¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Permíta que me extravíe en la maraña de la moral.

La imitación es la ley del mundo actual. Sus conexiones se vuelven de una riqueza excesiva. Todos los pueblos se imitan. Las capitales no difieren entre sí más que por los restos del pasado... Y existe además una potencia invencible que actúa, y actuará más y más, en ese mismo sentido.
¿ Y qué?

La disciplina mental positiva, impresa en las mentes por el uso o el abuso de las aplicaciones de las ciencias.
Siempre ha existido una disciplina mental aplicada a la inmensa mayoría de las mentes.

Sí. Ha existido una disciplina... mística o metafísica, pero inculcada. Temo que la nuestra, la positiva, la justificada llegue a menguar en las cabezas la cantidad de... Bien Soberano...
¿Qué está diciendo?

Sí. La cantidad... o mejor el grado de libertad de la mente, que el Bien Soberano.
Confieso que no le sigo. Me habría parecido, por el contrario...


Sí... Uno puede deshacerse de una autoridad de origen externo, desanudar todos los nudos, dar un tijeretazo a los hilos extraños. La defensa es posible... Pero es casi imposible deshacerse de los hábitos de la mente que están reforzados por la experiencia tanto como puede estarlo el pensamiento, y que justifica la crítica con tanta frecuencia como se aplique a controlarlos. La potencia de lo moderno se basa en «la objetividad». Pero cuando se mira más de cerca, se encuentra que es... la objetividad misma la que es potente, y no el hombre mismo. Si se convierte en el instrumento —esclavo— de aquello que ha hallado o forjado: una manera de ver.
Un método... Pero, ¿y si esta manera es la buena? ¿Y si es el umbral, el límite, al que han conducido y debían conducir siglos de tanteos?

Seguramente... Pero, ¡cuidado con el automatismo!
¿Cómo?... Usted persigue a los loros, empuja a la precisión y después ¡chaquetea!

No. Por lo demás, no existe una mente que esté de acuerdo consigo misma. Dejaría de ser una mente. Pero atienda un momento. Permíta que me extravíe en la maraña de la moral.
¡Vamos! Señor...

Suponga que, por una autoridad cualquiera...
Como todas las autoridades.

Se haya establecido un código moral, una tabla de valores morales; se hayan definido nítidamente el bien y el mal; todos los actos imaginables afectados de coeficientes éticos, positivos o negativos...
O nulos... Pero todo eso existe...

Más o menos. Suponga ahora que por un procedimiento igualmente cualquiera, sugestión todopoderosa, pediatría, pedagogía, tan eficaz como la nuestra lo es poco —y que sea a la nuestra lo que nuestros medios materiales son a los de las tribus más bárbaras—, hayamos logrado hacer el acto bueno completamente reflejo, y casi irresistible; el acto malo, excesivamente penoso, doloroso, incluso de imaginar...
¿Y después?

¿Después?... En primer lugar, desaparece el mérito ¿no?... El bien no costaría nada. El mal, por el contrario, resultaría carísimo...
Todo marcharía a pedir de boca.

Pero los moralistas se desesperarían...
No le veo inconveniente... ¿Y por qué?... Llegarían al colmo del placer... No más pecados, no más faltas, no más crímenes...

Pero qué va... lo que a ellos les gusta no es el bien... sino la pena que uno se inflige para hacer el bien.
Pero, ¡son unos sádicos!

Son «deportistas». Les gusta el esfuerzo por el esfuerzo. La virtud es fuerza. Toda fuerza contraría alguna fuerza. Si yo evito el mal... lo mismo que mi mano evita algo que quema, si la ocasión de hacer el bien actúa en mí como lo hace sobre las glándulas salivales...
Las tripas...

Horror... No, ¡algún hermoso fruto!... Entonces la conducta humana...
El comportamiento.

Esa palabra me enerva... Inútil y reciente.
¡Fobia!... Es excelente.

Resumiendo, digo que la conducta humana, reducida de este modo a un automatismo... virtuoso, ya no ofrece nada interesante.
En La idea fija, de Paul Valéry.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario