El
joven profesor de filología del ‘71 se expresa y reacciona todavía
como erudito “burgués”: aunque el cinismo de una frase como la
que enuncia que “el arte no puede existir por culpa de la pobre
gente” implica su propia ironía crítica, su propia condenación
expresada en el primer y último apartado: si el arte no puede
existir por culpa de la “pobre gente”, entonces ésta asume la
culpabilidad de destruirlo: pero no hacen más que manifestar la
“nuestra”, universal, que consiste en disimular nuestra iniquidad
bajo las apariencias de la cultura. Asumir el crimen del combate
contra la cultura es el tema subyacente al pensamiento todavía
helenizante del joven Nietzsche: asunción que no es más que el
reverso del tema cada vez más explícito en el transcurso de los
años posteriores: asumir el “crimen” de la cultura contra la
miseria existente, lo cual finalmente acusa a la cultura misma: una
cultura criminal.
En
principio, se trata de una visión totalmente aberrante: nunca los
comuneros pensaron en atacar al arte en nombre de la miseria social.
La forma en que Nietzsche plantea aquí el problema, con el anuncio
de una falsa noticia, testimonia exactamente lo que se confiesa a sí
mismo: un sentimiento de culpabilidad burguesa. Pero es a partir de
ahí que plantea el verdadero problema. ¿Soy o no soy culpable de
gozar de la cultura de la que se ven privadas las clases pobres? Lo
que entiende por nuestra culpabilidad, asumida según él por la
gesta de los incendiarios, es haber dejado a la moral cristiana y
poscristiana mantener la confusión: a saber, la ilusión, la
hipocresía de una cultura que no conocería desigualdades sociales,
cuando es la desigualdad misma la que la vuelve posible: desigualdad
y lucha (entre diferentes grupos de afectos).
Al
término de su rápida carrera, Nietzsche toma posición por el
“criminal” como fuerza irrecuperable, superior virtualmente a un
orden de cosas que lo excluyen. La negación a arrojar la piedra a
los desdichados comuneros, a los “agentes de la culpabilidad
universal” da cuenta de una solidaridad instintiva (todavía no
confesada) y, a la vez, de un problema insoluble para el joven
Nietzsche, planteado en estos términos: “cultura”, “miseria
social”, “crimen”, “combate contra la cultura”.
En
Nietzsche y el círculo vicioso, de Pierre Klossowski.
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