¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 28 de octubre de 2016

Reparación a los sofistas.

Bajo el régimen de escritura platónica de la historia de la filosofía, los sofistas pagan desde hace más de veinticinco siglos el considerable tributo de una mala reputación y de una definición equivocada. El propio término sofista es objeto de una polisemia contradictoria, lo mismo que muchos otros que provienen de la disciplina: ser filósofo, y además serlo como idealista o como materialista, cuando no se trata de dirigirse al Liceo o al Jardín, vivir como epicúreo, declararse hedonista, soportar de manera estoica, reaccionar con escepticismo, comportarse de manera cínica, incluso sensualista, pragmática o utilitarista, por no hablar de ir y venir de modo peripatético o hacerse socratizar, lo que con toda exactitud es lo contrario de una historia de amor platónico, he aquí otras tantas ocasiones de extraer falsos sentidos, incurrir en contradicción y en interpretaciones erróneas. 

 
Para la gran mayoría –en virtud, por otra parte, de una de las acepciones del diccionario-, el término sofista designa al amante de argumentos capciosos; sofisticación se refiere a una operación que tiende a engañar con apariencias a fin de disimular la verdad, y, por último, sofistiquería alude a la sutileza excesiva y errónea. En todos los casos, es menester explorar la definición para encontrar su acepción primera y la referencia a los filósofos de la antigüedad griega. Por lo demás, la mayoría de las veces se duda en reconocer a los sofistas la calidad de filósofos y se habla de pensadores o de oradores, que son otras tantas maneras de avalar la nota redactada bajo la mirada de Platón, quien los trata con la misma amabilidad que a los atomistas de Abdera, es decir, como enemigos y nada más que enemigos. Ni siquiera adversarios a respetar y criticar sin deformar sus tesis. No: enemigos, y la verdad es que el término resulta adecuado…

Sin embargo, el conjunto de los diálogos de Platón se coloca bajo el signo de este pensamiento, sin el cual no habría sido lo que fue. En efecto, y al menos en la medida en que podemos juzgar, los sofistas inventan y formulan de una manera precisa las tesis esenciales contra las que se libra la lucha reactiva del autor del Fedón: el relativismo, el individualismo, el perspectivismo, el hombre como medida de todas las cosas, el realismo empírico, el materialismo fenomenista, la inmanencia monista, la economía de un más allá, el uso agónico de la retórica, el escepticismo político, el rechazo del culto de la ley, la democratización de la cultura, el descenso del filósofo a la arena pública. ¿Y no serían filósofos?

No hay que olvidar la extracción aristocrática de Platón, pues ella explica muchas cosas, sobre todo su desprecio de los sofistas, que cobran por sus lecciones. En efecto, casi todos provienen de la clase media y ninguno dispone, como Platón, de ingresos familiares que le permitan vivir sin trabajar ni obtener dinero de sus talentos y saberes. Platón detesta la mediación del salario, como todos los individuos con tanta riqueza como para darse el lujo de despreciar la trivialidad del dinero. Itinerantes, originarios de medios modestos, los sofistas disponen de ese único recurso para asegurarse la subsistencia.


A Platón le disgustan los pobres que se ven obligados a trabajar; tampoco aprecia a los filósofos que aceptan ponerse en contacto con el público a fin de proporcionarle los medios para formarse desde el punto de vista verbal e intelectual, tanto en la forma como en el fondo, y estar así en condiciones de ocupar eficazmente los cargos de la democracia griega. Lo que Platón detesta por igual en los sofistas es que democraticen la cultura y el saber, intervengan en lugares públicos, no escojan su auditorio, no lo confinen en un recinto separado del mundo –la Academia, por ejemplo-, y acepten una interacción con él según el principio de preguntas y respuestas; que se mezclen con la plebe, con quienquiera que se acerque, con gente común, con extraños a la nobleza, y que trabajen a cielo abierto, pecados todos ellos mortales para el filósofo de sangre azul.

La versión que ha triunfado acerca de los sofistas es la platónica, razón por la cual se ha negado durante tanto tiempo a éstos el derecho a la condición de filósofos, tal como ocurrió con Demócrito. La clasificación convencional los transforma en presocráticos, esto es, en pensadores que, todavía incompletos, sin acabar, sólo anuncian, sólo preparan algo, como si fueran una especie de aperitivo filosófico. En realidad, como muestran las cronologías, todos los sofistas piensan y actúan contemporáneamente a Sócrates: algunos, como Protágoras de Abdera (492-422 a.C.), Gorgias de Leontino (485-380 a.C.) y Pródico de Ceos (470 a.C.-?), nacieron antes que Sócrates (469-399 a.C.), otros después, como Hipias de Elis (443-343 a.C.), Critias de Atenas (455-403 a.C.), o Trasímaco de Calcedonia (459 a.C.-¿), pero todos profesaron exactamente al mismo tiempo que el filósofo de la cicuta.

En Las sabidurías de la antigüedad. Contrahistoria de la filosofía I, de Michel Onfray.

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