Es
quizá aún demasiado frecuente extraer una frase de su lugar
natural, del libro o escrito correspondiente -una frase de
carácter normalmente provocativo, de tono fuerte y, a veces,
violento-; anunciarla de modo igualmente exagerado y al hilo de
una inmediata e interesada lectura concluir la misoginia patente del
autor, y, por consiguiente, el rechazo de su pensamiento desde
posturas feministas. Esto sucede, sigue sucediendo, con los textos de
Nietzsche. (...)
El
problema puede ser enfocado desde ángulos muy distintos. Según una
línea de análisis, en extremo simplista, sólo hay una
interpretación, unívoca y negativa, de las afirmaciones de
Nietzsche sobre las mujeres. (...)
Otras
vertientes del análisis, por el contrario, son mucho más
penetrantes; más productivas para nuestros tiempos. Derrida, aun
manteniendo la idea de cierta ceguera y confusión rítmica en el
texto de Nietzsche, aun cuestionándose la posibilidad de asimilar
sus aforismos sobre la mujer con el conjunto de su obra, nos ofrece
una mirada que abrió otros caminos. Su lectura ya no es unívoca, de
una sola dirección, porque reconoció que la de Nietzsche tampoco lo
era. Él interpretó el pensamiento de Nietzsche, en coherencia, como
un pensar la diferencia que inició el camino seguido por otros
discursos de la diferencia como el suyo propio. El de Nietzsche es un
pensar opuesto a toda suerte de «monótono teísmo» y,
también, a toda clase de dualismo estrecho, porque la suya es una
apuesta por las diferencias múltiples y móviles que no se dejan
reducir a estables diferencias binarias.
En
definitiva, la propuesta de Nietzsche fue la de despertar y sacudir
el pensamiento, hacia la «aventura»,
como reza de un bello modo esta suerte de exhortación: «Un
nuevo lema. Nuevos filósofos. La tierra moral también es redonda.
La tierra moral tiene también sus antípodas. Los antípodas tienen
también su razón de existir. Hay que descubrir otro mundo todavía,
y más de uno. iA los barcos, filósofos!».
Entonces,
nos reconoceremos bajo ésta, su estela marina, no sólo cuando
persigamos un más allá de la tradición acuñada, sino más aún
cuando busquemos en las propias sentencias nietzscheanas otros,
multiples, sentidos lejos de los supuestamente literales y evidentes.
Éste nos parece ser un método fructífero de lectura de su
pensamiento. Y es desde aquí, desde donde nos resultan especialmente
sugerentes las observaciones de Kaufmann que subrayan cómo Nietzsche
consideraba una cuestión de honor concebir sus opiniones como
provisionales y no válidas definitivamente. La finalidad
de sus libros no era
convencer, por ello no se preocupó de cómo reaccionarían otros. Él
nos recuerda la afirmación de Nietzsche de que «todo lo que es
profundo ama la máscara”, entendiéndola como un
modo de incitación al juego a sus lectores.
(...)
Sin duda, son muchos los puntos de resistencia a la tradición de
pensamiento moderno-patriarcal que se observan en la
filosofía nietzscheana, y asi ha sido diversamente resaltado. Un
lugar especial por su radical carácter transgresor
ocupa la figura de Dioniso, un dios sexualmente ambiguo, o
de multiples identidades sexuales, en la mitología y
particularmente entre las manos de Nietzsche, quien en su primera
obra nos lo presentó en «extrañas» relaciones con Apolo y
más tarde, con Ariadna. Es el dios de las máscaras multiples que se
suceden unas a otras en un movimiento sin límites, espaciales y
temporales; que niega la existencia de un rostro o lugar primigenio
original al que aquellas velarían y remitirían en el mismo acto. Él
pregona la no existencia de la «verdad», la inoperatividad
de la distinción entre una buena y una mala copia, o entre la
representación adecuada o
inadecuada; por tanto, pone en cuestión las fronteras
entre la verdad y la mentira, la filosofía y el arte.
Tampoco
es menos importante, no se puede desdeñar la gran repercusión que
ha tenido en otros discursos, la indagación genealógica que
Nietzsche pone en práctica desenmascarando la reactividad negativa
de la moral dominante en nuestra cultura, y, sobre todo, que asesta
un duro golpe, de muerte para algunos, a la idea de una
«naturalidad», ahistoricidad o eternidad, de los valores.
Bien, éstos, por nombrar algunos de los más significativos, son
planteamientos nietzscheanos que siguen siendo susceptibles de ser
aprovechados por los discursos feministas.
Fragmentos
de Afirmando las diferencias. El feminismo
de Nietzsche, de Elvira Burgos
Díaz.
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