Los
depósitos de copas y las ánforas vinarias descubiertas en los
almacenes de los palacios cretenses de Pilos, Cnossos y Festos y las
continuas alusiones de los poemas homéricos (5) demuestran que el
consumo de vino era una práctica bastante extendida entre los
griegos de la Edad de Bronce (2500-1200 a. C). Sin embargo, el dios
que lo representa, Dioniso-Baco, es un enigma y un perfecto
desconocido durante todo este periodo. Homero apenas le presta alguna
atención y sus primeras representaciones iconográficas reconocibles
datan de comienzos del siglo VI a.C.(6). Esta falta de imágenes o de
testimonios literarios inequívocos ha hecho sospechar a un buen
número de eruditos que la incorporación de Dioniso al panteón
olímpico fue bastante más tardía que la del resto de divinidades
(7) o que su culto se originó lejos de la Hélade, en Tracia, Frigia
o, incluso, Lidia.
Dioniso
demuestra ser uno de los dioses más conflictivos, ambiguos y
peculiares de la religión griega porque muchas de las peripecias en
las que se ve envuelto constituyen una amenaza para las instituciones
y la organización social (8), y porque es un dios que exige de sus
seguidores una adhesión absoluta. Estos dos extremos aparecen
expuestos en una tragedia de Eurípides titulada Bacantes.
Independientemente de las intenciones que albergaba Eurípides cuando
concibió esta ficción, lo que queda fuera de toda duda es que el
escenario en el que desarrolla el drama es insólito y marcadamente
subversivo. La superioridad masculina y el orden patriarcal
representado por el rey de Tebas son socavados y puestos en
entredicho a causa de la devoción que el joven dios, un completo
desconocido, suscita entre las tebanas. Pero la cosa no acaba ahí.
Los géneros también aparecen enfrentados y sus roles invertidos:
los varones se travisten y se cubren con peplos mientras que sus
mujeres olvidan la modestia, la pasividad y compostura a la que están
habituadas para entregarse al arrebato místico, la embriaguez y la
sexualidad sin tabúes ni restricciones.
El
carácter transgresor y desmesurado de este dios debió ejercer un
atractivo irresistible entre las clases populares de las urbes
griegas. Su prestigio queda atestiguado al examinar el calendario
litúrgico ateniense y comprobar que casi la mitad del ciclo festivo
estaba consagrado a Dioniso-Baco y a los rituales propiciatorios
vinculados a las actividades agrarias.
(...)
Pero la mejor prueba de la identificación o del paralelismo
existente entre este dios y el vino la hallamos en los accidentes que
rodean el nacimiento de ambos. Según una de las numerosísimas
versiones que circulan en torno a sus orígenes, Dioniso es
engendrado por Zeus y una princesa tebana de la que se ha
encaprichado y que responde al nombre de Sémele. Sin embargo, el
idilio entre ambos es efímero porque Hera, al descubrir la
infidelidad de su esposo, decide eliminar a su rival. Para hacerlo,
se gana su amistad y la convence para que compruebe si su amante es
realmente quien dice ser. Inicialmente, Zeus se resiste a revelar su
verdadera naturaleza pero la insistencia de su amante es tan grande
que termina accediendo. Tal y como Hera ha previsto, los truenos y
relámpagos que forman el cortejo divino fulminan a Sémele causando
su muerte. A pesar de lo sucedido, Zeus consigue rescatar al niño
del vientre de su madre y para sustraerlo a la ira de su celosa mujer
decide ocultarlo en el interior de uno de sus muslos. Ahí
permanecerá hasta completar el periodo de gestación y nacer por
segunda vez (9).
Con
el vino sucede algo muy semejante. Después de la vendimia, los
racimos recién cosechados se trasladan al interior de las bodegas y
son depositados en grandes recipientes. Acto seguido, uno o varios
hombres se introducen en su interior e inician una danza frenética
con el fin de estrujar, exprimir las bayas para vaciarlas del jugo y
del vigor que late en su interior y que se ha ido acumulando durante
los meses de estío. El resultado es una pulpa indiferenciada, una
pasta inerte, irreconocible y sanguinolenta. Sin embargo, tras algo
más de una semana de letargo, la masa que todos habían dado por
muerta vuelve a la vida, se agita, bulle, desprende gases y, lo más
sorprendente de todo, irradia calor. El zumo dulzón, inocente y
exento de misterio experimenta una transformación alquímica y por
efecto de un fuego oculto se transmuta en un elixir embriagador que
hace perder la cabeza.
Los
accidentes sufridos por Dioniso y el vino se superponen y reclaman
mutuamente hasta confundirse. El genio inofensivo que dormitaba en
los pámpanos, en los racimos o en el vientre de Sémele nace por
segunda vez convertido en un numen dispuesto a cobrarse cumplida
venganza de sus enemigos o llenar de dicha a sus seguidores y
cómplices.
La
personalidad de Dioniso es tan compleja y polimórfica que concentra
y reúne bajo su advocación los motivos simbólicos que la
civilización ugarítica atribuyó al vino. Esta nueva
personificación o epifanía del vino ampara, bajo su manto, la
prodigalidad de la naturaleza, su poder regenerativo; la sangre que
alimenta, arrebata la vida y aplaca a los muertos; la embriaguez, la
locura, el rapto místico y la intoxicación que facilita la
comunicación dioses y difuntos (10) y, finalmente, los mecanismos
sociales que contribuyen a la distensión, el apaciguamiento y la
resolución de conflictos. Cada uno de estos elementos se va
incorporando y superponiendo a los anteriores hasta formar una
maraña, un conjunto inextricable de imágenes, metáforas y
significados solapados y contradictorios que ofrece consuelo y
satisface las demandas de todos los que imploran su auxilio.
(5)
Cantos I, III, IV, VIII, IX, XII, XVI, XIX XXIII de la Ilíada y I,
III, IV, IX, X de la Odisea.
(6)
Su figura aparece reproducida en un dinos (un tipo de recipiente)
atribuido al pintor Sófilo y en una crátera de volutas, el Vaso
Françoise, obra de Clitias y Ergótimos. Las dos piezas están
fechadas en torno al 570 a. C. (Díez Platas, 1998: 303).
(7)
Algunos investigadores como Chadwick, Ventris, Hallager o Hiller
manifiestan muchas reservas o dudan de la validez de esta sospecha
aduciendo que su nombre, bajo la forma di-wo-nu-so, figura en las
tablillas micénicas redactadas en Lineal B.
(8)
Según relata Tito Livio, las consecuencias de la introducción del
culto de Dioniso-Baco en Roma fueron tan escandalosas que el Senado
decidió proscribirlas por decreto (186 a. C.) y emprender una
persecución que acabó con la vida de más de 7000 de sus
seguidores. Aparentemente, los motivos que instigaron la adopción de
estas medidas fueron de índole moral o sexual.
(9)
Esta es la causa de que a Dioniso se le otorgue el título de dimetor
(el de las dos madres).
(10)
Frazer (1981: 165-166) afirma que “beber vino en los ritos de un
dios de la vid, como Dionisos, no es un acto de francachela, sino un
sacramento solemne”.
En
El valor simbólico del vino en las tradiciones religiosas
mediterráneas: de Ugarit a la Ley Seca, de Iñigo Jauregui
Ezquibela.
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