En
un momento de su carrera James M. Barrie escribió una biografía de
su madre que tituló “Margaret
Ogilvy”.
Este libro contiene la frase reveladora de toda su literatura. Dice
así: “…el
horror de mi infancia fue que yo sabía que se acercaba el tiempo en
que debería renunciar a mis juegos, y eso me parecía intolerable.
Resolví seguir jugando en secreto…”
Hace
algunos años, alguien con el propósito de insultarme me dijo que yo
parecía Peter Pan. Y entonces garabateé esto en algunos papeles que
hoy he encontrado:
El
mundo que hoy nos toca vivir nos tienta con el progreso personal, con
el ingreso a los circuitos de consumo y con la plena posesión de los
derechos de la adultez. Por cierto se fomenta la admiración por la
precocidad. Nos encanta que los niños vivan situaciones adultas.
Ahora
bien, ¿qué es una situación adulta? Según parece, tener deseos
sexuales y ansias de posesión. O quizás adquirir cierto aplomo
mundano que permite usar palabras tales como: “igualmente”,
“saludos por su casa” o “muy amable de su parte”.
Bueno, a todo esto contesto que para ser un imbécil no hay apuro. La
precocidad de un niño pianista es admirable. La precocidad de un
miserable que aprendió demasiado pronto los riesgos de prestar
libros es basura.
Como
quiera que sea, el mundo exige abandonar los juegos y “progresar”.
Y los que se quedan jugando reciben desprecio y burla. Por eso hay
quienes como Sir James Barrie, el autor de Peter Pan, que han
resuelto seguir jugando en secreto.
Hay
personas que sin que nadie lo sepa recorren las calles y juegan. No
pisan las baldosas azules para no matar ángeles, y si las rojas para
matar demonios. O juegan a que morirán si se cruzan con una rubia en
la siguiente cuadra. O gritan en los zaguanes, o pisan las hojas
secas para deleitarse con el crujido. Pero no nos engañemos.
Estamos hablando de otra cosa, no de mera afición lúdica.
Se
trata de seguir en secreto profesando una moral heroica. De seguir
creyendo. De creer no con la estupidez de los mamertos, sino con la
locura de los que jamás podrán aprender a acomodarse en un universo
burgués de mezquindad, de seguros contra robos y de
electrodomésticos como parámetros de dicha.
James
Barrie no quería crecer. Peter Pan no quería crecer. No quería
crecer en el peor de los sentidos. No quería esa mediocre
resignación que algunos llaman “madurez”.
Nosotros
en este programa hemos resuelto seguir jugando en secreto. Jugamos a
que un buen verso salva una vida. Jugamos a que el amor es más
importante que la prosperidad. Jugamos a pensar, a enloquecernos con
un acorde. Jugamos a creer que lo mejor de la vida todavía no
sucedió. Claro
que allí están las personas razonables que nos desprecian y nos
dicen Peter Pan. Y se ríen de nuestros juegos y de nuestros
sueños. Para ellos es todo el mundo. El mundo de los adultos y de
los burgueses. El mundo de la televisión. El
mundo de los concursos o el del rating tampoco es el mundo de los
juegos. Porque los juegos, el sueño secreto de la juventud, es cosa
de gente seria.
Alejandro
Dolina.
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