¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 14 de marzo de 2017

Poetas y políticos, Herbert Read.

El 14 de abril de 1930, Vladimir Mayakovsky, reconocido entonces como el poeta más grande de la Rusia moderna, cometió suicidio. No fue el único poeta ruso moderno que se quito la vida: Yesenin y Bagritsky, hicieron lo mismo, y no eran poetas insignificantes. Pero Mayakovsky fue en un sentido excepcional; fue la inspiración del movimiento revolucionario en la literatura rusa, un hombre de gran inteligencia y de estilo inimitable. Las circunstancias que determinaron su muerte son oscuras, pero él ha dejado un trozo de papel donde escribió este poema:

Como suele decirse / “el incidente queda terminado”. / La barca del amor / se destrozó contra las costumbres. / Pague mis cuentas con la vida. / No hace falta enumerar / las ofensas mutuas, los daños y las penas. / Adiós y buena suerte.

No hace falta enumerar. No hace falta detallar las circunstancias que llevaron a la muerte del poeta. Hubo evidentemente un asunto de amor, pero, para sorpresa nuestra, hubo también las costumbres, las convenciones sociales contra las cuales se destrozó esa barca de amor, Mayakovsky fue en un sentido muy especial el poeta de la Revolución; él celebro su triunfo y sus progresivas conquistas en versos que tenían toda la vitalidad y el apremio del acontecimiento. Pero debía parecer de su propia mano, como cualquier mísero introvertido subjetivista del capitalismo burgués. La Revolución no había creado evidentemente una atmósfera de confianza intelectual y de libertad moral.

Podemos comprender la muerte de García Lorca, fucilado por los fascistas en Granada en 1936, y extraer de ella coraje y resolución. En fin de cuentas, un odio no disimulado contra los poetas es preferible a la callosa indiferencia de nuestros propios gobernantes. En Inglaterra los poetas no son considerados como individuos peligrosos, sino simplemente como gente que pueda ser ignorada. Dadles un empleo en una oficina, y si no quieren trabajar dejadles que mueran de hambre…

En Inglaterra como en Rusia, en Alemania como en América ocurre la misma cosa. De un modo o de otro, el poeta es sofocado. Tal es el destino de la poesía en todo el mundo. Es el destino de la poesía en nuestra civilización, y la muerte de Mayakovsky sólo prueba que en ese respecto la nueva civilización de Rusia es simplemente la misma civilización disfrazada. No son los poetas los únicos artistas que lo sufren; los músicos, los pintores y escultores están en la misma barca del amor que se estrella contra las costumbres del Estado totalitario. La guerra y la revolución no crearon nada para la cultura porque no crearon nada para la libertad. Pero es éste un modo demasiado vago y grandilocuente para expresar una sencilla verdad. Lo que quiero decir realmente es que para las civilizaciones doctrinarias que son impuestas en el mundo -capitalistas, fascistas, marxistas- excluyen por su propia estructura los valores en los cuales y por los cuales viven los poetas.

El capitalismo no combate en principio a la poesía; simplemente la trata con indiferencia, ignorancia y crueldad inconsciente. Pero en Rusia, Italia, Alemania, como todavía en la España fascista, no hubo ignorancia ni indiferencia y la crueldad fue una deliberada persecución que llevo a la ejecución o al suicidio. Tanto como el fascismo como el marxismo tiene conciencia del poder que tiene el poeta, y por qué el poeta es poderoso, quieren usarlo para sus propios fines políticos. La concepción del Estado totalitario implica la subordinación de todos sus elementos a un control central y entre esos electos, los valores estéticos de la poesía y de las artes en general no son los menos importantes.

Esta actitud hacia al arte se remonta a Hegel, en que tienen una fuente común el marxismo y el fascismo. En su afán de establecer la hegemonía del espíritu o de la Idea, Hegel encontró necesario relegar al arte, como producto de la sensación, a una etapa histórica superada de la evolución humana. El arte es considerado como una forma primitiva del pensamiento o como una representación que ha sido gradualmente superada por el intelecto o la razón; y, por consiguiente, en nuestra actual etapa de desarrollo debemos poner a un lado al arte, como aun juguete desechado.

