Alfredo
Zitarrosa
nació en Montevideo un 10 de marzo de 1936 y a poco tiempo de nacer
fue dado en adopción por su madre. Con la familia adoptiva pasó una
temporada de su infancia en el campo, hecho que lo marcaría para
siempre. Tiempo después regresó con su madre biológica, adoptando
el apellido de su entonces esposo, Nicolás Zitarrosa.
La
juventud de Alfredo Zitarrosa estuvo marcada por los ires y venires
en diferentes trabajos: vendedor de muebles, ayudante en una
imprenta, oficinista y, finalmente, locutor de radio, donde empezaría
su relación formal con la música. Su debut como cantante llegaría
a sus 27 años, en una presentación televisiva a la que acudió un
tanto obligado por las circunstancias. Dos años más tarde, en 1965,
lanzaría su primer álbum, El
canto de Zitarrosa.
Los
restantes 24 años de su vida estuvieron dedicados a la música, la
creación literaria y el periodismo, profesiones que practicó en
tres periodos de su vida: en Uruguay de 1965 a 1976 y de 1984 hasta
su muerte y durante su exilio en Argentina, España y México, entre
1976 y 1984. Cuando por fin regresó a Uruguay, la gente lo recibió
tan emotivamente que el propio Zitarrosa calificó aquello como la
experiencia más importante de su vida. La cantidad de gente que se
reunió para recibirlo sólo es comparable a la que fue a despedirlo
tras su muerte prematura en 1989. Contaba apenas 52 años.
Hablar
del folclor latinoamericano y de la canción de protesta es hablar de
un contexto muy específico y doloroso para la historia Sudamericana:
tiempos de dictaduras, de persecuciones políticas y desaparecidos.
Cada país del Cono Sur conserva aún las heridas de este periodo
sobre su rostro. Quizá es por esto que aquellas canciones ya no
resuenan como antes. Uruguay no fue la excepción y en 1973 el
presidente Juan María Bordaberry, apoyado por las Fuerzas Armadas,
disolvió el Parlamento uruguayo y se erigió como dictador hasta
1976. Pero la dictadura militar no acabaría ahí, sino que se
extendería hasta 1985.
Por
aquel 1973, Zitarrosa ya era una figura bastante reconocida en toda
Latinoamérica y un ícono para la izquierda uruguaya, no solo por su
militancia en el Frente Amplio, sino principalmente por el amor que
profesaba a los sonidos oriundos de su país y a la cultura popular.
Y es que Zitarrosa no sólo tuvo que enfrentarse a las circunstancias
históricas de su terruño, sino también, como muchos músicos de la
época, al menosprecio de las manifestaciones artísticas del pueblo
por parte de los sectores medios de su sociedad.
Pero
Zitarrosa no era, musicalmente hablando, un folklorista “puro”,
como tampoco era un exacerbado nacionalista. De orientación
medianamente anarquista, su amor por la poesía y su sensibilidad
para integrar elementos del jazz o la música de cámara a la
tradición musical del Uruguay le valieron un lugar único en el
gusto de la gente. Cuando en 1971 sus canciones fueron prohibidas,
Zitarrosa no cejó en sus ánimos creativos y se mantuvo durante
cinco años más componiendo y difundiendo. Pero en 1976 decidió
marcharse con rumbo a Argentina, país del que también huyó al
establecerse otra dictadura.
Su
pionera intuición de músico de fusión, es quizá el punto clave
para entender por qué Zitarrosa fue lo que fue en su época. Como
músico de fusión, es decir, como creador libre de prejuicios y
cánones ideologizantes, Zitarrosa supo abrir el Uruguay para los
uruguayos: la hasta entonces despreciada música popular –milongas,
candombes, chamarras, triunfos y zambas- tomó un nuevo lugar a
través de la voz de Zitarrosa. Se convirtió, en un periodo
relativamente corto, en símbolo nacional revalorado y, al mismo
tiempo, en baluarte de la cultura latinoamericana.
