“
Las promesas de los
monstruos” será un ejercicio cartográfico y de documentación de
viajes por los paisajes físicos y mentales de lo que puede
considerarse naturaleza en ciertas luchas globales/locales. Estas
contiendas se localizan en un tiempo raro y alocrónico –mi propio
tiempo y el de mis lectores en la última década del segundo milenio
Cristiano– y en un espacio extraño y alotópico –el vientre de
un monstruo preñado, aquí mismo, desde donde escribimos y leemos–.
El propósito de esta excursión es escribir teoría, esto es, hacer
visibles modelos sobre cómo moverse y a qué temer en la topografía
de un presente imposible pero absolutamente real, para encontrar otro
presente ausente, aunque quizá posible. No busco las señas de
presencias absolutas; aunque sea con resistencias, tengo otra idea.
Como el cristiano en Pilgrim’s
Progress,
sin embargo, me he comprometido a alejarme del abatimiento más
profundo y de las ciénagas infectas que no llevan a ninguna parte
para arribar a ambientes más salubres.
La
teoría pretende orientarnos y facilitarnos el croquis más burdo
para viajar, moviéndose dentro de y a través de un artefactualismo
implacable, que prohíbe cualquier observación/localización directa
de la naturaleza, hacia una ciencia ficcional, a un lugar
especulativo factual, a un lugar SF llamado, simplemente, otro lugar.
Al menos para quienes se dirige este ensayo, la “naturaleza” del
artefactualismo no es tanto un lugar diferente como un no-lugar, algo
totalmente distinto. En efecto, un artefactualismo reflexivo ofrece
serias esperanzas políticas y analíticas. La teoría de este ensayo
es modesta. Sin ser una visión sistemática de conjunto, es un
pequeño recurso de emplazamiento en una larga serie de herramientas
de trabajo. Tales recursos de observación han sabido recomponer los
mundos para sus partidarios –y para sus oponentes–.
Los
instrumentos ópticos modifican al sujeto. El sujeto se está
modificando de forma inexorable a finales del siglo veinte, como bien
sabe la diosa.
Los
rasgos ópticos de mi teoría reductora tienen el propósito de
producir no tanto efectos de distanciamiento, como efectos de
conexión, de encarnación y de responsabilidad con algún otro
lugar imaginado que ya podemos aprender a ver y a construir. Me
interesa mucho rescatar la visión de manos de los tecnopornógrafos,
esos teóricos de las mentes, los cuerpos y los planetas que insisten
eficazmente –es decir, en la práctica– en que la vista es el
sentido adecuado para llevar a cabo las fantasías de los falócratas.
Creo que la vista puede reconstruirse en beneficio de activistas y
defensores comprometidos en ajustar los filtros políticos para ver
el mundo en tonos rojos, verdes y ultravioeltas, es decir, desde las
perspectivas de un socialismo todavía posible, un ecologismo
feminista y anti-racista y una ciencia para la gente. Asumo como
premisa auto-evidente que la “ciencia es cultura”. Enraizado en
esa premisa, este ensayo es una contribución al discurso
tremendamente vivo y heterogéneo contemporáneo de los estudios de
la ciencia en
tanto que
estudios culturales. Por supuesto, lo que ciencia, cultura o
naturaleza –o sus “estudios”– signifiquen no es ni mucho
menos auto-evidente (…)
En
Las
promesas de los monstruos: Una política regeneradora para otros
inapropiados/bles,
de Donna Haraway.
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