¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Darnauchans: Memorias de un trovador.

Eduardo Darnauchans (Montevideo, 1953-2007) fue una figura original en el contexto del Canto Popular Uruguayo de los setenta. Poseedor de una vasta cultura que comienza a forjar en el Grupo de Tacuarembó, junto al prof. Benavides, comprende el poder sugeridor que debe tener el texto poético y comparte esa preocupación por la calidad estética que tuvo el movimiento del canto popular. 


Muchas veces, como forma de desafío a la dictadura (1973-1985), la canción se envuelve de ambigüedades y guiños cómplices. Es así que se transforma en un singular acto comunicativo de reconocimiento interactivo entre artista y público. La generación de la resistencia tendrá en el campo del canto popular un vehículo de expresión de valor fundamental. Comienzan a proliferar recitales en teatros, en salas pequeñas, pubs o café-concerts. Allí, músicos, actores y público lograrán espacios de reunión, burlando las prohibiciones dictatoriales. Con creadores que debieron buscar caminos subrepticios para el “decir entrelíneas”, el canto popular se jerarquiza por su calidad literaria; la palabra adquiere resonancias diferentes en los oídos atentos de un público ávido, que se va haciendo especialista en el arte de la interpretación.

Darnauchans crece artísticamente en ese momento y se destacará por la sutileza y la sobriedad de su lenguaje que, amparado en metáforas ambiguas, dirá mucho más de lo que se “puede” decir. El Canto Popular, como plantea Agostino, fue el decir de la generación. A través de ese fenómeno cultural, social y político se generaron vías de expresión, de denuncia y celebración, espacios de encuentro para reconocerse, animarse y sentirse parte de una corriente que compartía mucho más que los gustos musicales.


En la última etapa de la dictadura los recitales crecieron de tal manera que fueron saliendo del recinto privado de los teatros a estadios de clubes deportivos con mayor capacidad donde se realizaron megarecitales. Este movimiento presenta, al decir de Mántaras, una grande y doble importancia: tuvo un alto nivel creativo en lo musical y en lo poético y una enorme repercusión en lo social.

Uniendo poesía y música, Darnauchans se convierte en un trovador del siglo XX. Sus presentaciones en vivo eran verdaderas performances donde el trovador se construía a sí mismo. Cada canción implicaba una interpretación dramatizada donde, además, Darnauchans desplegaba todas las posibilidades de su capacidad vocal. Su raíz, dice De Alencar Pinto (2007), parece estar en una imitación un poco rústica de canto medieval o renacentista:

Para él, el tiempo, las notas, y el rango dinámico tenían más gradaciones que para el común de los seres humanos. Era un ornamentador inteligente y creativo, y se valía de su agilidad vocal para inventar melismas interesantes. Era muy osado para intervenir el discurso con entrecortes, desplazamientos, toses asmáticas, casi llantos, susurros (no tenía en ello ningún temor al ridículo, y lo eventualmente feo o extravagante terminaba siendo parte del personaje, del encanto de su canto) […] La latitud afectiva era muy amplia: comprendía la desesperación pero también, cuando ponía su voz de terciopelo y simplificaba al máximo la emisión, una indecible ternura. No todo era “emotivo” en su canto: sabía valorizar con la voz la musicalidad fonética de sus textos.


Vemos así, cómo la voz de Darnauchans con su timbre especial, sus formas expresivas exageradas, ásperas o aterciopeladas, es portadora de nuevos sentidos dentro del texto. Sus recitales fueron espectáculos donde el personaje de el Darno actuaba, sorprendiendo siempre al público de manera diferente con un estilo elaborado. Según Fornaro ese estilo implica trabajar en una performance que ejemplifica como pocos en la música popular uruguaya, la diferencia entre poesía y canción, en el sentido de que el concepto de canción supone una interpretación dramatizada y una unidad texto-música que si es exitosa, lo lleva a perdurar en la memoria y asegura su vida en la oralidad. En esta línea hay que destacar que también fue un excelente recitador, “decía” muy bien. Recuérdese el “Poema para ser grabado en un disco de fonógrafo” de Eduardo González Lanuza que hoy, después de muerto Darnauchans, resulta impactante.

Fragmento de El caso Darnauchans. Poesía en movimiento, de Silvia Sabaj.

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