Acumulando
las notas correspondientes a las cuestiones de etimología, descubrí
con estupefacción una extraña noticia sobre el nombre mismo de
Epicuro. Obviamente, nunca he encontrado esta información en ninguna
de las numerosas obras consagradas al fundador del Jardín por
los especialistas universitarios de la cuestión. Y sin embargo,
hojeando el Littré para verificar que en él se desaprueba lo
epicúreo tanto como en el Bescherelle, quedé pasmado
con una entrada del patronímico del filósofo. Más allá de mi
asombro por constatar que tras años de frecuentar mi diccionario
predilecto aún no había notado que se podía encontrar un puñado
ínfimo y arbitrario de nombres
propios, aprendí que la etimología de Epicuro señala un parentesco
con el socorro.
Una
consulta en el Bailly nos permite confirmar que epikouros
caracteriza al individuo que aporta el socorro. Siguen
informaciones más amplias; el término sirve igualmente para definir
a aquel que en la guerra atiende a las necesidades de alimentación,
y también a la persona que sabe y puede preservar alguien de algo.
Se mencionan igualmente las epikouria, tropas de socorro y
refuerzo, luego los epikourios, que califican a los individuos
aptos para aportar socorro y ayuda -en las tropas auxiliares, por
ejemplo-.
En
todos los casos, en tiempos de paz o en tiempos de guerra, en tiempos
felices o en tiempos aciagos, el epicúreo encauza el consuelo, lleva
consigo los medios de todos los sustentos, transmite las fuerzas
necesarias para reconstituir las energías que están en peligro. ¿Se
puede expresar mejor la tarea y el destino saludable del proyecto
epicúreo?
De
ahí mi certeza, una vez cerrado el diccionario, de la necesidad de
buscar más lejos, de cavar más profundo a fin de proponer una
lectura subjetiva del epicureismo antiguo: en el cruce del
materialismo de los orígenes y del hedonismo cirenaico, a medio
camino de la violenta desmitificación cínica y del proyecto
estético elegiaco de vida filosófica, el pensamiento intempestivo e
inactual de Epicuro nos autoriza a reflexionar sobre las
posibilidades de un libertinaje contemporáneo que permita un arte de
vivir y de amar sin sacrificar la autonomía ni la independencia. En
las antípodas de una filosofía del deseo, los materialistas
hedonistas formulan una filosofía del placer, al mismo tiempo que
una erótica alternativa a las incitaciones nocturnas del
judeocristianismo.
Finalmente,
la invitación epicúrea se redobla por una feliz llamada a
resguardar nuestra vida, a no exponerla a la vista de los
contemporáneos siempre dispuestos a criticar, juzgar, culpar y
condenar en virtud de la moralina que les obstruye y amenaza
siempre desbordarles. La vida filosófica se vive entre dos
individuos, se conduce al abrigo de las miradas indiscretas, en el
silencio de las promesas que cada cual puede y debe hacerse. Lejos de
lo que constituye las pasiones fútiles de la mayoría -la búsqueda
desenfrenada de honores, dinero, poder, posesión y riquezas-, la
terapia materialista propone una ascesis, un auténtico despojamiento
de los pesares inútiles y vanos en provecho de la única riqueza que
hay: la libertad. Con el cuerpo del otro, y a pesar de las tensiones
patéticas, el epicureismo hedonista autoriza la celebración de las
soberanías realizadas o recobradas.
En
Teoría del
cuerpo enamorado, de
Michel
Onfray.
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