«Mi meta inicial, la filosofía.
Puesto que eso era lo que quería en el origen».
Sigmund
Freud, carta a Fliess, 1 de enero de 1896.
En
su voluntad furiosa de quererse sin dioses ni maestros, Freud hace de Nietzsche
el hombre a quien es preciso abatir. Veamos justamente en este blanco
privilegiado una invitación a llevar a cabo una pesquisa sobre esa alergia
particular y constante. ¿Por qué Nietzsche? ¿En nombre de qué extrañas razones?
¿Para proteger qué o a quién? ¿Con el fin de sofocar qué secretos? ¿Qué
significa, en él, esa ardiente pasión por negar la filosofía y a los filósofos,
entre quienes se cuenta? ¿Por qué ha de ser él lo que no querría que se supiera:
un filósofo, precisamente un filósofo, sólo un filósofo, nada más que un
filósofo?
De
hecho, para un hombre sediento de fama, la filosofía conduce con menos
facilidad que un descubrimiento científico al reconocimiento planetario… La
inscripción del psicoanálisis en un linaje legendario, fabuloso y mitológico se
acompaña de la mayor de las violencias contra la influencia más manifiesta del
filósofo mismo que afirma esta idea fuerte y cierta, justa y poderosa, pero
efectivamente incompatible con la leyenda: toda filosofía es la confesión
autobiográfica de su autor, la producción de un cuerpo y no la epifanía de una
idea venida de un mundo inteligible. Freud se pretende sin influencias, sin
biografía, sin raíces históricas: la leyenda lo exige. Freud libró sin
interrupción el combate contra los filósofos y la filosofía, a la manera de
aquellos que, de Luciano de Samosata a Nietzsche, pasando por Pascal o
Montaigne, ilustran la famosa tradición de que burlarse de la filosofía es propiamente filosofar.
Si
un día recibió el premio Goethe en vez del Nobel de medicina que daba por
descontado, fue sin duda porque, ya durante su vida, un areópago consideró que
su obra pertenecía más a la literatura que a la ciencia. En la mitología
freudiana escrita por su propia iniciativa, Goethe tiene un papel importante,
porque sería el desencadenante de todo un destino. En efecto, cuando Freud duda
y busca su camino, en el momento mismo en que la filosofía lo tienta más que
cualquier otra cosa, antes de abrazar la carrera médica que, según su
confesión, fue un malentendido, una vía tomada por defecto, Goethe le señala
hacia dónde ir. En la Presentación autobiográfica, aquél afirma que la lectura
pública de «Die Natur», el ensayo del poeta alemán, lo convenció de iniciar los
estudios de medicina. ¡Podría encontrarse un disparador menos literario para un
destino científico! En 1914, en la Contribución a la historia del movimiento
psicoanalítico, Freud pretende que ha leído a Schopenhauer, por cierto, pero
que su propia teoría de la represión no tiene nada que ver con El mundo como
voluntad y representación, aunque la de este libro sea exactamente igual y la
preceda por más de medio siglo. El lector de las mil páginas de la Philosophie
des Unbewussten [Filosofía de lo inconsciente] de Eduard von Hartmann puede
indicar asimismo otras proximidades entre Freud y este otro filósofo alemán,
también schopenhaueriano, sobre todo en lo relacionado con la cuestión central
de los determinismos del inconsciente.
Freud
lo asegura: ha pensado por sí solo y descubierto sin ayuda su teoría de la
represión; a continuación, se sintió muy dichoso al comprobar que el
pensamiento de Schopenhauer confirmaba el suyo. Su relación con Nietzsche se
muestra bajo una luz más problemática y, para decirlo todo, bastante neurótica.
En esa misma confesión, Freud escribe: «Me rehusé el elevado goce de las obras
de Nietzsche con esta motivación consciente: no quise que
representación-expectativa de ninguna clase viniese a estorbarme en la
elaboración de las impresiones psicoanalíticas» [XIV, p. 15]. ¡Curiosa
revelación! ¿Por qué razones rehusarse un placer que, sin embargo, se estima
tan elevado? ¿Por qué remitir a motivaciones conscientes, cuando uno ha basado
su fondo de comercio en la idea de que la raíz de todas las cosas es
inconsciente? ¿Qué justifica que no aplique su método y que evite cuestionar su
propio inconsciente acerca de esa negativa particularmente significativa? ¿Qué
hay que englobar bajo la vaga expresión de «representación-expectativa »?
