¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

lunes, 6 de marzo de 2017

Jean Meslier: Crítica de la Religión y del Estado.

Amigos míos, como no se me habría permitido e incluso habría supuesto para mí una grave y onerosa consecuencia deciros abiertamente, en vida, lo que pensaba de la conducta y del gobierno de los hombres, de sus religiones y de sus costumbres, he decidido decíroslo al menos tras mi muerte; mi intención y mi deseo sería decíroslo de viva voz, antes de morir, si me viera próximo al fin de mis días y tuviera aún para entonces el uso libre de la palabra y del juicio; pero como no estoy seguro de tener en estos últimos días, o en estos últimos momentos, todo el tiempo ni toda la presencia de espíritu que me sería necesaria entonces para declararos mis sentimientos, me he visto obligado a empezar a declarároslos ahora por escrito y daros al mismo tiempo pruebas claras y convincentes de todo lo que me gustaría deciros, a fin de tratar de desengañaros lo menos tarde posible, en cuanto me atañe, de los errores en los que todos nosotros, cuantos soltaos, hemos tenido la desdicha de nacer y vivir, y en los cuales yo mismo he tenido el desagrado de hallarme obligado a infundiros; digo el desagrado porque para mí era verdaderamente desagradable tener esta obligación. Ello explica también por qué nunca la he desempeñado sino con mucha repugnancia y con bastante negligencia, como habéis podido observar.


He aquí ingenuamente lo que al principio me influjo a concebir este proyecto que me propongo. Como yo sentía naturalmente en mí mismo que no encontraba nada tan dulce, nada tan grato, tan amable y nada tan deseable en los hombres como la paz, como la bondad del alma, como la equidad, como la verdad y la justicia que, a mi parecer, deberían ser fuentes inestimables de bienes y de felicidad para los mismos hombres, si conservasen primorosamente entre sí tan amables virtudes como aquéllas, sentía también, naturalmente en mí mismo, que no encontraba nada tan odioso, nada tan detestable y nada tan pernicioso como las perturbaciones de la división y la depravación del corazón y del alma. Y sobre todo la malicia de la mentira y la impostura, no menos que la de la injusticia y la tiranía, que destruyen y aniquilan en los hombres todo lo que podría haber de mejor en ellos y que por esta razón son fuentes fatales, no sólo de todos los vicios y de todas las maldades de que están colmados, sino también de las causas desdichadas de todos los males y de todas las miserias que les abruman en la vida.

Desde mi más tierna juventud divisé los errores y los abusos que causan tan graves males en el mundo; cuanto más he avanzado en edad y en conocimiento más he reconocido la ceguera y la maldad de los hombres, más he reconocido la vanidad de sus supersticiones y la injusticia de sus malos gobiernos. De manera que, sin haber tenido jamás mucho comercio en el mundo, podría decir con el sabio Salomón que he visto y que he visto incluso con asombro y con indignación «a la impiedad reinar en toda la tierra, y una corrupción tan grande de la justicia que aquéllos mismos que estaban destinados a dársela a los demás se habían convertido en los más injustos y los más criminales y la habían reemplazado por la iniquidad» (Eccls., 3.16).


He conocido tanta maldad en el mundo que ni la misma virtud más perfecta ni la inocencia más pura estaban exentas de la malicia de los calumniadores. He visto y se ve aún todos los días infinidad de inocentes desdichados perseguidos sin motivo y oprimidos con (injusticia, sin que a nadie le afectara su infortunio ni que éstos encontrasen protectores caritativos para socorrerles. Las lágrimas de tantos justos afligidos y las miserias de tantos pueblos tan tiránicamente oprimidos por los ricos malvados y por los grandes de la tierra, me han provocado, al igual que a Salomón, tanta repugnancia y tanto desprecio por la vida que, así como él, estimé la condición de los muertos mucho más dichosa que la de los vivos, y a aquellos que nunca han existido mil veces más felices que los que existen y gimen aún en tan grandes miserias. «Laudavi mortuos magís quam víventes et féliciorem utroque judicavi, qui necdum natus est, nec videt mala quae fiunt sub sole» (Eccls., 4.2).

Y lo que aún me sorprendía más especialmente, sin salir de mi asombro al ver tantos errores, tantos abusos, tantas supersticiones, tantas imposturas, tantas injusticias y tiranías reinantes, era ver que, pese a existir en el mundo cantidad de personas que pasaban por eminentes en doctrina, en sabiduría y en piedad, sin embargo, no había ninguno que se atreviera a hablar, ni a declararse abiertamente contra tan grandes y tan detestables desórdenes; no vi a nadie de distinción que los reprendiera ni los inculpara, aunque los pobres pueblos no cesaran de lamentarse ni de gemir entre ellos en sus miserias comunes. A este silencio por parte de tantas personas prudentes, e incluso de un rango, y de un carácter distinguidos, que debían, a mi parecer, oponerse a los torrentes de vicios e injusticias, o que al menos debían procurar aportar algunos remedios a tantos males, le encontraba con asombro una especie de aprobación, en la que aún no veía bien la razón ni la causa. Pero después, tras haber examinado un poco mejor la conducta de los hombres y tras haber penetrado un poco más profundamente en los misterios secretos de la refinada y astuta política de los que ambicionan cargos, consistentes en querer gobernar a los demás, y de los que quieren mandar con autoridad soberana y absoluta o quieren más particularmente hacerse honrar y respetar por los demás; he reconocido, fácilmente, no sólo la fuente y el origen de tantos errores, de tantas supersticiones y de tan grandes injusticias, sino que además he reconocido la razón por la cual quienes pasan por sabios e ilustrados en el mundo no dicen nada contra tan detestables errores y tan detestables abusos, aunque conozcan suficientemente la miseria de los pueblos seducidos y subyugados por tantos errores y oprimidos por tantas injusticias.

En Crítica de la Religión y del Estado, de Jean Meslier.

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