¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Destruir a Nietzsche, dice...

                                                                      «Mi meta inicial, la filosofía. 
Puesto que eso era lo que quería en el origen».
Sigmund Freud, carta a Fliess, 1 de enero de 1896.

En su voluntad furiosa de quererse sin dioses ni maestros, Freud hace de Nietzsche el hombre a quien es preciso abatir. Veamos justamente en este blanco privilegiado una invitación a llevar a cabo una pesquisa sobre esa alergia particular y constante. ¿Por qué Nietzsche? ¿En nombre de qué extrañas razones? ¿Para proteger qué o a quién? ¿Con el fin de sofocar qué secretos? ¿Qué significa, en él, esa ardiente pasión por negar la filosofía y a los filósofos, entre quienes se cuenta? ¿Por qué ha de ser él lo que no querría que se supiera: un filósofo, precisamente un filósofo, sólo un filósofo, nada más que un filósofo?

De hecho, para un hombre sediento de fama, la filosofía conduce con menos facilidad que un descubrimiento científico al reconocimiento planetario… La inscripción del psicoanálisis en un linaje legendario, fabuloso y mitológico se acompaña de la mayor de las violencias contra la influencia más manifiesta del filósofo mismo que afirma esta idea fuerte y cierta, justa y poderosa, pero efectivamente incompatible con la leyenda: toda filosofía es la confesión autobiográfica de su autor, la producción de un cuerpo y no la epifanía de una idea venida de un mundo inteligible. Freud se pretende sin influencias, sin biografía, sin raíces históricas: la leyenda lo exige. Freud libró sin interrupción el combate contra los filósofos y la filosofía, a la manera de aquellos que, de Luciano de Samosata a Nietzsche, pasando por Pascal o Montaigne, ilustran la famosa tradición de que burlarse de la filosofía es propiamente filosofar.

Si un día recibió el premio Goethe en vez del Nobel de medicina que daba por descontado, fue sin duda porque, ya durante su vida, un areópago consideró que su obra pertenecía más a la literatura que a la ciencia. En la mitología freudiana escrita por su propia iniciativa, Goethe tiene un papel importante, porque sería el desencadenante de todo un destino. En efecto, cuando Freud duda y busca su camino, en el momento mismo en que la filosofía lo tienta más que cualquier otra cosa, antes de abrazar la carrera médica que, según su confesión, fue un malentendido, una vía tomada por defecto, Goethe le señala hacia dónde ir. En la Presentación autobiográfica, aquél afirma que la lectura pública de «Die Natur», el ensayo del poeta alemán, lo convenció de iniciar los estudios de medicina. ¡Podría encontrarse un disparador menos literario para un destino científico! En 1914, en la Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico, Freud pretende que ha leído a Schopenhauer, por cierto, pero que su propia teoría de la represión no tiene nada que ver con El mundo como voluntad y representación, aunque la de este libro sea exactamente igual y la preceda por más de medio siglo. El lector de las mil páginas de la Philosophie des Unbewussten [Filosofía de lo inconsciente] de Eduard von Hartmann puede indicar asimismo otras proximidades entre Freud y este otro filósofo alemán, también schopenhaueriano, sobre todo en lo relacionado con la cuestión central de los determinismos del inconsciente.

Freud lo asegura: ha pensado por sí solo y descubierto sin ayuda su teoría de la represión; a continuación, se sintió muy dichoso al comprobar que el pensamiento de Schopenhauer confirmaba el suyo. Su relación con Nietzsche se muestra bajo una luz más problemática y, para decirlo todo, bastante neurótica. En esa misma confesión, Freud escribe: «Me rehusé el elevado goce de las obras de Nietzsche con esta motivación consciente: no quise que representación-expectativa de ninguna clase viniese a estorbarme en la elaboración de las impresiones psicoanalíticas» [XIV, p. 15]. ¡Curiosa revelación! ¿Por qué razones rehusarse un placer que, sin embargo, se estima tan elevado? ¿Por qué remitir a motivaciones conscientes, cuando uno ha basado su fondo de comercio en la idea de que la raíz de todas las cosas es inconsciente? ¿Qué justifica que no aplique su método y que evite cuestionar su propio inconsciente acerca de esa negativa particularmente significativa? ¿Qué hay que englobar bajo la vaga expresión de «representación-expectativa »?