Freud
leyó pues a Schopenhauer, pero sus teorías jamás influyeron en él, ni siquiera
donde son semejantes, ¡y por otro lado, no leyó a Nietzsche para evitar caer
bajo su influencia! ¿Cómo saber empero que existe el riesgo de ser influenciado
si no se tiene ya la certeza de que las tesis coinciden? Por más que el doctor
vienés practique la renegación, no deja de ser cierto que el freudismo parece
un retoño singular del nietzscheanismo para cualquier lector que esté aunque
sea un poco informado en materia de filosofía. Sigmund Freud conoce a Nietzsche
y, aun cuando no lo haya leído, ha hablado mucho de él con interlocutores que
lo conocían por haberse codeado con él en el camino de Eze, cerca de Niza.
Durante sus años de universidad —esto es, entre 1873 y 1881—, Freud escuchó
hablar de él en las clases de filosofía de Brentano. En una carta a Fliess,
escribe que ha comprado las obras de Nietzsche. ¡Qué extraño gesto: adquirir
los libros de un filósofo a quien no se leerá a fin de evitar su influencia!
Dice a su amigo: «Espero encontrar en él las palabras para muchas cosas que
permanecen mudas en mí, pero todavía no lo he abierto. Demasiado perezoso por
el momento» (1 de enero de 1900). Ahora bien, Freud era todo menos perezoso… El
28 de junio de 1931, cuando ya tiene a sus espaldas lo esencial de su obra,
escribe a Lothar Bickel: «Me he negado a estudiar a Nietzsche a pesar de que
—no, porque— corría el notorio riesgo de encontrar en él intuiciones cercanas a
las probadas por el psicoanálisis». Retengamos la lección, entonces: el
filósofo tiene intuiciones; el psicoanalista, pruebas. Tal es la línea de
defensa adoptada por Freud en su crítica de toda la filosofía: ese mundillo que
no le incumbe —a él, el médico—, se mueve en el cielo de las ideas, postula,
habla sin pruebas, afirma, produce conceptos sin preocupación por su
verosimilitud; en cambio, el psicoanálisis procede de otra manera: después de
observación, examen, comprobación de los casos, deducción científica, entrega
verdades indubitables.
En
la historia de la humanidad, por tanto, y según la opinión del hombre del
diván, Nietzsche no tiene más que intuiciones, mientras que Freud se
desenvuelve en el mundo científico donde las cosas se prueban… Ya veremos que
no hay peor filósofo que el que se niega a serlo y se supone un científico que,
para creer en su propia mentira, debe falsificar resultados, inventar
conclusiones, mentir acerca del número de presuntos casos que le permiten
llegar a verdades hipotéticas desautorizadas por la realidad. Pero nuestra
pesquisa no hace sino empezar…
La
puesta en paralelo de sus biografías nos informa sobre estos dos
contemporáneos. Nietzsche es doce años mayor, una nadería cuando los individuos
ya están incorporados a la escena filosófica. Su primer texto, El nacimiento de la tragedia, aparece en 1871,
cuando Freud estudia en la escuela secundaria. El mayor publica la Primera consideración intempestiva;
el menor ingresa en medicina. Nietzsche firma su texto sobre Wagner; Freud
estudia la sexualidad de las anguilas en Trieste. Breuer comenta el caso de
Anna O. a Freud; Nietzsche publica La gaya ciencia y
aparece Así habló Zaratustra;
Freud asiste a los cursos de Charcot. En 1886, Freud abre su consultorio en
Viena el domingo de Pascua (!); Más allá del bien y del mal llega
a las librerías. El 3 de enero de 1889, Nietzsche se derrumba al pie de un caballo
en Turín e inicia un periodo de diez años de locura; durante ese mismo año,
Freud perfecciona su técnica hipnótica, bastante pobre, en Nancy, con Bernheim.
Nietzsche va a vivir sus últimos diez años en la postración y el silencio,
acompañado por su madre y luego por su hermana, que se apoderan de él para
disfrazar su obra y su pensamiento, y llevar al filósofo en dirección al
nacionalsocialismo.
Durante ese decenio de muerte en vida, Freud dedica
escritos a las parálisis histéricas, las afasias, la etiología sexual de las
histerias, otros tantos temas útiles para examinar el caso Nietzsche. Y luego,
símbolo fuerte de las fechas, Nietzsche muere con el inicio del siglo, el 25 de
agosto de 1900, año bisagra en el cual aparece La interpretación de los sueños, una obra
posdatada, dado que ya se encuentra en las librerías un tiempo antes, desde
octubre de 1899; Freud, empero, desea esa fecha redonda e inaugural para dar un
sentido a la salida oficial de su libro: cree que con ese texto, su fortuna, en
todos los sentidos de la palabra, está asegurada. Se tiran seiscientos
ejemplares, de los cuales se venden ciento veintitrés los seis primeros años;
la edición tarda ocho años en agotarse. Muerte de Nietzsche, nacimiento del
nietzscheanismo, advenimiento del freudismo…
En Freud. El crepúsculo de un ídolo, de Michel
Onfray.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario