una apuesta por las diferencias múltiples y móviles que no se dejan reducir a estables diferencias binarias.

En definitiva, la propuesta de Nietzsche fue la de despertar y sacudir el pensamiento, hacia la «aventura», como reza de un bello modo esta suerte de exhortación: «Un nuevo lema. Nuevos filósofos. La tierra moral también es redonda. La tierra moral tiene también sus antípodas. Los antípodas tienen también su razón de existir. Hay que descubrir otro mundo todavía, y más de uno. iA los barcos, filósofos!».


Entonces, nos reconoceremos bajo ésta, su estela marina, no sólo cuando persigamos un más allá de la tradición acuñada, sino más aún cuando busquemos en las propias sentencias nietzscheanas otros, multiples, sentidos lejos de los supuestamente literales y evidentes. Éste nos parece ser un método fructífero de lectura de su pensamiento. Y es desde aquí, desde donde nos resultan especialmente sugerentes las observaciones de Kaufmann que subrayan cómo Nietzsche consideraba una cuestión de honor concebir sus opiniones como provisionales y no válidas definitivamente. La finalidad de sus libros no era convencer, por ello no se preocupó de cómo reaccionarían otros. Él nos recuerda la afirmación de Nietzsche de que «todo lo que es profundo ama la máscara”, entendiéndola como un modo de incitación al juego a sus lectores.

(...) Sin duda, son muchos los puntos de resistencia a la tradición de pensamiento moderno-patriarcal que se observan en la filosofía nietzscheana, y asi ha sido diversamente resaltado. Un lugar especial por su radical carácter transgresor ocupa la figura de Dioniso, un dios sexualmente ambiguo, o de multiples identidades sexuales, en la mitología y particularmente entre las manos de Nietzsche, quien en su primera obra nos lo presentó en «extrañas» relaciones con Apolo y más tarde, con Ariadna. Es el dios de las máscaras multiples que se suceden unas a otras en un movimiento sin límites, espaciales y temporales; que niega la existencia de un rostro o lugar primigenio original al que aquellas velarían y remitirían en el mismo acto. Él pregona la no existencia de la «verdad», la inoperatividad de la distinción entre una buena y una mala copia, o entre la representación adecuada o inadecuada; por tanto, pone en cuestión las fronteras entre la verdad y la mentira, la filosofía y el arte.

Tampoco es menos importante, no se puede desdeñar la gran repercusión que ha tenido en otros discursos, la indagación genealógica que Nietzsche pone en práctica desenmascarando la reactividad negativa de la moral dominante en nuestra cultura, y, sobre todo, que asesta un duro golpe, de muerte para algunos, a la idea de una «naturalidad», ahistoricidad o eternidad, de los valores. Bien, éstos, por nombrar algunos de los más significativos, son planteamientos nietzscheanos que siguen siendo susceptibles de ser aprovechados por los discursos feministas.

Fragmentos de Afirmando las diferencias. El feminismo de Nietzsche, de Elvira Burgos Díaz.



lunes, 17 de octubre de 2016

La ilusión. Baudrillard.

A través de la técnica, tal vez sea el mundo el que se ríe de nosotros, el objeto que nos seduce con la ilusión del poder que tenemos sobre él. Hipótesis vertiginosa: la racionalidad, culminante en la virtualidad técnica, sería la última de las tretas de la sinrazón, de esa voluntad de ilusión, cuya voluntad de verdad sólo es, según Nietzsche, un rodeo y un avatar.


En el horizonte de la simulación, no sólo ha desaparecido el mundo sino que ya ni siquiera puede ser planteada la pregunta de su existencia. Pero es posible que esto sea una treta del propio mundo. Los iconólatras de Bizancio eran personas sutiles que pretendían representar a Dios para su mayor gloria pero que, al simular a Dios en las imágenes, disimulaban con ello el problema de su existencia. Detrás de cada una de ellas, de hecho, Dios había desaparecido. No había muerto, había desaparecido. Es decir, ya no se planteaba el problema. Quedaba resuelto con la simulación. Lo mismo hacemos con el problema de la verdad o de la realidad de este mundo: lo hemos resuelto con la simulación técnica y con la profusión de imágenes en las que no hay nada que ver.

