¿Qué nos queda una vez
que hemos bajado hasta ahí? El rostro; el rostro que encierra «ese
tesoro, esa pepita de oro, ese diamante oculto» que es el «yo»
infinitamente frágil, estremeciéndose en un cuerpo; el rostro sobre
el que fijo mi mirada con el fin de encontrar en él una razón para
vivir ese «accidente desprovisto de sentido» que es la vida.
Los
mejores comentarios de la obra de Bacon los ha hecho el propio Bacon
en dos conversaciones: con Sylvester en 1976 y con Archimbaud en
1992. En los dos casos, habla con admiración de Picasso, pero muy
especialmente de su período entre 1926 y 1932, el único del que se
siente realmente próximo; ve abrirse en él un terreno que «no ha
sido explorado: una forma orgánica que se refiere a la imagen humana
pero del que es la total distorsión». Con esta fórmula de una gran
precisión él define el terreno que, en realidad, él ha sido el
único en explorar.
Con
excepción de este corto período mencionado por Bacon, podría
decirse que, en Picasso, el gesto leve del pintor transforma motivos
del cuerpo humano en realidad pictórica bidimensional y autónoma.
En Bacon nos encontramos en otro mundo: la euforia lúdica picassiana
(o matissiana) queda en él relegada por un asombro (cuando no un
impacto) ante lo que somos, lo que somos materialmente, físicamente.
Movida
por ese asombro, la mano del pintor (por retomar las palabras de mi
antiguo texto) se posa con un «gesto brutal» sobre un cuerpo, sobre
un rostro, «con la esperanza de encontrar, en él o detrás de él,
algo que se ha escondido allí». Pero ¿qué es lo que se esconde
allí? ¿Su «yo»? Todos los retratos que han sido jamás pintados
quieren desvelar el «yo» del modelo. Pero Bacon vive en la época
en la que el «yo» fatalmente se esquiva.
En
efecto, nuestra más trivial experiencia personal nos enseña (sobre
todo si la vida detrás de nosotros se prolonga demasiado) que los
rostros son lamentablemente parecidos (incrementando aún más esa
sensación la insensata avalancha demográfica), que se dejan
confundir, que se diferencian el uno del otro por muy poca cosa, algo
apenas perceptible, que, matemáticamente, muchas veces no
representa, en la disposición de las proporciones, sino unos
milímetros de diferencia. Añadamos a eso nuestra experiencia
histórica que nos ha hecho comprender que los hombres actúan
imitándose unos a otros, que sus actitudes son estadísticamente
calculables, sus opiniones manipulables, y que, por tanto, el hombre
es más un elemento de una masa que un individuo.
En
ese momento de las dudas es cuando la mano violadora del pintor se
posa con un «gesto brutal» sobre el rostro de sus modelos para
encontrar, en algún lugar en la profundidad, su «yo» enterrado. Lo
nuevo en esa búsqueda baconiana es, primero (evoquemos su fórmula),
el carácter «orgánico» de esas formas «en total distorsión».
Lo
cual quiere decir que las formas en sus cuadros quieren parecerse a
los seres vivos, recordar su existencia corporal, su carne, y así
conservar siempre su carácter tridimensional. Lo nuevo es, segundo,
el principio de las variaciones. Edmund Husserl ha explicado la
importancia de las variaciones para la búsqueda de la esencia de un
fenómeno. Lo diré a mi manera, más simple: las variaciones
difieren una de otra, pero conservan a la vez un algo que es común a
ellas; ese algo común es «ese tesoro, esa pepita de oro, ese
diamante oculto», o sea, la esencia buscada de un tema, o, en el
caso de Bacon, el «yo» de un rostro.
Miro
los retratos de Bacon y me sorprende que, pese a su «distorsión»,
se parezcan todos a su modelo. Pero ¿cómo puede parecerse una
imagen a un modelo del que es, conscientemente, programáticamente,
una distorsión? Sin embargo, se le parece; lo prueban las fotos de
las personas retratadas; e incluso si no conociera esas fotos es
evidente que en todos los ciclos, en todos los trípticos, las
diferentes deformaciones del rostro se parecen, que se reconoce en
ellas a una única y misma persona. Si bien «en distorsión», esos
retratos son fieles. De ahí mi sensación de un milagro.
En
El gesto
brutal del pintor,
de Milan Kundera.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario