“Siempre estoy a la
altura del azar; para ser dueño de mi debo estar desprevenido”
(…) La cuestión entonces
es de primer orden. La posibilidad de superación, la posibilidad de abandonar
lo que se era para constituirse, para llegar a ser el que se es, pasa por un
saber abismal, la verdad. Pero ella no es la verdad objetiva ni objetivante,
sino que se vuelve un decir verdad, parrésico (28). El “Ecce homo” como relato,
como documento, como artificio que constituye a Nietzsche como personaje.
El habla, una vez muerto
a su padre, su padre como sombra, su parte ya muerta, dicha habla se vuelve
parrésica porque ha sido capaz de soportar la verdad, como Hamlet “No conozco
lectura más desgarradora que la de Shakespeare: ¡cuánto tiene que haber sufrido
un hombre para necesitar hasta tal grado ser un bufón! ¿Se comprende el Hamlet? No la duda, la certeza es lo que lo vuelve loco… pero para sentir así es necesario ser profundo,
ser abismo, ser filósofo… Todos nosotros tenemos miedo de la verdad.” (29)
Así la locura de Hamlet y la de Nietzsche, es
parrésica, es un decir verdad, es correr un riesgo, el de morir precisamente,
porque se ha sido capaz de soportar la certeza. Silencio, silencio, se acerca
Ofelia. La locura oculta la verdad y su desesperación. La duda no enloquece a
Descartes, guía su búsqueda, racionaliza su necesidad; la certeza sí enloquece
a Nietzsche y a Hamlet. Los enloquece y los transforma en bufones, en irónicos,
en desmesurados para soportar esa verdad. (Diógenes como Sócrates enloquecido,
Hamlet enloquecido, Nietzsche como Dioniso enloquecido; Diógenes como bufón de
la ciudad, Hamlet como bufón, Nietzsche como bufón). “En este punto no se puede
eludir ya el dar la auténtica respuesta a la pregunta de cómo se llega a ser el que se es. Y con ello rozo la obra maestra en el arte de la
autoconservación, del egoísmo…
Suponiendo, en efecto,
que la tarea, la destinación, el destino de la tarea superen en mucho la medida ordinaria, ningún peligro sería
mayor que el de enfrentarse cara a cara con esa tarea. El llegar a ser lo que
se es presupone no barruntar ni de lejos lo que se es. En este punto tienen su sentido y valor propios incluso los
desaciertos de la vida, los momentáneos caminos secundarios y errados, los
retrasos, las “modestias”, la seriedad dilapidada en tareas situadas más allá
de la tarea” (30)
¿Cómo llegar a ser el que se es? ¿Cómo
constituirse efectivamente como personaje? ¿Cómo constituirse un relato y en un
relato? No teniendo ni la más remota idea de qué sea nuestra tarea, ni
proponérnosla, ni elaborarla. Se es destino cuando dicha tarea nos asalta.
Decíamos en el comienzo que el detalle constituye el todo, o el todo es el
detalle: El “Ecce homo” es precisamente la enseñanza de aquello, en la medida
que esa enseñanza remite a que pensar, reflexionar es precisamente pensar con
el cuerpo. No hay tematización filosófica del cuerpo en Nietzsche. Lo que hay
es pensar con el cuerpo. Sólo así se pensará de otro modo y para ello hay que
aprender de nuevo, aprender a pensar con el cuerpo “Estas cosas pequeñas
‐alimentación, lugar, clima, recreación, toda la casuística del egoísmo‐, son
inconcebiblemente más importantes que todo lo que hasta ahora se ha considerado
como importante. Justo aquí es que hay que empezar a cambiar lo aprendido”. (31)
Parresia y locura por lo
tanto son el modo en que Nietzsche quiere recuperar el cuerpo, pensar con el
cuerpo. El precio es su propio desgaste, su propio consumo. Escritura
dislocante, que quiere pensar desde otro lugar. Íncipit comedia, íncipit
tragedia. Lo demás es silencio…
(28) Vamos a entender con Foucault que la
parresia es un “decir verdad”, “franqueza o franquía” en el decir, sinceridad,
libertad de expresión, decir todo lo que se piensa y lo que se desea, etc. En
este sentido la parresia
consiste en un “decir verdad”, y no un
“decir la verdad”
(29) Nietzsche,
Friedrich; Ecce homo, Op. Cit., pp. 50 y
51.
(30) Nietzsche,
Friedrich; Ecce homo, Op. Cit., pp. 50 y
51.
(31) Nietzsche,
Friedrich; Ecce homo, Op. Cit., p. 53.
En Nietzsche, parresia y locura. Lo demás es
silencio, de Víctor Berríos Guajardo.
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