¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 14 de octubre de 2016

Kundera: Ay, los rusos...

Cuando yo vivía aún en Praga, se contaba allí esta anécdota sobre el alma rusa. Un checo seduce con arrebatadora rapidez a una rusa. Después del coito la rusa le dice con infinito desprecio: «Mi cuerpo ha sido tuyo. ¡Mi alma no lo será nunca!».

Una historia preciosa. Bettina le escribió a Goethe cuarenta y nueve cartas. La palabra alma aparece en ellas cincuenta veces, la palabra corazón ciento diecinueve veces. Es muy infrecuente que emplee la palabra corazón en sentido anatómico literal («me latía el corazón»), con mayor frecuencia la utiliza como sinécdoque referida al pecho («quisiera estrecharte contra mi corazón»), pero en la aplastante mayoría de los casos significa lo mismo que la palabra alma: un yo que siente.


Pienso, luego existo es el comentario de un intelectual que subestima el dolor de muelas. Siento, luego existo es una verdad que posee una validez mucho más general y se refiere a todo lo vivo. Mi yo no se diferencia esencialmente del de ustedes por lo que piensa. Gente hay mucha, ideas pocas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y las ideas nos las traspasamos, las pedimos prestadas, las robamos. Pero cuando alguien me pisa un pie, el dolor sólo lo siento yo. La base del yo no es el pensamiento, sino el sufrimiento, que es el más básico de todos los sentimientos. En el sufrimiento, ni siquiera un gato puede dudar de su intransferible yo. En un sufrimiento fuerte, el mundo desaparece y cada uno de nosotros está a solas consigo mismo. El sufrimiento es la universidad del egocentrismo.

«¿No me desprecia?», pregunta Hipólito al príncipe Míshkin. «¿Por qué? ¿Acaso porque ha sufrido y sufre más que nosotros?» «No, porque no soy digno de mi sufrimiento.» No soy digno de mi sufrimiento. Una gran frase. De ella se deriva que el sufrimiento no sólo es la base del yo, su única prueba ontológica indudable, sino que es también de todos los sentimientos el que merece mayor respeto: el valor de todos los valores. Por eso Míshkin admira a todas las mujeres que sufren. Cuando por primera vez ve la fotografía de Nastasia Filíppovna, dice: «Esta mujer ha debido de sufrir mucho». Con esas palabras quedó claro desde el comienzo, antes aun de que hayamos podido verla en el escenario de la novela, que Nastasia Filíppovna está por encima de todas las demás. «Yo no soy nada, pero usted, usted ha sufrido», dice Míshkin subyugado a Nastasia en el capítulo quince de la primera parte, y desde ese momento está perdido.

Dije que Míshkin admiraba a todas las mujeres que sufren, pero también podría darle la vuelta a mi afirmación: en cuanto le gustaba una mujer, se la imaginaba sufriendo. Y como era incapaz de mantener en silencio lo que pensaba, enseguida se lo decía. Aquél era, por lo demás, un magnífico método de seducción (¡lástima que Míshkin supiese sacar tan poco provecho de él!), porque, si le decimos a una mujer «usted ha sufrido mucho», es como si le hablásemos a su alma, la acariciásemos, la hiciésemos elevarse. Cualquier mujer está dispuesta a decirnos en semejante momento: «¡Aunque todavía no es tuyo mi cuerpo, mi alma ya te pertenece!».

Bajo la mirada de Míshkin el alma crece y crece, parece una enorme seta, alta como un edificio de cinco plantas, parece un globo de gas, dispuesto a elevarse en cualquier momento con su tripulación de navegantes hacia el cielo. Se produce el fenómeno que denomino hipertrofia del alma.

En La inmortalidad, de Milan Kundera.


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