Hegel fue bastante justo en su estimación del arte; fue victima de los conceptos evolucionistas de su tiempo, y aplica esos conceptos al espíritu humano, donde los mismos no operan. El intelecto no se desarrolla mejorando o eliminando las sensaciones o los instintos primarios, sino suprimiéndolos. Esos instintos y sensaciones quedan sumergidos pero clamantes, y el arte es con mucho más necesario hoy que en la Edad de Piedra. En la Edad de Piedra fue un ejército espontáneo de facultades innatas, como lo es todavía para los niños y los salvajes. Pero para el hombre civilizado el arte ha llegado a ser algo mucho más serio: la liberación (generalmente indirecta) de las represiones, una compensación por las abstracciones del intelecto. No pretendo que esta sea la única función del arte: es asimismo, un medio necesario para adquirir conocimientos de ciertos aspectos de la realidad.

Cuando Marx dio vueltas a Hegel de arriba abajo o de adentro afuera, acepto aquel esquema evolucionista, es decir, admitió la relegación del arte de Hegel hacia la infancia de la humanidad. Su dialéctica del materialismo es el trastrocamiento de la dialéctica del espíritu de Hegel, pero puesto que el arte ya había sido eliminado del dominio del espíritu, fue dejado fuera de la negación de ese dominio. Es verdad que hallaréis en las obras de Marx y de Engel, algunas vagas y aun incomodas referencias del arte; es una de las superestructuras ideológicas, de lo cual se ha de dar razón mediante el análisis económico de la sociedad. Pero no hay un reconocimiento del arte como un factor primario en la experiencia humana, del arte como modo de conocimiento o como medio para aprender el sentido o la calidad de la vida.

De modo similar, ese desarrollo del pensamiento de Hegel, que acepto y afirmo su jerarquía del espíritu y que puso en práctica su concepto de un Estado autoritario supremo, redujo necesariamente al arte a un papel subordinado y servil. El fascismo ha hecho quizá algo peor: ha insistido en una interpretación puramente racional y funcional del arte. El arte se convierte, no ya en un modo de expresar la vida de la imaginación, sino en un medio para ilustrar los conceptos de la inteligencia.

En este aspecto, el marxismo y el fascismo, los hijos pródigos y respetuosos de Hegel, se encuentran nuevamente, y llegaran a reconciliarse inevitablemente. No hay la menor diferencia, en la intención, en el control y en el producto final, entre el arte de la Rusia marxista y el arte de Alemania nazista. Es verdad que el uno es urgido a celebrar las realizaciones del Socialismo y el otro a exaltar los ideales del nacionalismo; pero el método necesario es el mismo, un realismo retórico, privado de inventiva, de imaginación deficiente, que renuncia a la sutileza y exalta lo trivial.

No propongo repetir aquí los argumentos habituales contra el realismo socialista como tal. Sus productos son tan pobres, de acuerdo con cualquier norma conocida en la historia del arte, que tales argumentos son realmente innecesarios. Más importante es señalar la relación positiva que existe entre el arte y la libertad individual.

Si consideramos a los más grandes artistas y poetas del mundo -y la cuestión de su grandeza no interesa, lo que voy a decir es verdad, para todo poeta o pintor que haya sobrevivido la prueba del tiempo- podemos observar en ellos un cierto desarrollo. Ciertamente, trazar ese desarrollo en un poeta como Shakespeare, en un pintor como Ticiano o en un músico como Beethoven, es hacer en parte una explicación de la permanente fascinación de sus obras. Podemos correlacionar ese desarrollo con algunos incidentes de sus vidas o con circunstancias propias de su tiempo. Pero el proceso esencial es el de una semilla que cae en un terreno fértil, germina y crece y a su debido tiempo da sus frutos maduros. Ahora bien; tan cierto como que la flor y el fruto están implícitos en la sola semilla, es que el genio del poeta o del pintor está en el interior del individuo. El suelo debe ser favorable, la planta debe ser nutrida; el viento u otros accidentes podrán torcerla. Pero el crecimiento es único, la configuración es única, el fruto es único. Todas las manzanas son semejantes, pero no hay dos que sean iguales. Pero no es eso solo; el genio es el árbol que produce el fruto desconocido, las manzanas de oro de las Hespérides. Pero Mayakovsky era un árbol que un año debía producir ciruelas de tamaño y apariencias uniformes; algunos años más tarde, tenía que producir manzanas; y, más aún, pepinos. ¡No es extraño que se haya quebrado bajo una tensión tan antinatural!