Estando
en el exilio, Zitarrosa continuó escribiendo y grabando discos,
entre ellos, Guitarra
Negra.
Bajo este título, Zitarrosa lanzó dos álbumes diferentes: uno de
estudio, grabado en España en 1977 y aparecido en Uruguay hasta 1985
y uno en vivo, grabado en el Auditorio Nacional de México en 1978.
Es este último del que les hablaremos, pista por pista.
Guitarra
Negra abre
con la chamarrita “Pa’l que se va”, una canción dedicada a las
personas que abandonan su tierra. A través de recomendaciones
comunes y en un lenguaje sumamente coloquial, Zitarrosa pone en duda
la eternidad del exilio e invita: “no te olvides que el camino es
pa’l que viene y pa’l que va”. Esta canción apareció
originalmente en el álbum Del
amor herido,
de 1967 y es una de las más conocidas de Zitarrosa. De influencia
litoraleña, es decir de la zona enmarcada por los ríos Paraná,
Uruguay y Paraguay, “Pa’l que se va” es una excelente muestra
de una de las venas favoritas de Zitarrosa: hablar de temas tristes
con alegría sobrada.
A
este tema sigue “Doña Soledad”, algo así como un “candombe
con perspectiva de género”, en el que Zitarrosa invita a Doña
Soledad, una mujer de pueblo, a cuestionar sus condiciones de vida.
Entre referencias cotidianas, esta canción, original del álbum Yo
sé quien soy
de 1968, se asoma a los temas de la realidad femenina: pocas
oportunidades para el estudio, trabajo obligado, falta de recursos
hasta para morirse. ¿Cuántas doñas Soledades en el mundo quisieron
querer estudiar pero no pudieron poder?
Y
ya entrados en redenciones de lo femenino, llega la canción más
conocida de Zitarrosa, “Stefanie". Cuentan las leyendas
populares que estando en Brasil, durante los años de exilio y
bastante deprimido, Zitarrosa conoció a una prostituta que
supuestamente terminó enamorándose de él y que sería la musa de
este tema. Cierto o no, las referencias hacia la prostitución son
evidentes: “te veo salir correr por el pasillo del hotel”; “debes
vivir la soledad que sales a vender”; “Stefanie, yo tampoco te
quiero, mas tu amor por el dinero ha olvidado al obrero y al señor”.
Una canción triste y desgarradora pero que, al mismo tiempo y a
través de esa misma languidez, limpia y redime la imagen de las
prostitutas.
El
cuarto tema, “Ya es bastante”, publicado más tarde como “Ya
basta”, es una milonga instrumental donde Zitarrosa muestra y
demuestra sus virtudes como guitarrista, algo que hasta ahora no
habíamos mencionado. Muchos recuerdan a este autor por su
inigualable voz y sus bellísimas letras, pero haciéndole justicia
debemos reconocer que no era “sólo” un cantante, sino un
excepcional guitarrista que supo ensalzar con sus acordes el sonido
de la música popular. “Ya es bastante” es una muestra de ello:
respetando las bases rítmicas de la milonga, Zitarrosa la
transforma, la llena de detalles, de complicados arpegios, que nos
envuelven en su delicadeza.
Hasta
aquí todo han sido insinuaciones del pensamiento más duro de
Zitarrosa: guiños sobre sus ideas y posturas políticas, atisbos de
los juicios que nacían en su cabeza. Pero el quinto tema de Guitarra
Negra es
enteramente distinto: directo y agrio, el “Adagio en mi país”
suelta sin piedad, uno tras otro, los señalamientos más fuertes de
Zitarrosa. Podríamos decir, de alguna manera, que esta canción es
un doble adagio, pues musicalmente es una pieza lenta, una
vociferación firme pero que se toma el tiempo para degustar cada
acorde, cada palabra. En cuanto a lo lírico, este tema es una
recopilación de adagios: de su padre a su pueblo, Zitarrosa comparte
las verdades que latían en el corazón de un futuro aún sin trazar:
“dice mi padre que un solo traidor puede con mil valientes”,
“dice mi pueblo que puede leer en su mano de obrero el destino y
que no hay adivino ni rey que le pueda marcar el camino”. Con un
coro que desborda esperanza, “Adagio en mi país” deja lugar a la
última canción del disco: “Guitarra Negra”.
