¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

sábado, 4 de marzo de 2017

Onfray: ¿Qué es un pensamiento radical?

Entonces, ¿este siglo XVIII no es otra cosa que deísta, enemigo de los ateos, conservador, burgués y monárquico? ¿O tiene también un puñado de filósofos menos recomendables? En efecto, en el reverso de la postal de la historiografía dominante encontramos, afortunadamente, pensadores condenables que, aunque confusamente, celebran la voluptuosidad sin culpabilidad, anuncian la muerte de Dios, profesan la colectivización de las tierras, llaman a estrangular a los aristócratas con las tripas de los curas, alaban las orgías filosóficas y las bacanales de la carne, incitan a filosofar a favor de los pobres y el pueblo, creen en la posibilidad de cambiar el mundo, enseñan una moral eudemonista, cuando no hedonista, y confían en la justicia de los hombres.

A éstos es a quienes llamo ultras de las Luces, pues encarnan un pensamiento radical. Pero ¿qué es un pensamiento radical? Retomemos ingenuamente la definición que dio Marx en la Contribución a la critica de la filosofía del derecho de Hegel: ser radical es coger las cosas por la raíz. ¿Dónde están las raíces? En el llamado Siglo de Voltaire son muchas, pero las principales parecen ser el cristianismo y la monarquía.

En realidad, los ultras constituyen un paisaje intelectual y filosófico nuevo. Cada uno representa un fragmento de este nuevo mundo, o dos, o tres, e incluso más en el caso de Jean Meslier, en quien están todos comprendidos. En esta época marcadamente telúrica, caracterizada por una formidable tectónica de placas, emergen cuatro continentes radicalmente nuevos: el ateísmo, el materialismo, el hedonismo y la revolución. Sin duda, hay precedentes en la historia de las ideas; estas fuerzas ideales no surgen de la nada, pero su modernidad se expresa aquí por primera vez.

Uno: el ateísmo. Los ultras no se proponen perfeccionar los nombres de Dios; no discuten sutilezas acerca del Dios de los filósofos y sus diferencias respecto del de Abraham, Isaac y Jacob; no se afanan por comparar los méritos respectivos del deísmo y el teísmo; no revisten al anciano barbudo del Decálogo con el hábito del Ser Supremo; no se limitan, como hace Kant en La religión dentro de los límites de la mera razón, a dar una versión mejorada del viejo catecismo cristiano, vagamente trascendentalizado, pero en realidad reciclado con el vocabulario de la corporación filosófica; ni apelan tampoco a una religión natural. 
 
Los ultras se expresan con toda claridad: ¿la religión? Una superstición. ¿Dios? Una ficción. ¿El cristianismo? Una fábula. El uso correcto de la razón permite deconstruir el cristianismo y sus correlatos ideológicos: la falta, la culpabilidad, el odio a las mujeres, el cuerpo, los deseos, los placeres y la carne, el desprecio por este mundo, la exaltación del más allá y la pulsión de muerte. Advenimiento de la inmanencia radical. El mundo no depende de una Providencia divina, sino de una combinación de causas reductibles a procesos materiales. 

De donde: Dos: el materialismo. En el mundo real todo se reduce a la mecánica de las partículas. La época inventa un materialismo francés original y autónomo respecto de la física democritea o epicúrea. Hay menos interés por Lucrecio y su De la naturaleza de las cosas que por la observación científica del mundo. La Enciclopedia enumera y detalla los saberes -química, geología, botánica, medicina, cosmografía, mineralogía, zoología, hidrografía, óptica, etc.- pertenecientes a la ciencia de la naturaleza, taller de este nuevo método que vuelve radicalmente la espalda a la metafísica en una especie de anticipo del positivismo.

