¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 13 de diciembre de 2016

La vida es crueldad.

La idea de que la vida es crueldad es un principio de base afirmado por Nietzsche y Artaud de una punta a la otra de sus obras. El primero, por ejemplo, asimila “voluntad de potencia” y “voluntad de crueldad”; el otro define la crueldad como “apetito de vida”. Ambos ven en ella la expresión de una fuerza que va hasta el final de sus consecuencias, con todo rigor. Por otra parte, intentan sin cesar distinguir entre una crueldad “natural” o “inocente” y una crueldad perversa. Esta última, que caracteriza la maldad de los débiles o el sistema de la moral, consiste en una inversión de la crueldad de la vida contra ella misma. Finalmente, no la definen más que secundariamente como un rasgo psicológico y humano. Al inicio de su obra, en relación con la metafísica de El nacimiento de la tragedia y la de El teatro y su doble, la crueldad tiene una significación metafísica y cósmica. Y el origen de esta metafísica, reconocida por Nietzsche, implícita en Artaud, es la filosofía de Schopenhauer. Más allá, sin embargo, podemos remontarnos a sus dos fuentes más o menos míticas: los presocráticos (Heráclito en particular) y el Oriente, más precisamente, la sabiduría de la India.


Schopenhauer marcó sin dudas una ruptura en la filosofía occidental por el hecho de que, por primera vez, el Ser no está definido como dulzura, felicidad y alegría, sino como una potencia absurda, inconscientemente cruel, que hace de la vida un sufrimiento. Y por primera vez, también, da a la crueldad humana su significación metafísica: el hombre, el animal más sufriente, por ser el más consciente, que ha ganado la guerra de las especies y la ha transformado en una guerra de sexos (motivo presente en Nietzsche y en Artaud), se deshace del dolor de vivir contemplando el sufrimiento del otro, sufrimiento del cual él es, o se imagina ser, la causa.

Y la función metafísica de la tragedia es liberarnos del dolor de existir. Artaud se inscribe directamente en la línea del gnosticismo y del catarismo a los cuales se refiere Schopenhauer. La metafísica del Teatro de la Crueldad es un verdadero sistema gnóstico que pone en escena la lucha del Bien contra el Mal, de lo Masculino contra lo Femenino, en un mundo dominado por un demiurgo malvado, consciencia cósmica responsable de la Crueldad.


Alcanzamos así una primera diferencia: mientras que Nietzsche, desde el inicio, plantea el principio de una crueldad sin consciencia, y sobre todo sin mala consciencia, Artaud afirma en El teatro y su doble: “no hay crueldad sin consciencia”. Esta diferencia se reencontrará incluso después de que cada uno haya rechazado su metafísica primera. Nietzsche afirma la existencia de una crueldad inocente de los fuertes frente a la maldad de los débiles que quieren hacer sufrir y ver las marcas del sufrimiento (Aurora). Si bien encontramos esta distinción en Artaud, él no llega a esta idea de la inocencia de la vida y de la crueldad, puesto que no llega a expulsar la presencia del Otro (al que llama “dios” o “el rebaño” o “el espíritu de la masa”). Dicho de otra forma, hay una consciencia mala que envenena la vida y la crueldad. El teatro de la crueldad se transforma, en sus últimos textos, en un ejercicio de liberación contra la metafísica, pero que, entonces, no deja de tropezarse con los residuos de Dios o de la mala consciencia en nosotros. Así, escribe en Para terminar con el juicio de dios: “Crueldad es extirpar, por la sangre y hasta en la sangre de dios, el azar bestial de la animalidad inconsciente humana, en todos los lugares donde podamos encontrarla”.


Sean cuales fueran las diferencias y la evolución de sus pensamientos, la idea constante de que la vida es crueldad es esencial al menos por dos razones. En primer lugar, esta expresión tiene un sentido muy diferente de la fórmula de Schopenhauer: “el fondo de la vida es el sufrimiento”. Esta última, pesimista y depresiva, hace del sufrimiento un criterio de condena de la vida. “La vida es crueldad” es una fórmula afirmativa que justifica la vida más allá del sufrimiento, el miedo y la piedad. Esto es verdad en Nietzsche desde El nacimiento de la tragedia. En Artaud, incluso en sus textos de imprecación y de odio, la violencia siempre es la expresión de una exigencia de la vida más fuerte y más elevada. En segundo lugar, esta fórmula es esencial en una época donde la crueldad de la historia ha alcanzado una dimensión alucinante a través de las dos guerras mundiales, los campos de concentración, los gulags, los genocidios, etc. Artaud no cesa de repetir: si no somos capaces de mirar la realidad de frente, de vivir nuestra crueldad a través del teatro y otras formas de exorcismo, la sufriremos de manera pasiva y mórbida en la vida cotidiana y en la historia. Ahora bien, en el mundo contemporáneo, donde la guerra económica ha tomado en general el lugar de los conflictos militares, se ejerce una crueldad más fría, más cínica, y más destructora que nunca. La ley del neocapitalismo mundializado sustituyó a la Crueldad cósmica del demiurgo malvado. Y es aun más inhumana, puesto que es sin consciencia, sin siquiera una consciencia sádica que gozaría de este espectáculo cruel. No tiene más que consciencia de los beneficios a corto plazo que se derivan de él. Y a modo de Teatro de la Crueldad o de tragedia de los tiempos modernos, los cines y los medios nos encierran en un universo de violencia irreal y de fantasmas perversos que tienen exactamente la misma función que los juegos del circo en Roma: satisfacer nuestras pulsiones más bajas y separarnos de la verdadera crueldad de la vida que es la crueldad de lo real. Digo esto muy rápidamente para recordar hasta qué punto los pensamientos de Nietzsche y de Artaud, y particularmente su definición de la vida como crueldad, responden a una pregunta histórica, si no “historial”.

En Nietzsche y Artaud. Pensadores de la crueldad, de Camille Dumoulié.

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