“Guitarra
Negra”. Empecemos por lo evidente, su duración. Dieciséis minutos
y cuarenta y tres segundos. ¿Cuánto se puede decir, cuánto se
puede tocar en un tema tan largo? Tantísimo que al final el escucha
deseará que la canción no termine. “Guitarra Negra” es un tema
único en su estilo, bautizado por Zitarrosa como un “poema por
milonga”, es decir, una pieza musical que despoja al tango de la
melancolía y que busca regodearse en las posibilidades de la
palabra, pues en el lenguaje quimbunda, eso quiere decir. Un
pleonasmo sugerido, un festejo total de la palabra, madre también de
la poesía.
Este
tema apareció por vez primera en Guitarra
Negra, el
disco de estudio lanzado en España en 1977. Originalmente Zitarrosa
definió cada una de sus partes como “contracanciones” que
estaban repartidas en tres lapsos y no contaban con un título en
particular. Para la edición uruguaya de 1985 bautizó cada una de
aquellas contracanciones, quedando “Guitarra negra” integrada por
nueve fragmentos, nueve pequeños poemas que se deslizan en una base
milonguera sencilla y pegajosa.
El
primer poema, “Introducción”, es una oda a su guitarra, a su
esencia escurridiza y amorosa, al hecho de tocarla sin saber a
ciencia cierta cómo amarla sin dolor, cómo tocar su carne de aire,
cómo hacer para que sienta su torpe amor. Sin demasiado apuro,
Zitarrosa pasa de las preguntas a las aseveraciones de
“Allanamiento”, un poema donde narra los andares de una muerte
que lo busca por todos los rincones de su casa. Pero la muerte no
encuentra a nada ni a nadie, pues Zitarrosa ha partido ya al lado de
la vida, pregunta en una esquina la hora y en la bolsa del hombre que
le da la hora, “iba la vida, junto con su almuerzo”.
Sigue
“La casa”, el poema más breve y aun así tan contundente, tan
áspero. Más áspero “Uruguay for export”: la estampa cruel de
un matadero donde las reses van a morir, donde van derecho al
descuartizamiento atroz y se preguntan qué pasa sin encontrar
respuesta alguna, sólo monstruoso dolor y estupidez sentimental. Una
a una las imágenes nos desconsuelan, nos remueven sentimientos
desconocidos en plena entraña mientras la milonga sigue fluyendo,
sigue fluyendo.
Un
alto breve, otra estampa: “Flor show”: la flor de agua que nace y
muere en cada fuente, como muere la milonga en la canción. A ritmo
de un tango que mucho tiene de gitano, Zitarrosa recrea la vida breve
de la flor, madre de estrellas, espectáculo efímero pero
eternamente repetido mientras haya ojos y aplausos que la nutran.
Vanidad hinchada, belleza que muere, ciclos que se recrean una y otra
vez.
Cierra
el paréntesis y abre las alas, “Mis alas”: agria metáfora de
amor y odio, de libertad y destino, de más allá y más acá, de
pueblo y canción. Alguien más abre las alas, “La Mariposa”, un
triste poema porque no vuela libre, sino atada a su muerte. Pero eso
no es tan triste, dice Zitarrosa, “triste es ver su cadena de
huevos en el hollín, depositados junto a un río de aceite, a la
sombra de las altas paredes de cemento”.
“Hago
falta” y “Exhortación y propósitos” cierran “Guitarra
Negra”. Aparece Zitarrosa. Aparecen las dudas y las certezas.
Aparece la palabra y su secreto abismo. Aparecen los nombres de los
muertos y desaparece la esperanza, oculta tras los dientes de un
perro que roe en la oscuridad su propio hueso. Desaparece la canción.
Aparece el silencio.
En
Guitarra Negra de Alfredo Zitarrosa, por
Fabián Aranda.
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