¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

lunes, 27 de marzo de 2017

El culto a Dioniso.

Los depósitos de copas y las ánforas vinarias descubiertas en los almacenes de los palacios cretenses de Pilos, Cnossos y Festos y las continuas alusiones de los poemas homéricos (5) demuestran que el consumo de vino era una práctica bastante extendida entre los griegos de la Edad de Bronce (2500-1200 a. C). Sin embargo, el dios que lo representa, Dioniso-Baco, es un enigma y un perfecto desconocido durante todo este periodo. Homero apenas le presta alguna atención y sus primeras representaciones iconográficas reconocibles datan de comienzos del siglo VI a.C.(6). Esta falta de imágenes o de testimonios literarios inequívocos ha hecho sospechar a un buen número de eruditos que la incorporación de Dioniso al panteón olímpico fue bastante más tardía que la del resto de divinidades (7) o que su culto se originó lejos de la Hélade, en Tracia, Frigia o, incluso, Lidia.


Dioniso demuestra ser uno de los dioses más conflictivos, ambiguos y peculiares de la religión griega porque muchas de las peripecias en las que se ve envuelto constituyen una amenaza para las instituciones y la organización social (8), y porque es un dios que exige de sus seguidores una adhesión absoluta. Estos dos extremos aparecen expuestos en una tragedia de Eurípides titulada Bacantes. Independientemente de las intenciones que albergaba Eurípides cuando concibió esta ficción, lo que queda fuera de toda duda es que el escenario en el que desarrolla el drama es insólito y marcadamente subversivo. La superioridad masculina y el orden patriarcal representado por el rey de Tebas son socavados y puestos en entredicho a causa de la devoción que el joven dios, un completo desconocido, suscita entre las tebanas. Pero la cosa no acaba ahí. Los géneros también aparecen enfrentados y sus roles invertidos: los varones se travisten y se cubren con peplos mientras que sus mujeres olvidan la modestia, la pasividad y compostura a la que están habituadas para entregarse al arrebato místico, la embriaguez y la sexualidad sin tabúes ni restricciones.

El carácter transgresor y desmesurado de este dios debió ejercer un atractivo irresistible entre las clases populares de las urbes griegas. Su prestigio queda atestiguado al examinar el calendario litúrgico ateniense y comprobar que casi la mitad del ciclo festivo estaba consagrado a Dioniso-Baco y a los rituales propiciatorios vinculados a las actividades agrarias.


(...) Pero la mejor prueba de la identificación o del paralelismo existente entre este dios y el vino la hallamos en los accidentes que rodean el nacimiento de ambos. Según una de las numerosísimas versiones que circulan en torno a sus orígenes, Dioniso es engendrado por Zeus y una princesa tebana de la que se ha encaprichado y que responde al nombre de Sémele. Sin embargo, el idilio entre ambos es efímero porque Hera, al descubrir la infidelidad de su esposo, decide eliminar a su rival. Para hacerlo, se gana su amistad y la convence para que compruebe si su amante es realmente quien dice ser. Inicialmente, Zeus se resiste a revelar su verdadera naturaleza pero la insistencia de su amante es tan grande que termina accediendo. Tal y como Hera ha previsto, los truenos y relámpagos que forman el cortejo divino fulminan a Sémele causando su muerte. A pesar de lo sucedido, Zeus consigue rescatar al niño del vientre de su madre y para sustraerlo a la ira de su celosa mujer decide ocultarlo en el interior de uno de sus muslos. Ahí permanecerá hasta completar el periodo de gestación y nacer por segunda vez (9).

Con el vino sucede algo muy semejante. Después de la vendimia, los racimos recién cosechados se trasladan al interior de las bodegas y son depositados en grandes recipientes. Acto seguido, uno o varios hombres se introducen en su interior e inician una danza frenética con el fin de estrujar, exprimir las bayas para vaciarlas del jugo y del vigor que late en su interior y que se ha ido acumulando durante los meses de estío. El resultado es una pulpa indiferenciada, una pasta inerte, irreconocible y sanguinolenta. Sin embargo, tras algo más de una semana de letargo, la masa que todos habían dado por muerta vuelve a la vida, se agita, bulle, desprende gases y, lo más sorprendente de todo, irradia calor. El zumo dulzón, inocente y exento de misterio experimenta una transformación alquímica y por efecto de un fuego oculto se transmuta en un elixir embriagador que hace perder la cabeza.  
 
Los accidentes sufridos por Dioniso y el vino se superponen y reclaman mutuamente hasta confundirse. El genio inofensivo que dormitaba en los pámpanos, en los racimos o en el vientre de Sémele nace por segunda vez convertido en un numen dispuesto a cobrarse cumplida venganza de sus enemigos o llenar de dicha a sus seguidores y cómplices.

La personalidad de Dioniso es tan compleja y polimórfica que concentra y reúne bajo su advocación los motivos simbólicos que la civilización ugarítica atribuyó al vino. Esta nueva personificación o epifanía del vino ampara, bajo su manto, la prodigalidad de la naturaleza, su poder regenerativo; la sangre que alimenta, arrebata la vida y aplaca a los muertos; la embriaguez, la locura, el rapto místico y la intoxicación que facilita la comunicación dioses y difuntos (10) y, finalmente, los mecanismos sociales que contribuyen a la distensión, el apaciguamiento y la resolución de conflictos. Cada uno de estos elementos se va incorporando y superponiendo a los anteriores hasta formar una maraña, un conjunto inextricable de imágenes, metáforas y significados solapados y contradictorios que ofrece consuelo y satisface las demandas de todos los que imploran su auxilio.
 
(5) Cantos I, III, IV, VIII, IX, XII, XVI, XIX XXIII de la Ilíada y I, III, IV, IX, X de la Odisea.
(6) Su figura aparece reproducida en un dinos (un tipo de recipiente) atribuido al pintor Sófilo y en una crátera de volutas, el Vaso Françoise, obra de Clitias y Ergótimos. Las dos piezas están fechadas en torno al 570 a. C. (Díez Platas, 1998: 303).
(7) Algunos investigadores como Chadwick, Ventris, Hallager o Hiller manifiestan muchas reservas o dudan de la validez de esta sospecha aduciendo que su nombre, bajo la forma di-wo-nu-so, figura en las tablillas micénicas redactadas en Lineal B.
(8) Según relata Tito Livio, las consecuencias de la introducción del culto de Dioniso-Baco en Roma fueron tan escandalosas que el Senado decidió proscribirlas por decreto (186 a. C.) y emprender una persecución que acabó con la vida de más de 7000 de sus seguidores. Aparentemente, los motivos que instigaron la adopción de estas medidas fueron de índole moral o sexual.
(9) Esta es la causa de que a Dioniso se le otorgue el título de dimetor (el de las dos madres).
(10) Frazer (1981: 165-166) afirma que “beber vino en los ritos de un dios de la vid, como Dionisos, no es un acto de francachela, sino un sacramento solemne”.

En El valor simbólico del vino en las tradiciones religiosas mediterráneas: de Ugarit a la Ley Seca, de Iñigo Jauregui Ezquibela.

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