Mucho
antes de que se inventara la fotografía, la gente trató de imaginar
el mundo en blanco y negro. En seguida se analizan dos ejemplos de
este maniqueísmo pre-fotográfico. En primer lugar, se abstrae del
universo de los juicios las limitaciones ideales de “verdadero” y
“falso”, y se construye entonces, a partir de esta abstracción,
una lógica aristotélica con identidad, diferencia y tercero
excluído. Una lógica así estructurará la ciencia moderna, que de
hecho funciona, aunque ningun juicio es totalmente verdadero o
totalmente falso, y a pesar de que todo juicio sometido a un análisis
lógico puede reducirse a cero. En segundo lugar, se abstrae del
universo de la acción las limitaciones ideales de “bueno” y
“malo”; se construyen entonces, a partir de esas limitaciones,
las ideologías religiosas y políticas. Estas ideologías
estructurarán los sistemas sociales, que de hecho funcionan, aunque
ninguna acción es totalmente mala o totalmente buena, y aunque toda
acción sometida a un análisis lógico puede reducirse a un
movimiento de títeres.
Las
fotografías en blanco y negro son semejantes al maniqueísmo,
excepto en que se abstraen de las cámaras. Y de hecho, ellas también
funcionan; traducen una teoría de la óptica en una imagen, y al
hacerlo colman de magia la teoría; transcodifican los conceptos
teóricos de “negro” y “blanco” en situaciones. Las
fotografías en blanco y negro son la magia del pensamiento teórico,
y transforman la linealidad del discurso teórico en una superficie.
En esto consiste, de hecho, la belleza específica de tales
fotografías; es una belleza propia del universo de los conceptos.
Muchos fotógrafos prefieren las fotografías en blanco y negro a las
de color, precisamente porque revelan mejor el verdadero significado
de las fotografías: el universo de los conceptos.
Las
primeras fotografías eran en blanco y negro, atestiguando sin duda
sus orígenes como abstracciones de alguna teoría óptica. Con el
progreso de otra teoría, la química, las fotografías en color
fueron factibles. Parece como si las primeras fotografías le
hubieran extraído el color al mundo, y como si las fotografías
subsecuentes se lo hubieran devuelto. Sin embargo, las fotografías
en color son por lo menos tan teóricas como las fotografías en
negro y blanco. Por ejemplo, el “verde” de un prado fotografiado
es una imagen del concepto “verde” como ocurre en alguna teoría
de la química (digamos, aditivo como opuesto a un color
sustractivo). La cámara (o la película que contiene en su interior)
está programada para traducir el concepto “verde” en una imagen
de “verde”. Naturalmente hay una conexión vaga e indirecta entre
el “verde” fotográfico y el verde “exterior”, porque el
concepto químico de “verde” está basado en alguna imagen del
mundo “exterior”. Hay, sin embargo, una serie muy compleja de
procesos sucesivos de codificación entre el verde fotográfico y el
verde “exterior”, una serie que es más compleja que aquella que
relaciona el gris fotográfico de una fotografía en blanco y negro
con el verde de un prado real. El prado fotografiado en color es una
imagen más abstracta que el prado fotografiado en blanco y negro.
Las fotografias en color contienen un grado más elevado de
abstracción que las fotografías en blanco y negro. Estas últimas
son más concretas y, en este sentido, “más verdaderas“ que las
fotografías en color. Dicho de otro modo, entre más “verdaderos”
sean los colores de una fotografía, más engañosos serán. Esconden
más eficazmente sus orígenes como teoría.
En
Hacia una filosofía de la fotografía, de Vilém Flusser.
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