Eduardo
Darnauchans (Montevideo, 1953-2007) fue una figura original en el
contexto del Canto Popular Uruguayo de los setenta. Poseedor de una
vasta cultura que comienza a forjar en el Grupo de Tacuarembó,
junto al prof. Benavides, comprende el poder sugeridor que debe tener
el texto poético y comparte esa preocupación por la calidad
estética que tuvo el movimiento del canto
popular.
Muchas
veces, como forma de desafío a la dictadura (1973-1985), la canción
se envuelve de ambigüedades y guiños cómplices. Es así que se
transforma en un singular acto comunicativo de reconocimiento
interactivo entre artista y público. La generación de la
resistencia tendrá en el campo del canto popular un vehículo de
expresión de valor fundamental. Comienzan a proliferar recitales en
teatros, en salas pequeñas, pubs o café-concerts.
Allí, músicos, actores y público lograrán espacios de reunión,
burlando las prohibiciones dictatoriales. Con creadores que debieron
buscar caminos subrepticios para el “decir entrelíneas”, el
canto popular se jerarquiza por su calidad literaria; la palabra
adquiere resonancias diferentes en los oídos atentos de un público
ávido, que se va haciendo especialista en el arte de la
interpretación.
Darnauchans
crece artísticamente en ese momento y se destacará por la sutileza
y la sobriedad de su lenguaje que, amparado en metáforas ambiguas,
dirá mucho más de lo que se “puede” decir. El Canto Popular,
como plantea Agostino, fue el decir de la generación. A
través de ese fenómeno cultural, social y político se generaron
vías de expresión, de denuncia y celebración, espacios de
encuentro para reconocerse, animarse y sentirse parte de una
corriente que compartía mucho más que los gustos musicales.
En
la última etapa de la dictadura los recitales crecieron de tal
manera que fueron saliendo del recinto privado de los teatros a
estadios de clubes deportivos con mayor capacidad donde se realizaron
megarecitales. Este movimiento presenta, al decir de Mántaras, una grande y doble importancia: tuvo un alto nivel creativo en
lo musical y en lo poético y una enorme repercusión en lo social.
Uniendo
poesía y música, Darnauchans se convierte en un trovador del siglo
XX. Sus presentaciones en vivo eran verdaderas performances donde
el trovador se construía a sí mismo. Cada canción implicaba una
interpretación dramatizada donde, además, Darnauchans desplegaba
todas las posibilidades de su capacidad vocal. Su raíz, dice De
Alencar Pinto (2007), parece estar en una imitación un poco rústica
de canto medieval o renacentista:
Para
él, el tiempo, las notas, y el rango dinámico tenían más
gradaciones que para el común de los seres humanos. Era un
ornamentador inteligente y creativo, y se valía de su agilidad vocal
para inventar melismas interesantes. Era muy osado para intervenir el
discurso con entrecortes, desplazamientos, toses asmáticas, casi
llantos, susurros (no tenía en ello ningún temor al ridículo, y lo
eventualmente feo o extravagante terminaba siendo parte del
personaje, del encanto de su canto) […] La latitud afectiva era muy
amplia: comprendía la desesperación pero también, cuando ponía su
voz de terciopelo y simplificaba al máximo la emisión, una
indecible ternura. No todo era “emotivo” en su canto: sabía
valorizar con la voz la musicalidad fonética de sus textos.
Vemos
así, cómo la voz de Darnauchans con su timbre especial, sus formas
expresivas exageradas, ásperas o aterciopeladas, es portadora de
nuevos sentidos dentro del texto. Sus recitales fueron espectáculos
donde el personaje de el Darno actuaba, sorprendiendo siempre
al público de manera diferente con un estilo elaborado. Según
Fornaro ese estilo implica trabajar en una performance
que ejemplifica como pocos en la música popular uruguaya, la
diferencia entre poesía y canción, en el sentido de que el concepto
de canción supone una interpretación dramatizada y una unidad
texto-música que si es exitosa, lo lleva a perdurar en la memoria y
asegura su vida en la oralidad. En esta línea hay que destacar que
también fue un excelente recitador, “decía” muy bien.
Recuérdese el “Poema para ser grabado en un disco de fonógrafo”
de Eduardo González Lanuza que hoy, después de muerto Darnauchans,
resulta impactante.
Fragmento
de El caso Darnauchans. Poesía en movimiento, de Silvia
Sabaj.
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