En la Rusia soviética, toda obra de arte que no sea simple, convencional y conformista, es denunciada como “individualismo pequeño burgués”. El artista debe tener una finalidad, y solamente una: suministrar al público lo que el público quiere. Las frases varían en Italia y en Alemania, pero el efecto es el mismo. El público es la masa indiferenciada del Estado colectivista y lo que ese público quiere -es lo que ha querido a través de historia- son melodías sentimentales, copias de ciego, mujeres hermosas sobre las tapas de las cajas de chocolate: todo lo que los alemanes llaman con la vigorosa palabra Kitsch.

Los marxistas pueden protestar que estamos prejuzgando sobre el resultado de un experimento. Las artes deben volver a una base popular y desde esa base, por un proceso de educación, serán elevadas a un nuevo nivel universal, tal como el mundo no ha conocido aún. Es claramente concebible un arte tan realista y lírico, digamos, como Shakespeare, pero libre de esas oscuridades e idiosincrasias personales que echan a perder la perfección clásica de sus dramas; o un arte tan clásicamente perfecto como el de Racine, pero más íntimo y más humano; el fondo de Balzac unido a la técnica de Flaubert. No podemos afirmar que la tradición individualista que ha producido a esos grandes artistas, haya alcanzado las más altas cúspides del genio humano. ¿Pero hay acaso en la historia de cualquiera de las artes hay alguna prueba de que obras de esa calidad extraordinaria pudieran ser producidas de acuerdo con un programa? ¿Hay alguna prueba de que la forma y la finalidad de una obra de arte pueden ser predeterminadas? ¿Hay alguna evidencia de que el arte en sus más altas manifestaciones pueden apelar, más que a una minoría relativamente pequeña? Incluso si admitimos que el nivel general de la educación podrá ser elevado hasta el punto de que no haya excusa para la ignorancia, ¿no será compelido el genio del artista, por este mismo hecho, a buscar aún más altos niveles de expresión? 
 
En la U. R. S. S. el artista es clasificado como un trabajador. Todo eso está bien, pues el privilegio social del artista nada tiene que ver con la calidad de su obra y aún puede ser delicadamente perjudicial para ésta. Pero construye una fundamental incomprensión de la facultad de creación, si el artista es tratado como cualquier otro tipo de productor y obligado a rendir producción en un tiempo especificado. La vena de la creación o inspiración se extingue rápidamente bajo ese régimen de dureza. Esto ha de ser evidente. Lo que no es tan evidente es que las leyes de la oferta y la demanda en arte son muy diferentes que las que rigen en entretenimiento y también se puede admitir que entonces se trata de la cuestión de ofrecer un artículo popular de tipo especificado. Pero, mientras vamos a un entretenimiento para distraernos, para olvidar un par de horas nuestra rutina diaria, para escapar de la vida, nos volvemos hacia la obra de arte de modo muy diferente. Para expresarlo cruda, pero vigorosamente, para ser levantados en vilo. El poeta, el pintor o el músico, si es algo más que  creador de diversiones, es un hombre que nos lleva hacia una alegre o trágica interpretación del sentido de la vida; que predice nuestro destino humano o que celebra la belleza o la significación de la naturaleza que nos rodea; que crea en nosotros el asombro y el terror de lo desconocido. Tales cosas sólo pueden ser hechas por alguien que posee una sensibilidad superior y un profundo conocimiento interior. De alguien que en virtud de sus dones naturales se mantiene alejado de la masa, no ya por desdén, sino simplemente por sólo ejercer sus facultades desde cierta distancia, en la soledad. Los momentos de la creación son silenciosos y mágicos, un trance o arrobamiento durante el cual el artista se halla en comunión con fuerzas que subyuguen el plano habitual de la emoción y el pensamiento. He ahí algo del hombre de acción, el político y el fanático no pueden comprender. Esto suele reprobar al artista y le obligan a entrar en el tumulto de las actividades prácticas, donde sólo podrá producir mecánicamente, de acuerdo con moldes intelectuales predeterminados. En tales condiciones no puede producirse una obra de arte, sino sólo una estéril y deleznable apariencia de lamisca. Obligado a producir en tales circunstancias el más sensitivo caerá en la desesperación. In extremis, como en el caso de Mayakovsky, apelara al suicidio.

                                                                                En Arte, poesía, anarquismo, de Herbert Read.

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