¿Qué
significa la risa? ¿Qué hay en el fondo de lo risible? ¿Qué puede
haber de común entre la mueca de un payaso, el retruécano de un
vodevil y la primorosa escena de una comedia? ¿Cómo destilaríamos
esa esencia única que comunica a tan diversos productos su olor
indiscreto unas veces y otras su delicado perfume?
(...)
La fantasía cómica, razonable a su modo, hasta en los mayores
extravíos, metódica en su misma locura, quimérica, no lo niego,
pero evocando en sus ensueños visiones que al punto acepta y
comprende la sociedad entera, ¿cómo no habría de ilustrarnos sobre
los procedimientos de la imaginación humana, y más particularmente
sobre la imaginación social, colectiva y popular? Nacida de la vida
y emparentada con el arte, ¿cómo no habría de decirnos también
algo sobre el arte y sobre la vida?
Empezaremos
por exponer tres observaciones que consideramos fundamentales y que
se refieren, más que a lo cómico mismo, al lugar en que hay que
estudiarlo.
He
aquí el primer punto sobre el cual he de llamar la atención. Fuera
de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje
podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo.
Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él
una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no
porque el fieltro o la paja de que se compone motiven por sí mismos
nuestra risa, sino por la forma que los hombres le dieron, por el
capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan
importante, dentro de su sencillez, no haya lijado más la atención
de los filósofos. Muchos han definido al hombre como «un animal
que ríe». Habrían podido definirle también como un animal que
hace reír, porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada
produce la risa, es siempre por su semejanza con el hombre, por la
marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.
He
de indicar ahora, como síntoma no menos notable, la insensibilidad
que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo
puede producirse cuando recae en una superficie espiritual y
tranquila. Su medio natural es la diferencia. No hay mayor enemigo de
la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de
una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero
en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese
afecto y acallemos esa piedad. En una sociedad de inteligencias puras
quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso que
entre almas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que
todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se
conocería ni comprendería la risa. Probad por un momento a
interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente
con los que practican la acción; sentid con los que sienten; dad, en
fin, a vuestra simpatía su más amplia expansión, y como al conjuro
de una varita mágica, veréis que las cosas más frivolas se
convierten en graves y que todo se reviste de matices severos.
Desimpresionaos
ahora, asistid a la vida como espectador indiferente, y tendréis
muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos
a los acordes de la música en un salón de baile, para que al punto
nos parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos hechos humanos
resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo
grave a lo cómico, si las aislásemos de la música del sentimiento
que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige
como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la
inteligencia pura. Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con
las inteligencias.
Y
he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención.
No saborearíamos lo cómico si nos sintiésemos aislados. Diríase
que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido
articulado, neto, definitivo; es algo que querría prolongarse y
repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va
retumbando como el trueno en la montaña. Y, sin embargo, esta
repercusión no puede llegar a lo infinito. Camina dentro de un
círculo, todo lo amplio que se quiera, pero no por ello menos
cerrado.
Nuestra
risa es siempre la risa de un grupo Quizá os haya ocurrido en el
coche de un tren o en una mesa de fonda oír a los viajeros referir
historias que debían de tener para ellos un gran sabor cómico,
puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis estado en su
compañía, seguramente también habríais reído. Pero como no lo
estabais no sentíais la menor gana de reír. Un hombre;
quien
le preguntaron por que no lloraba al oír un sermón que a todo el
auditorio movía a llanto, respondió: «No soy de esta
parroquia.» Lo que este hombre pensaba de las lágrimas, podría
explicarse más exactamente de la risa. Por muy espontánea que se la
crea, siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de
complicidad con otros rientes efectivos o imaginarios. ¿No se ha
dicho muchas veces que en un teatro es más frecuente la risa del
espectador cuando más llena está la sala? ¿No se ha hecho notar
reiteradamente que muchos efectos cómicos son intraducibles a otro
idioma cuando se refieren a costumbres y a ideas de una sociedad
particular? Por no advertir la importancia de este doble hecho, sólo
se ha visto en lo cómico una simple curiosidad para divertir al
espíritu, y en la risa misma un fenómeno extraño completamente
aparte, sin relación alguna con el resto de la actividad humana. De
ahí esas definiciones que tienden a hacer de lo cómico una relación
abstracta, clasificada entre las ideas de «contraste
intelectual», «sensibilidad de lo absurdo», etcétera,
definiciones que, aun cuando realmente conviniesen a todas las formas
de lo cómico, no explicarían en lo más mínimo por qué lo cómico
nos hace reír. ¿A qué se debe que esa relación tan
particularmente lógica nos contraiga no bien advertida, nos dilate y
nos sacuda mientras todas las otras nos dejan indiferentes? No
afrontaremos el problema por este lado. Para comprender la risa hay
que reintegrarla a su medio natural, que es la sociedad, hay que
determinar ante todo su función útil, que es una función social.
(...) La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida común.
La risa debe tener una significación social. (...) Lo cómico habrá
de producirse, a lo que parece, cuando los hombres que componen un
grupo concentren toda su atención en uno de sus compañeros,
imponiendo silencio a la sentimentalidad y ejercitando únicamente la
inteligencia.
En
La risa, de Henri Bergson.
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