En Dionysos y en Cristo, el
martirio es el mismo, la pasión es la misma. Es el mismo fenómeno,
pero con dos sentidos opuestos 1. Por una parte, la vida que
justifica el sufrimiento, que afirma el sufrimiento; por otra parte,
el sufrimiento que acusa a la vida, que testimonia contra ella, que
convierte la vida en algo que debe ser justificado. Que haya
sufrimiento en la vida, significa para el cristianismo, en primer
lugar, que la vida no es justa, que es incluso esencialmente injusta,
que paga por el sufrimiento una injusticia esencial: ya que sufre es
culpable. Después, significa que debe ser justificada, es decir
redimida de su injusticia o salvada, salvada por este mismo
sufrimiento que la acusaba hace un momento: debe sufrir ya que es
culpable.
Estos dos aspectos del
cristianismo forman lo que Nietzsche llama «la mala conciencia», o
la interiorización del dolor 2. Definen el nihilismo
propiamente cristiano, es decir, la manera en que el cristianismo
niega la vida: por una parte la máquina de fabricar la culpabilidad,
la horrible ecuación dolor-castigo; por otra parte la máquina de
multiplicar el dolor, la justificación por el dolor, la fábrica
inmunda 3. Incluso cuando el cristianismo canta el amor y la vida,
¡qué imprecaciones hay en estos cantos, cuánto odio bajo este
amor! Ama la vida como el ave de rapiña el cordero: tierno,
mutilado, moribundo.
El dialéctico considera el
amor cristiano como una antítesis, por ejemplo, la antítesis del
odio judío. Pero el oficio y la misión del dialéctico es
establecer antítesis, allí donde hay evaluaciones más
delicadas que hacer, coordinaciones que interpretar. Que la
flor es la antítesis de la hoja, que «rechaza» a la hoja, he aquí
un célebre descubrimiento grato a la dialéctica. De la misma manera
la flor del amor cristiano «rechaza» el odio: es decir, de una
manera completamente ficticia. «No vaya a creerse que el amor se
desarrolla... como antítesis del odio judío. No, al revés. El amor
ha surgido de este odio expandiéndose como su corona, una corona
triunfante, que se ensancha bajo los cálidos rayos de un sol de
pureza, pero que, en este nuevo dominio bajo el reino de la luz y de
lo sublime, continúa persiguiendo los mismos fines del odio: la
victoria, la conquista, la seducción» 4.
La alegría cristiana es la
alegría de «resolver» el dolor: el dolor viene interiorizado,
ofrecido a Dios por este medio, llevado a Dios por este medio. «La
paradoja de un Dios crucificado, el misterio de una inimaginable y
postrera crueldad» 5, ésta es la manía propiamente cristiana, una
manía ya entonces muy dialéctica.
¡Hasta qué punto este
aspecto se ha hecho extraño al verdadero Dionysos! El Dionysos del
Origen de la tragedia resolvía aún el dolor: la alegría que
experimentaba era todavía una alegría de resolverla, y también de
conducirla a la unidad primitiva. Pero ahora Dionysos ha captado
precisamente el sentido y el valor de sus propias metamorfosis: es el
dios para quien la vida no tiene por qué ser justificada, para quien
la vida es esencialmente justa. Más aún, es ella la que se encarga
de justificar, «incluso afirma el sufrimiento más arduo» 6.
Hay que entender: la vida no
resuelve el dolor al interiorizarlo, lo afirma en el elemento de su
exterioridad. Y a partir de aquí, la oposición de Dionysos y Cristo
se desarrolla, punto por punto, como la afirmación de la vida (su
extrema apreciación) y la negación de la vida (su extrema
depreciación). La manía dionisíaca se opone a la manía
cristiana; la embriaguez dionisíaca a una embriaguez cristiana; la
laceración dionisíaca a la crucifixión; la resurrección
dionisíaca a la resurrección cristiana; la transvaloración
dionisíaca a la transubstanciación cristiana. Porque hay dos clases
de sufrimientos y de sufrientes. «Los que sufren por la
sobreabundancia de vida» hacen del sufrimiento una afirmación, como
de la embriaguez una actividad; en la laceración de Dionysos
reconocen la forma extrema de la afirmación, sin posibilidad de
sustracción, de excepción ni de elección. «Los que, al contrario,
sufren por un empobrecimiento de vida» hacen de la embriaguez una
convulsión o un abotargamiento; hacen del sufrimiento un medio para
acusar a la vida, para contradecirla, y también un medio para
justificar la vida, para resolver la contradicción 7.
Todo esto, efectivamente,
entra en la idea de un salvador; no existe salvador más hermoso que
el que es a la vez verdugo, víctima y consolador, la santísima
Trinidad, el prodigioso sueño de la mala conciencia. Desde el punto
de vista de un salvador, «la vida debe ser el camino que conduce a
la santidad»; desde el punto de vista de Dionysos, «la existencia
parece lo bastante santa en sí misma como para justificar de sobras
una inmensidad de sufrimiento» 8.
La laceración dionisíaca
es el símbolo inmediato de la múltiple afirmación; la cruz de
Cristo, el signo de la cruz, son la imagen de la contradicción y de
su solución, la vida sometida a la labor de lo negativo.
Contradicción desarrollada, solución de la contradicción,
reconciliación de lo contradictorio, todas estas nociones se han
convertido en extrañas para Nietzsche. Zarathustra exclama: «Algo
más elevado que cualquier reconciliación» 9 - la afirmación. Algo
más elevado que cualquier contradicción desarrollada, resulta,
suprimida - la transvaloración.
Es éste el punto común de
Zarathustra y Dionysos: «A todos los abismos hago llegar mi
afirmación que bendice (Zarathustra)... Pero esto, una vez más, es
la misma idea de Dionysos» 10. La oposición de Dionysos o de
Zarathustra y Cristo no es una oposición dialéctica, sino la
oposición a la propia dialéctica: la afirmación diferencial contra
la negación dialéctica, contra todo nihilismo y contra esta forma
particular de nihilismo. Nada más alejado de la interpretación
nietzscheana de Dionysos como la presentada más tarde por Otto: ¡un
Dionysos hegeliano, dialéctico y dialecticista!
En
Nietzsche y la filosofía, de Gilles Deleuze.
1.
VP, IV, 464.
2.
GM, II
3.
Sobre la «fabricación del ideal», cf. GM, I, 14.
4.
GM, I, 8. Era ya, en general, el reproche que Feuerbach
dirigía a la dialéctica hegeliana: el gusto por las antítesis
ficticias, en detrimento de las coordinaciones reales (cf. Feuerbach,
Contribución a la crítica de la filosofía hegeliana). Nietzsche
dirá también: «La coordinación: en vez de la causa y el efecto»
(VP, II, 346).
5.
GM, I, 8.
6.
VP, IV, 464.
7.
NW, 5. Adviértase que no toda la embriaguez es dionisíaca:
hay una embriaguez cristiana que se opone a la de Dionysos.
8.
VP, IV, 464.
9.
Z, II, «Sobre la redención».
10.
EH, III, «Así hablaba Zarathustra», 6.
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