Hemos
visto cómo la primera forma que adquiere la alteridad para la psique
(alteridad imaginaria) es la de sí mismo como otro, es decir
el individuo fabricado socialmente. También hemos hablado de una
“alteridad real”, que es la que provoca el odio al otro en forma
de racismo, y por la cual el otro es inconvertible.
La
superación del primer tipo de odio al otro [...] parecería no
exigir mucho más que lo que implica la vida en sociedad […] la
existencia de los japoneses no debería poner en tela de juicio el
valor de los chinos.1
El
segundo tipo de odio, cuya raíz psíquica es el odio a sí mismo,
supone una elaboración más profunda: la “aceptación de nuestra
mortalidad real y total”. Tanto en el caso del individuo como de la
sociedad, la renuncia a la inmortalidad, la necesaria aceptación del
Otro que es la Muerte son condición para la autonomía y la
superación del odio.
Pero,
para entender la posibilidad del sujeto autónomo es necesario
reconocer también la alteridad como “emergencia de lo nuevo”,
como alloiosis. Para ello, debemos distinguir entre el
reconocimiento de la “diferencia” y la “alteridad”. Dice
Castoriadis que “dos objetos son diferentes si existe un
conjunto de transformaciones determinadas (leyes) que permiten la
deducción o producción de uno a partir de otro”. En el caso de la
alteridad, en cambio, no es posible la deducción. Se trata de la
distinción entre el campo de la lógica conjuntista-identitaria
(ensídica), en que todo es reductible o deducible, como en
matemáticas, frente al campo de lo imaginario-poiético, de la
creación exnihilo.
El
surgimiento de “lo nuevo” es para Castoriadis la muestra del
carácter creador, y no sólo reproductor, de la imaginación radical
humana. Pues bien, esta alteridad como “lo otro emergente” es la
condición para la autonomía, y por tanto para la superación del
odio al otro. En la sociedad heterónoma el tipo antropológico
supone no sólo la exclusión del otro, sino sobre todo el
ocultamiento de la propia autoinstitución. La institución social se
presenta así como fundamentada en lo trascendente, en instancias
externas a la propia institución. Estas sociedades, como mucho,
pueden “aceptar la diferencia” en tanto que explican las otras
instituciones como reductibles de una manera u otra a partir de las
propias.
En
la sociedad autónoma, en cambio, el tipo antropológico experimenta
la autoinstitución individual y colectiva, y por tanto acepta la
alteridad en tanto que alteridad, es decir, creación humana. Así,
“el sujeto autónomo se constituye, no sólo frente a la alteridad
que supone la relación consigo mismo como otro, sino también (…)
en la alteridad y como alteridad”.
1
Castoriadis, C., El mundo fragmentado, La Plata, Terramar ed.,
2008, p. 39.
En
Las raíces de la violencia en la obra de Castoriadis, de
Vicent Ballester García.
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