Freud leyó pues a Schopenhauer, pero sus teorías jamás influyeron en él, ni siquiera donde son semejantes, ¡y por otro lado, no leyó a Nietzsche para evitar caer bajo su influencia! ¿Cómo saber empero que existe el riesgo de ser influenciado si no se tiene ya la certeza de que las tesis coinciden? Por más que el doctor vienés practique la renegación, no deja de ser cierto que el freudismo parece un retoño singular del nietzscheanismo para cualquier lector que esté aunque sea un poco informado en materia de filosofía. Sigmund Freud conoce a Nietzsche y, aun cuando no lo haya leído, ha hablado mucho de él con interlocutores que lo conocían por haberse codeado con él en el camino de Eze, cerca de Niza. Durante sus años de universidad —esto es, entre 1873 y 1881—, Freud escuchó hablar de él en las clases de filosofía de Brentano. En una carta a Fliess, escribe que ha comprado las obras de Nietzsche. ¡Qué extraño gesto: adquirir los libros de un filósofo a quien no se leerá a fin de evitar su influencia! Dice a su amigo: «Espero encontrar en él las palabras para muchas cosas que permanecen mudas en mí, pero todavía no lo he abierto. Demasiado perezoso por el momento» (1 de enero de 1900). Ahora bien, Freud era todo menos perezoso… El 28 de junio de 1931, cuando ya tiene a sus espaldas lo esencial de su obra, escribe a Lothar Bickel: «Me he negado a estudiar a Nietzsche a pesar de que —no, porque— corría el notorio riesgo de encontrar en él intuiciones cercanas a las probadas por el psicoanálisis». Retengamos la lección, entonces: el filósofo tiene intuiciones; el psicoanalista, pruebas. Tal es la línea de defensa adoptada por Freud en su crítica de toda la filosofía: ese mundillo que no le incumbe —a él, el médico—, se mueve en el cielo de las ideas, postula, habla sin pruebas, afirma, produce conceptos sin preocupación por su verosimilitud; en cambio, el psicoanálisis procede de otra manera: después de observación, examen, comprobación de los casos, deducción científica, entrega verdades indubitables.

En la historia de la humanidad, por tanto, y según la opinión del hombre del diván, Nietzsche no tiene más que intuiciones, mientras que Freud se desenvuelve en el mundo científico donde las cosas se prueban… Ya veremos que no hay peor filósofo que el que se niega a serlo y se supone un científico que, para creer en su propia mentira, debe falsificar resultados, inventar conclusiones, mentir acerca del número de presuntos casos que le permiten llegar a verdades hipotéticas desautorizadas por la realidad. Pero nuestra pesquisa no hace sino empezar…

La puesta en paralelo de sus biografías nos informa sobre estos dos contemporáneos. Nietzsche es doce años mayor, una nadería cuando los individuos ya están incorporados a la escena filosófica. Su primer texto, El nacimiento de la tragedia, aparece en 1871, cuando Freud estudia en la escuela secundaria. El mayor publica la Primera consideración intempestiva; el menor ingresa en medicina. Nietzsche firma su texto sobre Wagner; Freud estudia la sexualidad de las anguilas en Trieste. Breuer comenta el caso de Anna O. a Freud; Nietzsche publica La gaya ciencia y aparece Así habló Zaratustra; Freud asiste a los cursos de Charcot. En 1886, Freud abre su consultorio en Viena el domingo de Pascua (!); Más allá del bien y del mal llega a las librerías. El 3 de enero de 1889, Nietzsche se derrumba al pie de un caballo en Turín e inicia un periodo de diez años de locura; durante ese mismo año, Freud perfecciona su técnica hipnótica, bastante pobre, en Nancy, con Bernheim. Nietzsche va a vivir sus últimos diez años en la postración y el silencio, acompañado por su madre y luego por su hermana, que se apoderan de él para disfrazar su obra y su pensamiento, y llevar al filósofo en dirección al nacionalsocialismo. 

Durante ese decenio de muerte en vida, Freud dedica escritos a las parálisis histéricas, las afasias, la etiología sexual de las histerias, otros tantos temas útiles para examinar el caso Nietzsche. Y luego, símbolo fuerte de las fechas, Nietzsche muere con el inicio del siglo, el 25 de agosto de 1900, año bisagra en el cual aparece La interpretación de los sueños, una obra posdatada, dado que ya se encuentra en las librerías un tiempo antes, desde octubre de 1899; Freud, empero, desea esa fecha redonda e inaugural para dar un sentido a la salida oficial de su libro: cree que con ese texto, su fortuna, en todos los sentidos de la palabra, está asegurada. Se tiran seiscientos ejemplares, de los cuales se venden ciento veintitrés los seis primeros años; la edición tarda ocho años en agotarse. Muerte de Nietzsche, nacimiento del nietzscheanismo, advenimiento del freudismo…

 En Freud. El crepúsculo de un ídolo, de Michel Onfray.

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