Pero ¿no es la estrategia del propio Dios aprovechar las imágenes para desaparecer, obedeciendo él mismo a la pulsión de no dejar huellas? Así se ha realizado la profecía: vivimos en un mundo en el que la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición. El arte no hace hoy otra cosa. Los media no hacen hoy otra cosa. Por eso están condenados al mismo destino. Como ya nada quiere ser exactamente contemplado, sino sólo visualmente absorbido y circular sin dejar huellas, dibujando en cierto modo la forma estética simplificada del intercambio imposible, es difícil hoy en día recobrar las apariencias. De suerte que el discurso que lo explicara sería un discurso en el que no hay nada que decir, el equivalente de un mundo en el que no hay nada que ver. El equivalente de un objeto puro, de un objeto que no lo es. La equivalencia armoniosa de la nada por la nada, del Mal por el Mal. Pero el objeto que no lo es nos obsesiona sin parar con su presencia vacía e inmaterial. 


Todo el problema consiste, en las fronteras de la nada, en materializar esta nada, en las fronteras del vacío, en trazar la filigrana del vacío, en las fronteras de la indiferencia, en jugar de acuerdo con las reglas misteriosas de la indiferencia. La identificación del mundo es inútil. Hay que captar las cosas en su sueño, o en cualquier otra coyuntura en la que se ausenten de sí mismas. Igual que en las «Bellas Durmientes», donde los ancianos pasan la noche al lado de esas mujeres, locos de deseo, pero sin tocarlas, y se eclipsan antes de su despertar. También ellos se tienden al lado de un objeto que no lo es, y cuya indiferencia total estimula el sentido erótico. Pero lo más enigmático es que nada permite saber si ellas duermen realmente o si disfrutan maliciosamente, desde el fondo de su sueño, de su seducción y de su propio deseo en suspenso.

No ser sensible a este grado de irrealidad y de juego, de malicia y de espiritualidad irónica del lenguaje y del mundo, equivale, en efecto, a no ser capaz de vivir. La inteligencia no es otra cosa que el presentimiento de la ilusión universal hasta en la pasión amorosa, sin que ésta, sin embargo, se vea alterada en su movimiento natural. Existe algo más fuerte que la pasión: la ilusión. Existe algo más fuerte que el sexo o la felicidad: la pasión de la ilusión.

La identificación del mundo es inútil. Ni siquiera podemos identificar nuestro rostro, ya que su simetría se ve alterada por el espejo. Verla tal cual es sería una locura, ya que no tendríamos secreto para nosotros mismos, y nos veríamos, por tanto, aniquilados por transparencia. ¿Acaso el hombre no ha evolucionado hacia una forma tal que su rostro se le hace invisible y se convierte definitivamente en no identificable, no sólo en el secreto de su rostro, sino en el de cualquiera de sus deseos? Pues ocurre lo mismo con cualquier objeto, que sólo nos llega definitivamente alterado, incluso en la pantalla de la ciencia, incluso en el espejo de la información, incluso en la pantalla de nuestro cerebro. 

Así pues, todas las cosas se ofrecen sin la esperanza de ser otra cosa que la ilusión de sí mismas. Y está bien que sea así. Menos mal que los objetos que se nos aparecen siempre han desaparecido ya. Menos mal que nada se nos aparece en tiempo real, ni siquiera las estrellas en el cielo nocturno. Si la velocidad de la luz fuera infinita, todas las estrellas estarían allí simultáneamente, y la bóveda del cielo sería de una incandescencia insoportable. Menos mal que nada pasa en el tiempo real, de lo contrario nos veríamos sometidos, en la información, a la luz de todos los acontecimientos, y el presente sería de una incandescencia insoportable. Menos mal que vivimos bajo la forma de una ilusión vital, bajo la forma de una ausencia, de una irrealidad, de una no inmediatez de las cosas. Menos mal que nada es instantáneo, ni simultáneo, ni contemporáneo. Menos mal que nada está presente ni es idéntico a sí mismo. Menos mal que la realidad no existe. Menos mal que el crimen nunca es perfecto.

En El crimen perfecto, de Jean Baudrillard.