En consecuencia, para los ultras, el libre albedrío se convierte en lo que realmente es: una ficción. No es asombroso que Kant, paradigma de cristiano vestido de filósofo, haga de la libertad -¡con Dios y la inmortalidad del alma!- uno de sus tres postulados de la razón pura práctica. El cristianismo necesita postular la libertad del hombre para justificar su mitología del pecado original, del que derivan su escatología, su doctrina de la falta y el castigo, la culpabilidad y la redención. ¿La responsabilidad? Una ficción más. ¿Cómo se podría ser responsable de lo que uno no puede no ser, puesto que la necesidad material lo gobierna todo, el universo y el individuo? Advenimiento de un mundo más allá de la moral, contra una moral más allá del mundo. La naturaleza debe proporcionar el modelo que hay que seguir.


De donde: Tres: el hedonismo. Puesto que la ley no es obra de Dios, sino que todo obedece a la naturaleza, tratemos de aprender de ella, mirémosla, examinémosla y tomemos nota de qué nos dice para gobernarnos bien. Lo muestran los animales y también los niños: el placer y el dolor son los movimientos naturales conductores de nuestra acción. Por tanto, orientémonos por esa brújula e intentemos querer lo que nos apetece: amemos el placer al que tendemos y detestemos el sufrimiento del que nos alejamos naturalmente.

El ideal ascético cristiano es una locura. ¿Cómo se puede querer lo que nos destruye y rechazar lo que nos da placer? Los ultras celebran el cuerpo real, uno y carnal, contra el cuerpo esquizofrénico de Platón. Reivindican los deseos, las pasiones, los placeres, las pulsiones, la voluptuosidad, la alegría, la felicidad. El cuerpo convertido en máquina -ya no abismo- se alimenta de energía jubilosa: démosela sin complejos. Del goce moderado de un Meslier a la disolución generalizada de un Sade pasando por el elegante uso de la voluptuosidad en Helvecio, la gama es extensa. Advenimiento de una moral de la felicidad aquí y ahora. 

De donde: Cuatro: la revolución. La revolución está contenida ya en lo que antecede: la negación de Dios y el mundo inmanente, la negación de las ideas puras a favor de un mundo material, la negación del ideal ascético en beneficio de un mundo hedonista. He aquí materia suficiente para revoluciones auténticas y sustanciales, revoluciones ontológicas, intelectuales, ideológicas, filosóficas.  
 
Pero queda otro mundo por revolucionar; el de la política, por un mundo justo. La época es feudal, monárquica, católica. Un buen número de filósofos llama a la tolerancia, al liberalismo, a la libertad, es cierto, pero se alinean, ¡y de qué manera!, bajo la bandera de reyes, poderosos, aristócratas -muy a menudo sus protectores-, cuando no de tal o cual déspota pretendidamente ilustrado. Este pequeño mundo en busca de prebendas y de pensiones reales defiende la propiedad privada, la libertad de comercio, el poder de la gente de sangre regia. Apenas se preocupa por la miseria, que en esa época está muy generalizada. 

Salvo algunos. Meslier, otra vez Meslier, inventa la propiedad colectiva de los bienes y las tierras, confía en la llegada del municipalismo y desea su internacionalización. Otros proponen el comunismo, otra distribución de la riqueza. Por ejemplo, Morelly, en su Código de la naturaleza (1755). De la misma manera, Sade, más conocido por su impactante literatura que por sus propuestas políticas utópicas del Reino de Butua y de la Isla de Tamoé en Aliñe y Valcour, ofrece una comunidad alternativa. La inmanencia, la tierra, este mundo: ateísmo; la materia, la ciencia, el mundo sensible, el universo visible: materialismo; la felicidad, la voluptuosidad, el placer, el cuerpo, la carne: hedonismo; el bien público, el municipalismo, el comunismo, el socialismo: revolución.

Estos son los materiales con los que los ultras de las Luces construyen su edificio. ¿Los nombres de estos protagonistas? Jean Meslier, cura ateo y anarquista; La Mettrie, médico filósofo, partidario trágico del arte de gozar; Helvecio, recaudador de impuestos apasionado por la justicia social; D’Holbach, barón materialista defensor de una etocracia; Sade, marqués disoluto. Un quinteto infernal para ideas que huelen tremendamente a azufre...

En Contrahistoria de la filosofía IV. Los ultras de las Luces, de Michel Onfray.


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